lunes, 25 de agosto de 2008

Greta, corazón de latón. Parte II



-¡Greta, oh Greta! Sólo tú eres mi rayo de esperanza, no me dejes, soy viejo y estoy gordo, no es justo, aun me quedan cuarenta años de vida y tengo derecho a disfrutarlos ¿verdad? Nadie debe morir antes de tiempo, nadie debe morir cuando el corazón aun sigue latiendo.- Don Jacinto recitaba estas palabras mirando el cuerpo fibroso del androide, sabía que nadie lo escuchaba pero tener allí, justo a su lado, una silueta humana le reconfortaba, le llenaba de vitalidad y sentía que podría confiar todos sus secretos. Antes de terminar la operación de inicio, Don Jacinto leyó las últimas instrucciones, en el hueco del mando pedía el nombre con el que este gustaría ser llamado por el androide. "Papá", eso es...papá, justamente aquella sería la palabra con la que su nueva esposa Greta llamaría cariñosamente a Don Jacinto, él lo había decidido así y de aquella forma debía ser. Ahora sólo cabía esperar, cenar e irse a la cama, según el panfleto por la mañana el androide estaría perfectamente operativo, es más, si todo iba bien Greta sería quien le despertara y le preparase el desayuno. En realidad no deseaba una esclava, deseaba una mujer, una persona que le comprendiese y de paso calentase su cama. En aquella época tan jodida para algunos como es cumplir los cincuenta, la soledad podía ser un tormento.
-¡Buenos días papá!- El sol entraba por la ventana, Don Jacinto y su pijama de rayas eran visiblemente patéticos cuando despertaban, pero Greta afortunadamente no entendía de pudor, al fin y al cabo era una máquina y estaba diseñada para complacer. Una buena tostada bañada en aceite y café caliente componían un desayuno que la ex mujer de Don Jacinto jamás habría preparado con el mínimo de los cuidados.
-¿Greta?- Preguntó nuestro envejecido profesor a su nueva adquisición electrónica
-¿Qué te ocurre papá?¿Es que no te encuentras bien?
-¡Oh, para nada cariño! Estoy mejor que nunca, sobre todo contigo a mi lado.- Con estas palabras el rostro de Greta se vuelve sorprendentemente cándido, y sus brazos compuestos de piel sintética, acarician los hombros del viejo formando una extraña imagen.
-¿Quieres el periódico?
-¡No, no! Por favor...- El viejo Jacinto aun no daba crédito a aquella situación que hacia tantísimo tiempo había dejado de experimentar. Miró al androide de pies a cabeza y la metió en su cama. Ahora quería hacer la prueba definitiva, debía comprobar si era cierto aquello que decían en los anuncios de televisión, si acostarse con un androide era igual o incluso mejor que con un humano. El caso es que eran las nueve de la mañana y él ya no era una chaval, podía esperar a que las estrellas iluminasen de nuevo su habitación para retozar junto a su nuevo amor.-Oye Greta, ¿Qué te parece si me doy una ducha y te llevo de compras?
-¿De verdad papá? ¡Oh me haría tanta ilusión! ¿Sabes?,estoy deseando leer el último libro que escribió Stephen Hawking. Quedé realmente confusa con una de sus teorías más polémicas ¿Sabías que en los agujeros negros se viola el segundo principio de la termodinámica?, lo que dió pie a grandes especulaciones sobre viajes en el espacio-tiempo y agujeros de gusano...- Don Jacinto en aquel momento no sabía que sentir, por un lado le asaltaba el entusiasmo de estar ante una mujer de gran belleza física y capaz de interesarse por temas tan variopintos como la revolución copernicana o el paradigma darwiniano, pero por el otro todo le resultó tan artificial, aquella mujer, aquella máquina había sido programada con todos los conocimientos posibles para satisfacer al cliente, un cliente que no dejaba de ser él por mucho que se engañase.
-Greta, puedes ir terminando de arreglarte si quieres mientras yo me afeito.
-¡Vamos papá! ¿Lo olvidabas? Yo soy la mujer perfecta, ya estoy arreglada, no vas a tener que esperarme en absoluto.
-Vaya, soy un hombre afortunado.
-Eres el mejor hombre del mundo, por eso te quiero tanto- Aquellas palabras si le habían atravesado el alma, era justamente lo que siempre había querido escuchar y sólo había podido conformarse con imaginar.
El espejo del baño aun estaba rajado, el golpe fue de la última vez que él y su ex mujer habían discutido. Quince años de casados, hacía ya cinco que se habían divorciado. Laura que así era como se llama la madre sus hijos había sido sin duda una de las mujeres más importantes en su vida, pero el tiempo y la desidia habían convertido su matrimonio en un fracaso rotundo. Mientras tocaba su espesa y blanca barba Don Jacinto recordó el papel tan importante que habían ejercido las féminas desde que apenas era un niño. Ya en la escuela de primaria había recibido algún que otro golpe de las chicas a las que perseguía para verles las bragas, por no hablar de sus años de adolescencia, años que por cierto prefiere guardar en un cajón. Aun recuerda la fatídica noche del cementerio, si hacía un esfuerzo podía incluso memorizar el año, agosto de 2002, el tenía por entonces unos 15 años, al pueblo había llegado una chica nueva llamada Gloria, sus amigos y él quedaron entusiasmados con la idea de que esta hubiese entrado en la misma clase que ellos. Don Jacinto no podía evitar el recordar a aquella muchacha como el auténtico despertar de su fuego interior, pelo negro, ojos de enorme brillo y muslos increiblemente femeninos ¡que caderas!
-¿Por qué no vamos esta noche al cementerio en busca de las voces de los muertos?- Dijo la joven y peligrosa Gloria. Aquella chica desde luego no podía ser como las demás, es por ello que Don Jacinto quedó tan abrumado con su presencia.
-¿Al cementerio? ¿Pero quieres ir de noche?- Respondió otro de los muchachos que componía aquel grupo de flacos y feos estudiantes.
-Claro estupido, vamos con una grabadora y la dejamos encima de una lápida, así podemos volver al día siguiente y escuchar los mensajes de los espectros...
-¡A mi me parece genial!- Dijo Don Jacinto, que por aquella época era mucho más entusiasta que hoy.
-¡Callate gilipollas!- Le contestó Gabriel, un joven de su misma calle, que por que no decirlo lo doblaba en altura y musculatura.
-¡Chicos, chicos no os peleis! ¿Vamos a ir o no?- En aquel momento todos se miraron, nadie tenía el valor suficiente para entrar en aquel lugubre camposanto, pero ser más cobardes que una chica les pareció una ofensa peor. A las doce en punto de aquella misma noche, los mismos que habían estado parloteando en la plaza de la fuente se encontraban ahora justo delante de la gran muralla blanca e imponente que cubría los cipreses de aquel decadente y osucro lugar.
-¿Habeís traido la grabadora?- Preguntó la dulce y angelical Gloria
-Lo siento, no teníamos, lo único que hemos encontrado es esto. El bajito y redondo Antonio dejó ver un viejo e inmenso aparato de radio que ni siquiera en su época debió ser moderno.Todos se miraron con cara de resignación.
-Está bien, ¿Quién va?- Preguntó la chica- El silencio se apoderó del lugar, todos miraron hacia el suelo intentando evitar la situacion. Pero allí estaba el joven Jacinto, con las hormonas gritando, manifestándose con pancartas y gimoteando a los cuatro vientos- ¡Mira que piernas, llevatela a la cama! ¡Hazte el valiente, merecerá la pena, sólo es un cementerio, cuando vuelvas estará loca por ti!
-¡Yo voy!- Dijo Jacinto sin estar aun seguro de lo que quería hacer. Gabriel lo miró furioso, no podía permitir que un canijo fuese más valiente que él, pero al mismo tiempo pensó en como debía ser estar en mitad de aquel cementerio solo y perdido