lunes, 28 de abril de 2008

Misisipi Parte II


Las maderas del puente crujían sin sentir el menor remordimiento. Charlie no soportaba el calor de los caminos desiertos que se levantaban orgullosos paralelos al río.
Una piedra llamaba gritando polvo al trasero cansado de aquel flaco.
Si no me siento a descansar no llegaré vivo al bar. Los paisajes del viejo Misisipi invadían de nostalgia al joven Charlie, los árboles, los presos construyendo carreteras, los pantanos, las libélulas al anochecer. ¿Cómo podía sentir semejante angustia ante tanta belleza? Encendió otro cigarro, él último que le quedaba. Ni un alma se dejaba ver por aquellos parajes. El puente sombrío crujía cada vez con más fuerza, como si un soplido fuese capaz de derribarlo. Blues, tocar el blues mejor que nadie, no sería capaz, seguramente hubiese otra alma virtuosa con la capacidad innata en su sangre para tocar la guitarra ¡Y no era él! Si se hubiese encontrado al diablo en aquel preciso instante, no lo habría dudado dos veces, habría firmado, habría vendido su alma a cambio de tocar blues mejor que nadie.
Unos pasos lo bajaron de su mente, se acercaba alguien, una sombra caminante pisaba el caliente suelo de madera, sus tranquilos ojos sólo podían apreciar una sombra en la lejanía. Charlie no acertaba a reconocer a nadie, como si aquella figura no existiese, como si su rostro estuviese difuminado. A medida que aquellos pasos estaban más cerca pudo comprobar que se trataba de un hombre, de piel blanca y mediana edad, iba acompañado de un perro con señales de una vejez que se pudría.
El hombre tenía un semblante seguro, Charlie creyó que vestía muy elegantemente. Traje blanco sin ninguna arruga, pañuelo rojo asomándole por el cuello y una mascota del mismo color que las nubes le daban un aspecto realmente peculiar. El perro lo seguía salpicando gotas de saliva al ritmo de sus latidos.
De repente la angustia se hizo más insoportable que nunca, el hombre miró a Charlie, se detuvo ante él. Le sonrió amablemente. Un silencio rodeó el lugar, como si el mundo se hubiese detenido en aquel preciso instante. Los pájaros no cantaban, el viento no soplaba, los árboles fueron testigos mudos de lo que allí ocurría. Charlie miró hacia el río, estaba quieto, en calma, habría jurado que todo estaba congelado. Giró la cabeza y observó el pañuelo rojo de aquel tipo.
-¿Te gustaría tocar blues mejor que nadie verdad Charlie?- Dijo el extraño entre dejando ver sus expresivos dientes. Todo se hizo tinieblas, Charlie creía no conocer al hombre que había aparecido de la nada bajo aquel puente rojo.
- Perdone, ¿Nos conocemos?
-Claro que sí, te he visto crecer hijo, y realmente me parecería extraño que no hubieses oído hablar de mí.
-Bueno, si me dice su nombre tal vez pueda recordar algo.
-Mi nombre es lo de menos, me llaman de tantas maneras que ya ni me importa. ¿Sientes angustia verdad?- Quitándose el sombrero rascó su pelo suavemente.
-¿Cómo…?
-Shhhh, no digas nada Charlie, no he venido aquí para eso. Verás, soy como una especie de cazatalentos, tú me ofreces tu esencia, tu garra, tu espíritu tocando música, y yo a cambio te aseguro que el mundo entero oirá de tus manos el mejor blues de esta tierra.
-¿Me está ofreciendo un contrato?
-Algo más que eso chico, te estoy ofreciendo un mundo lleno de posibilidades, una vida llena de placeres.
-Mi alma…
-¿Cómo dices chico?
-¿Quiere mi alma a cambio de darme el talento de tocar el mejor blues de este mundo?-Una suave sonrisa apareció de nuevo en el rostro de aquel desconocido. Charlie no alcanzaba a comprender lo irónico de aquella situación. Un tipo al cual no conocía de nada aseguraba darle la posibilidad de ver cumplido su mayor deseo, tocando su música, y de manera tan perfecta haría desaparecer de forma abismal la angustia que durante tanto tiempo le había estado persiguiendo. ¿Pero quien era ese tipo? Seguramente un loco excéntrico que lo había visto actuar una de las noches anteriores en el bar de Joe.
Mirando al perro, Charlie dejó escapar una irónica carcajada, aquella situación le parecía divertida. Llevando sus ojos hacia el rostro pulcro de aquel extraño tipo preguntó-¿Dónde hay que firmar?-




sábado, 26 de abril de 2008

Misisipi Parte I


La piel oscura se roza suavemente con unas sábanas tan finas como sus pechos alados en busca del calor de mi lengua. Labios celestiales, pelo ondulado, parece un querubín negro de Dios. Enciende un cigarro, sus labios lo prueban pasando su saliva a mi boca. Le doy una calada y escupo el humo contra el sucio cristal de la ventana.



Charlie Gershwin había salido de aquel antro a la una y media de la madrugada, una carretera de albero polvoriento lo guiaba hasta el porche lleno de libélulas de Dilsey.
Su guitarra lo acompañaba en el trayecto, fumaba, fumaba demasiado últimamente, no podía quitarse aquel blues de la cabeza. Había jurado que vendería su al… ¡Charlie!
Últimamente su nombre se le repetía una y otra vez dentro de su cabeza. Al fondo una silueta de mujer sobresaltaba con una fuerte luz amarilla en la puerta del porche.


El puente rojo ocultaba bajo sus maderas un río que todos conocían pero que sólo Charlie recordaba con el nombre que le dieron los indios, Mici se-pe, Gran Río.
Verdoso con la luz del día y negro como el azabache cuando era observado por la luna.
Una suave brisa desplazaba los troncos y maleza que habían caído sobre la corriente.
Hacía calor, Charlie encendió un cigarrillo, los rayos de luz desprendidos por el sol invitaban a que unos gruesos goterones de sudor bajaran por su negra frente.
El blues, lo componía con cada paso que daba, aquella noche tocaría en uno de los bares del pueblo al que se dirigía. Tenía un contrato firmado para la noche del 7 de junio de 1936. Hacía lo que le gustaba y además le pagaban ¿Había una vida mejor? Seguramente si, pero él no la quería. Sólo había un pensamiento nauseabundo que le corrompía hasta las entrañas, moriría sin tener la certeza de haber tocado el mejor blues de este mundo.


La cama estaba sin hacer, Dilsey se desnudó mostrando un cuerpo que obligaba a cualquiera a pecar sin sentir ningún remordimiento. Sus nalgas duras y firmes formaban una figura admirable. ¡Que pechos, que culo! Si había algo que Charlie amaba por encima de la música era las mujeres. Desde muy joven le habían provocado respeto, podría pasar horas mirando un rostro femenino, podía pasar una eternidad acariciando sus curvas. ¡Que enigma tan grande el de la belleza femenina! Musas creadoras de sinfonías, maestras en el arte de hipnotizar. Dilsey abrió sus piernas, era una noche calurosa. Hicieron el amor hasta que los rayos del sol calentaron sus espaldas.
-¿No lo sientes nunca?- Preguntó Charlie sacando las cerillas del bolsillo de su viejo pantalón alargando el brazo sin levantarse de la cama. A su lado Dilsey lo miraba.
-¿A que te refieres?
- Al peso de la vida- Dilsey acariciaba el delgado brazo de su amante, no sabia que contestar ante tan extraña pregunta.- Hablo de angustia, angustia vital ¿me comprendes?- Lo cierto es que la dulce y joven Dilsey no tenia ni idea de que estaban hablando.
-No logro entenderte Charlie. ¿Te preocupa algo? Normalmente sólo sueles hablar de tu música.
-Mi música y tu, las únicas cosas en mi vida capaces de que esta angustia sea más llevadera.
-¿Pero de que angustia hablas? ¡Caray!- Gritó Dilsey completamente enajenada.
-Resulta que hay veces que cuando te levantas por la mañana, un peso abrumador te envuelve el estómago, los hombros te agotan como si transportases sobre ellos una gran carga y en la nuca una punzada constante te recuerda que sigue ahí. A lo largo del día la presión disminuye y poco se hace notar, pero sin embargo con la caída de la luz parece como si lentamente la angustia comenzase de nuevo a hacer acto de presencia, como si le gustase la oscuridad, lo sucio, lo triste.
-Estás paranoico ¿lo sabes?
-Seguramente, pero es en la paranoia donde mejor me siento.

lunes, 7 de abril de 2008

El arduo trabajo de cineasta


Pues si, mi intención no es otra que la de sacar adelante el rodaje de un corto.

Tras numerosos intentos de proyectos frustrados, ideas huecas y resultados francamente lamentables me he propuesto terminar un corto para el dia 20 de mayo.

Las esperanzas son pocas, pues el trabajo de cineasta es duro como el de jornalero. Intelectualmente agotador ¿Por qué?

Primero: Debes luchar por intentar que aquello que lleva rondando en tu cabeza durante tantísimo tiempo tenga algo de parecido con eso otro que luego ves reflejado en la pantalla.

Segundo: Debes reunir a un minúsculo equipo, que aunque minusculo suelen ser más de tres personas, las cuales harán todo lo posible por no ponerse de acuerdo para reunirse un mismo dia.

Tercero: Las inclemencias del tiempo son traicioneras

Cuarto: El material de rodaje es de una pobreza abrumadora, eres indie total y los límites para contar una historia son abismales.

En definitiva, el dia uno de junio aquí Martín Eden debe tener un cortometraje terminado para Cortomanía 2008. ¿Lo conseguiremos? Prefiero dejar la respuesta en el aire, de momento aprovecho para dejar la primera imagen de este corto aun sin título definido.

miércoles, 2 de abril de 2008

Serenata Esquizofrénica




Su alma, como el humo, se sume bajo la tierra dando gemidos.

Odisea.


El desierto impenetrable me consumía apoderándose de mi esencia con cada grano de arena que se colaba entre mis párpados. Casco en mano de plumaje rojo subo a mi corcel dispuesto a descender. ¡Que horrible me habían descrito siempre la muerte y que bello era su cadáver! Ni siquiera Hades pudo arrebatarle la belleza que su cuerpo yerto desprendía.
El viento desliza su cabello sobre el suelo polvoriento de la nada, me alejo sin mirar al frente, no puedo separar mi alma de la suya ¡Eurídice! Yo desafío a todos los dioses del olimpo y cabalgo bajo tierra por los círculos del infierno para secuestrar tu alma. A ti, mi querida vida, mi novia, mi esposa te devuelvo el renacer de mis sueños.
Caigo, ¡ya estoy cayendo! Y escucho la serenata, y esas voces oscuras que me dan la bienvenida ¡Oh que crueles deben ser lo dioses destinando un alma tan dulce como la tuya a este oscuro valle de árboles que arden!
¡Eurídice, agarra mi mano tu no debes morir nunca! Tú no te desvanecerás en el aire porque yo no miraré hacia atrás, porque he venido hasta ti desmontando mitos y, porque tu pie no quedará dentro de este inframundo. Aunque no exista el cielo nosotros buscaremos los paraísos artificiales visitando a Baudelaire ¡Y en el fondo te digo que no soy más que un sucio y pérfido egoísta, porque contigo no necesito buscar paraísos perdidos, porque tú eres mi edén, mi nirvana, mi reino de Dios!
Ya acabó la Serenata, ya acabó este sueño. Despierto, mi corazón se consuela enfuerecidamente por no haberte encontrado aun entre los rincones de esta vieja ciudad.
A ti, mi querida y desconocida Eurídice te regalo estos versos, por si acaso muero antes de probar tus besos.