lunes, 26 de enero de 2009

Sinfonía de navidad. Final.


-¿No te apetece cenar?- Dijo Sebastián con una sonrisa estúpida en la cara.

-Claro, estoy hambrienta- Contestó Lulú entusiasmada. En el fondo le había caído bien aquel tipo, parecía agradable, tal vez demasiado tímido. A este paso no llegarían nunca a la cama…

-He cocinado langosta, ¿Te gusta? También he preparado algunos canapés.

-¡Estupendo!-Voy a ir probando- Lulú se acercó a la mesa. Clipo la miraba con desconfianza. Sebastián la deseaba, la deseaba, ¡La deseaba ya! No podía esperar más, quería tocarla, quería acostarse con ella. Ni pagando le salían bien las cosas. En realidad confiaba en que ella se acercara primero. Por eso no intentó besarla. Esperaría a cenar. Lo curioso es que el tiempo voló egoístamente. Una velada estupenda, hablaron de música, de arte, de la vida…aquella mujer era una puta si, pero menuda puta.

-Oye... ¿quieres que vayamos al dormitorio?- Preguntó Lulú. Sebastián no contestó.
Se agarraron las manos. Clipo miraba la imagen desde el suelo. Juntos desaparecieron por el pasillo. En efecto, aquello era como la primera vez.
Luego se tiraron en la cama. Todo era perfecto, ¡Que bonito! Que maravillosa historia de amor, falsa pero encantadora. Justo lo que necesitaba, justo lo que desde hacia tanto tiempo ansiaba. Lo que Sebastián ignoraba es que Lulú se sentía insoportablemente cómoda con él. Nunca lo sabría. Aquella situación era diferente al resto. Sebastián no era como los demás hombres, no era como las demás personas, era un ser especial. Lulú lo pensaba mientras se ponía sobre él. No se lo dijo, nunca lo sabría, nunca lo sabría.
Hicieron el amor salvajemente como dos enamorados ardientes. Sebastián se emocionó.
Entonces llamaron a la puerta. La última noche del año, y alguien, además de ellos no estaba en casa preparándose para recibir el año nuevo.

-¿Quién podrá ser a estas horas?-Preguntó Sebastián perplejo. Lo cierto es que además de extrañado estaba jodido, y más jodido de lo que creía. Le habían interrumpido en uno de los mejores momentos de sus últimos siete años. La televisión del vecino se escuchaba. Las campanadas romperían en breve dando la bienvenida al nuevo milenio.
Sebastián buscó las zapatillas y se dispuso abrir.

-¡No abras Sebastián!- Gritó Lulú agarrándolo del brazo.

-¿Por qué no? Insisten demasiado, puede ser una emergencia…

-¡No lo es, estoy segura!

-Puede que el edificio esté en llamas, vamos Lulú, ¡sueltame el brazo!

Clipo ladró, y entonces Jerry Lee Lewis volvió a cantar, debían arreglar aquel tocadiscos. Sebastián caminó hacía la entrada y abrió la puerta. Lo que encontró tras ella desapareció rápido de su campo de visión, un gran puño, tosco, grueso y animal rompió su nariz. Sebastián se desvaneció en el suelo. La sangre brotaba como un poema celestial. Un mastodonte de al menos veinte metros de altura lo pisó cruelmente colándose hacia el interior. Clipo seguía ladrando.

-Vale capullo, ¿Dónde está Lulú?- Preguntó el gorila limpiándose de sangre su horrible traje rosa. Sebastián lo miró sin contestar. El mastodonte caminó hacía la habitación, allí estaba Lulú, desnuda, tapándose ligeramente los senos con una horrible manta azul.- ¡Vamos vistete puta, nos vamos!

-¡Yo no voy a ninguna parte!- Exclamó Lulú desafiante. Entonces el gorila encolerizó agarrando por el brazo a su chica. ¡Tú y yo nos vamos de aquí, y hasta que no me pagues lo que me debes no te vas a ninguna parte!

-Jajajaja, ¿Dónde te has comprado ese traje rosa tan espantóso?- Esta frase hirió sensiblemente aquel cuerpo colosal. El gorila no sonrió y miró hacia el suelo. Lulú sintió lástima, al fin y al cabo era su protector- ¡Vámonos anda!- Dijo ésta resignada. Buscó su ropa y salió por la puerta, junto al gorila. Sebastián continuaba tirado en el suelo. Lulú lo miró, sintió lástima. Se agachó y lo besó en la frente.

-Lo he pasado bien esta noche, gracias- Luego se incorporó y agarró al mastodonte del brazo, juntos salieron riendo. La última campanada se oía en la televisión del vecino, después vinieron los fuegos artificiales.
Clipo no era un perro valiente, se acercó a su dueño y rascándose la cabeza con la pata izquierda se tumbó a su lado. Los dos miraban al techo esperando encontrar respuesta. El disco había terminado, la radio se encendió automáticamente. Sonaba “Cant make a Sound” La voz hiriente de Elliot Smith otorgaba un final trágico al momento. Después Sebastián pensó en lo patética que podía llegar a ser la vida, entonces la guitarra eléctrica hizo un solo. Sebastián miró hacia arriba y sonrió.

martes, 20 de enero de 2009

Sinfonía de navidad. Parte V


Sebastián miró hacia la ventana, por un instante pensó en tirarse de cabeza y huir de aquella situación. Escapar era una idea que siempre rondaba su cabeza, el caso es que nunca supo como hacerlo. El timbre sonó, otra vez. Clipo ladró con rabia. Sebastián se levantó y abrió. Allí estaba ella, tan hermosa como imaginaba.
Ni siquiera sabía su nombre.

-¡Hola, soy Lulú!- Ya está, ya lo sabía. Lulú era muy guapa para su edad, superaba los cuarenta. Tenía una gran sonrisa en la cara. Sebastián seguía paralizado, asustado.-Bueno que, ¿me dejas pasar?

-¡Guau!- Avisó Clipo.

-Claro, pasa…- Contestó Sebastián irremediablemente frío.

-Eh, me gusta tu casa, es muy acogedora.

-¡Guau!

-Eh…

-¡Guau, Guau!

-¿De veras te gusta? La he decorado yo mismo a lo largo de los años. Aquí resido desde joven, vivía con mamá, después murió y remodelé la casa al completo.

-¿En serio? ¿No queda nada de tu vida anterior?

-¡No, claro que no! Cuando alguien muere hay que pasar página, acabas de viajar al futuro, ya, por más que lo desees, no volverá tu vida pasada.

-Vaya…-Exclamó Lulú pensativa. Llevaba dos minutos con aquel tipo y ya estaba hablándole de la muerte. ¡Menuda suerte tenia últimamente con los clientes! Los había conocido raros y más raros, este sin duda era del segundo grupo.

-Oye, ¿Te apetece beber algo? ¿Una copa?- Dijo Sebastián interrumpiendo ilusamente los pensamientos de Lulú. Clipo lo miraba orgulloso, al fin había despertado.

-Vodka con soda por favor- Contestó Lulú quitándose el abrigo.

Sebastián se movió de un salto hasta el mueble bar, Clipo subió al sofá.

-¡Clipo! ¿Qué haces? Baja de ahí inmediatamente, lo llenarás todo de pelo…

-¡Será gilipollas!- Pensó Clipo, ¿Desde cuando le había prohibido subir al sofá? Luego pensó que aquella fulana tenía la culpa de todo, si ella no hubiese aparecido ahora estaría revolcándose en su cojín tranquilamente.

-¡Clipo al suelo!- Gritó Sebastián.

¿Pero por qué le trataba como a un perro? Nunca lo había hecho. Clipo pensaba y pensaba mientras bajaba al suelo, hasta que aquella mujer lo interrumpió.

-¡Oye, no me has dicho como te llamas!

-Soy Sebastián- Dijo este con semblante serio.

-Encantada Sebastián- Lulú extendió su mano. La estrecharon. Es paradójico que dos personas que están a punto de intercambiar fluidos se aprieten la mano como si estuviesen firmando un tratado de paz. ¡Paz! Aquella noche no habría paz, era guerra lo que estaban firmando.
Lulú merodeó por el salón hasta llegar a los discos de vinilo.

-Eh, ¿Coleccionas discos de vinilo?

-Si, es una afición que tengo desde muy joven…

-Me encanta, ¡Me encanta la música! ¿Podrías poner alguno?

-Claro, elige el que quieras…

Lulú paseó la mirada, había demasiados… finalmente encontró justo el que quería.
Era uno de Jerry Lee Lewis, no se fijó en el nombre, pero lo que si vió es que Whole Lotta Shakin Going On era una de las canciones que podía oír.

-¡Quiero este!

-Buena elección Lulú- Contestó Sebastián. Se acercó a ella y le dio la copa. Después puso el disco. Clipo los miraba. Lulú se sentó a beber y miró la mesa llena de comida.

-¡Oh! ¿Todo esto lo has preparado tú?

Sebastián se sonrojó y asintió con la mirada- Es fin de año, algo especial habrá que hacer.

-Eres un encanto de hombre-Exclamó Lulú.

Sebastián pensó que aquella mujer era tan falsa como la nieve de su árbol de navidad. Pero al fin y al cabo ¿qué esperaba? Aquella situación estaba comprada, ella no estaba allí por él, lo estaba por un módico precio. Y hubiese preparado una cena o no, Lulú habría dicho igualmente que él era un tipo encantador.


Lázaro entró en el centro comercial. Su traje de Papá Noel cada vez parecía más naranja, incluso le dio la sensación de que era amarillo. Con paso tranquilo pasó frente al Mcdonalds y la tienda de cosméticos. Luego llegó a su sección “Perfumes”, allí no estaba Marisa, pero estaba el encargado, concretamente el capullo del encargado.
Lázaro rascó su espesa barba y suspiró. Aquel capullo ya lo había visto.

-¿Pero que broma es esta imbécil?

-¿A ti que te parece hijoputa?- Contestó Lázaro con los glóbulos rojos volando por su interior.

-¿Estás borracho?

-Es posible, estar borracho, no estarlo ¿Acaso importa?

-Eres un despojo humano Lázaro. Mírate, cada día que pasa vives menos, eres un muerto andante. Un zombi, ¿Qué sentido tiene una vida cuando la pasas vestido de Santa Claus y enganchado a una botella? Si al menos el traje fuera decente...- El encargado sonrió- ¿Para que has venido Lázaro? Tal vez quieras despedirte, porque te comunico que no hace falta que aparezcas por aquí el lunes. Ya se acaba la navidad y no nos hace falta un empleaducho como tú…

La gente compraba y compraba..., Lázaro estaba inmóvil, frente a su gacela.

-Pobre gacela…gacelita, te voy a comer- Pensaba su cerebro a punto de estallar.
Gacelita, gacelita, te voy a comer, te voy a zampar, te voy a devorar…
Lázaro vacilaba, tenía los ojos idos, casi en blanco. El encargado lo miraba perplejo.
Allí permanecían los dos quietos, sin que el mundo supiera que estaban allí.
Entonces Lázaro dijo...

-Gacelita…

Y el encargado respondió…

-¿Qué?

Y de Lázaro sonó un estruendo, un ruido que pareció hacer Bang.

Auhh-Gimió estúpidamente el gran jefazo. Luego se llevó la mano al estómago, brotaba sangre. ¡Ni siquiera parecía sangre!, era como un bote Ketchup reventado. Claro, aquel tipo no podía tener sangre en el cuerpo, aquel tío apestaba a Ketchup, era mierda artificial, era un subproducto sin corazón ni cerebro. Diseñado para mandar, diseñado para consumir.
Lázaro se asustó. Estaba pensando demasiadas estupideces, sería cosa de la bebida. Lo único que oía era gente gritando de un lado hacia otro. El encargado se desplomó.

-¡Suelta el arma!- Dijo una voz desde el más allá. ¿Sería Dios? Lázaro se giró para ver.

-¡Oh no!- Era un guardia de Seguridad gordinflón y aun más acabado que él. Sólo había que mirarle la cara para ver lo muy acojonado que estaba. Pobrecillo, apuntaba con la pistola temblándole las manos.

-¡Quieto o disparo!

-¿Quieto o disparo? ¡Que poca gracia coño! ¡Ese tío había visto muy pocas películas! ¿No sabía que a la hora de apuntar siempre hay que hacerlo con estilo? Ni siquiera tenía girada un poco el arma.
Lázaro volvió a sonreír y apuntó a aquel tipo. No quería dispararle, a él no, en el fondo era su hermano. Pero aquel hermano no lo amaba tanto, al menos eso demostró clavándole tres tiros en el hombro. Lázaro se desvaneció. La navidad había acabado.
Miró al techo, un globo con la cabeza del ratón Mickey volaba hacia arriba. El globo le devolvió la mirada desde arriba. Allí estaba él, era el protagonista, con su original y nunca visto traje naranja.

martes, 13 de enero de 2009

Sinfonía de navidad. Parte IV


Una sensación de cansancio envolvió a Lázaro. Después vino el desánimo y la fatiga.
Miró a mamá desolado ¡Pero que hija de puta era la señora Muerte! La más zorra de todas.

-Ay, Ay…-Aquello era lo único que se podía escuchar en la habitación. Era una mueca de dolor lo que se dibujaba en el rostro de mamá. Al principió Lázaro miró hacia su derecha, una chica joven, demasiado joven era la compañera de habitación. ¡Coño! ¿Pero que hacía allí aquella chica? ¿Qué hacía perdiendo el tiempo en una cama helada de hospital? Debería estar bailando, bebiendo y acostándose con sus amores de juventud. Mamá era vieja, el hospital estaba allí para ella.

-Ay, Ay…-Seguían los gritos destrozando la estabilidad del mundo. Lázaro no podía mirar a su madre, por eso observaba por la ventana. El tráfico, el cielo casi negro ya, tan negro como su vida.
Gritaba y gritaba, como un moribundo soldado en Vietnam. Por un momento pensó en taparse los oídos, pero le pareció una mala idea. Entonces el odio le dominó, miró a mamá y a la chica joven en la cama de al lado. Luego vino la sensación de calor y la desesperación ¡El mundo le debía algo!


-Supongo que esta noche será como la primera vez- Dijo Sebastián mirando a Clipo. Eran las ocho y media de la tarde. Quedaba poco, muy poco. La mesa estaba puesta, no faltaba absolutamente de nada. Incluso en el cuenco del perro había caviar esa noche.

-¿Qué pasa Clipo, no tienes hambre? Entiendo, prefieres esperar y cenar con nosotros ¿verdad? De acuerdo, veremos la tele mientras tanto, ¿te parece?

-¡Guau!- Contestó el perro.

-¿Por qué no?, seguro que ponen algo interesante.

-¡Guau, guau!

-¡Ah, que prefieres música! Te he captado Clipo, ¿y que disco quieres escuchar? Tengo uno de Leonard Cohen por ahí que no oímos desde hace mucho, mucho tiempo.- El perro se incorporó del sofá y miró a Sebastián con dureza. Claramente estaba cansado de la melancolía lacónica de Cohen.

-¡Está bien, está bien!- Contestó su dueño. Encenderemos la radio a ver que nos encontramos. Poco después sonaba una vieja canción de Nat King Cole…”Just you, Just me”

-¡Coño, que suerte!- Gritó Sebastián. Tanto él como Clipo adoraban la música de aquel mítico negro.- Oh compañero, si tuviésemos la misma suerte con las mujeres que con la música. Si tan sólo con apretar el botón sonara siempre la canción exacta que tanto nos entusiasma.

-¡Guau, guau, guau!- Y entonces llamaron a la puerta.

Lázaro corría por la calle como nunca su vieja barriga gorda y asquerosa se lo había permitido. La marabunta humana iba en su contra arrastrando regalos sobre los hombros. Desde la tienda de Loewe además de aire caliente salía una melodía que el viejo Santa Claus identificó como “Twist All Night” ¡Perfecto! Venía de un hospital dominado por la enfermedad y ahora se escuchaba una canción de Louis Prima. A veces la vida puede ser cruel y paradójica. Lázaro le plantó cara, si el mundo quería cínismo y ridiculez el sería el más cínico y cruel de todos.
Entró en casa, estaba sucia y desordenada ¿Le habían robado? ¡En absoluto! Todo estaba como lo había dejado, nada en su sitio, un completo caos. Buscó y buscó, debía estar por allí… ¡Pero un momento! ¿Qué estaba buscando? ¡Ah si, el traje viejo de Papa Noel! Lo tenía bajo la cama, tan sucio que en vez de rojo se había vuelto un naranja cálido desolador. Luego abrió el cajón y sacó lo que una vez se había prometido no volver a sacar. ¿La botella de ron? ¡No, no, aquella promesa no valía, sólo era metafórica! Esta vez iba en serio, agarró su 9mm Parabellum y se enfundó el traje naranja de Santa Claus, la barba blanca no la encontró. Le valdría la suya, negra y espesa como el vomito de un bebé. Luego salió a la calle, con la mano en el bolsillo caminó tranquilo. Andó y andó hasta llegar a los grandes almacenes donde trabajaba.
Allí iban a conocer al auténtico Lázaro, ese que había muerto pero que ahora, salido desde su tumba polvorienta volvía para vengarse. Entonces miró al frente y sonrió.


Clipo corrió hacia la puerta, sabía que era temprano. La invitada llegaba antes de tiempo. Con las orejas hacia atrás esperaba ansioso que Sebastián abriera. Lo cierto es que Sebastián se había quedado paralizado en el sillón. Sin mover un párpado.
Volvieron a llamar. Clipo ladró.

miércoles, 7 de enero de 2009

Sinfonía de navidad. Parte III





Clipo subió al sofá de un salto, tenía preparada siempre una manta para que no llenase de pelos el cojín. Sin duda era un perro bien educado, con sus defectos, pero al fin y al cabo era un buen animal. Sebastián también lo era, quiero decir que, era buena persona. Había hecho cosas a lo largo de su vida que no habían estado bien, pero ¿y quién no?
¿Acaso eres tú un ser libre de culpa? Aquella pregunta no podía desaparecer de su cabeza, sobre todo cuando caminaba por la calle paseando y miraba al resto de la humanidad con su caminar cansado.
En la calle podías encontrar la diversidad del rostro, la diversidad del mundo. Sebastián siempre intentaba profundizar en la existencia de los demás ¿Serían todos aquellos con los que se cruzaba iguales que él? ¿Tendrían los mismos tormentos, los mismos miedos? ¿Sufrirían de soledad , comprenderían su sentimiento de culpa ante la vida? Luego pensó que no, que él era una persona única e irrepetible. Quizás los demás sintieran algo de miedo, pero seguro que no de la misma forma.
Sin torcer la cabeza desplazó el ojo hacia el periódico, leyó el título que decía "Señoritas de compañía", y el estómago le tembló, estaba nervioso si, pero ya era demasiado tarde. A las nueve en punto una mujer desconocida llamaría a su puerta para acompañarle durante la última noche del año.


-¡Que puta mierda!- Dijo un borracho al otro. Lázaro los miró y sintió lástima. Se les iba, se les iba…

-¡Se os va….!- Gritó Lázaro desde un extremo de la barra. El barman lo miró con el rostro tranquilo.- ¡Se os va…! ¡Se os va…!- Exclamó de nuevo el Santa Claus maldito.

-¿Y qué se nos va buen hombre?- Preguntó el camarero.

-Se os va la vida y no os dais ni cuenta- Después eructó fuertemente y se resbaló en el suelo.- ¡Camarero…!- Gritó desde las profundidades, estaba completamente borracho. Luego se acordó de mamá. Todo el mundo lo miraba, todos aquellos a los que se les iba la vida…en un soplo, en un abrir y cerrar de ojos, como un pedo vaginal que se escapa por el aire, aquello era exactamente lo que representaba la vida para alguien como Lázaro.- ¡Mamá!- Pensaba en ella mucho, por ella y porque a esas alturas no se lo podía permitir agarró el taburete e intentó levantarse del suelo. Al principio dolía, pero al final consiguió ponerse en pie. Dejó unas monedas sueltas encima de la barra y salió del local. Aun era temprano, no más de las siete y media. La calle estaba fría-¡Coño que frío!- Pensó involuntariamente, después aceleró el paso. Llegaría al hospital, no quedaba muy lejos de allí, mamá se alegraría de verle.
Un árbol de navidad decoraba la plaza central, demasiada gente de aquí hacia allá.
Después entró en la recepción, ya no había celador, el régimen de visitas estaba permitido las veinticuatro horas del día. Odiaba aquel lugar, olía a muerte.
Pasó por delante de la capilla y siguió hasta el ascensor. Luego subió hasta la quinta planta. No entendía el por que, pero cada vez que pisaba el hospital se encontraba con gente despreciable, lo más bajo de la escala social, gente sucia, pobre y con mal gusto.
Lázaro se reflejó en un cristal al salir, se miró un instante antes de buscar la habitación de mamá.
Por el pasillo se cruzó con varias enfermeras muy jóvenes. Vestidas de azul una llevaba el pelo corto y moreno, la otra una cola recogida con melena lisa y rubia. Un par de bombones si, una pena que no vistiesen como en las películas con falda blanca y el típico gorrito con la cruz roja pintada en el centro.
Ya había estado allí varias veces pero siempre olvidaba el pasillo de la habitación.

-Perdonen señoritas, ¿La habitación 312?

-Justo el tercer pasillo a la derecha- Contestó amablemente la enfermera rubia. En cuanto se dieron la vuelta Lázaro hizo todo lo posible por no girarse, por no torcer su áspero cuello y plantar los ojos en sus redondos culos. Pero Lázaro no controlaba, nunca en su vida había llevado el control, siempre una marioneta de las mujeres, siempre una marioneta de mamá ¡Que demonios, siempre una marioneta del mundo!


Mamá no estaba bien. Había envejecido demasiado rápido. Apenas le quedaba pelo en la cabeza y una estúpida bata blanca cubría su demacrado cuerpo. Ni siquiera podía respirar por si sola. Un diminuto árbol de navidad, de plástico barato la acompañaba encima de la mesa. Sus piernas llenas de moratones indicaban la cantidad de picotazos que habían sufrido en los últimos días. Las agujas habían sido sus únicas amigas en la vejez.

-¿Qué tal mamá?- Dijo Lázaro, pero mamá apenas contestó. Los ojos se esforzaban por abrir, pero ya incluso aquello le costaba una eternidad.- ¡Mamá…!-Volvió a exclamar con un susurro. Entonces una especie de gemido salió volando hacia el techo.
Aún estaba allí, con él, como cuando lo acompañaba por las mañanas en el desayuno antes de ir al colegio.

viernes, 2 de enero de 2009

Sinfonía de navidad. Parte II

¡Que ilusión! Al fin, había pasado un año y allí seguía ella. Llena de esperanzas y llena de vida. Adoraba la navidad, desde niña, aun recordaba el olor a castañas y los coros de la calle San Luís cantando villancicos. Después miró el árbol que había comprado, la verdad es que era horrible, pero a ella le gustaba. Tenía un apartamento pequeño, aunque era confortable y además estaba en el centro de la ciudad ¿Qué más podía pedir?
Luego puso la radio, una estúpida canción sonaba, alegre y risueña, casi ilusa, así sonaba aquel disco y así era Lulú.
Mama, I am a big girl now!, eso parecía repetir el estribillo constantemente, no dominaba el inglés pero ¡por el amor de Dios! No era una palurda. Es cierto que podría haber estudiado una carrera si lo hubiese querido pero nunca le gustó demasiado sentarse en una mesa a leer y releer. Ella era una chica práctica, una mujer de la vida, no perdía el tiempo con nada ni nadie, el valor principal en su mundo era la independencia, y exactamente aquello fue lo que hizo en cuanto cumplió la mayoría de edad ¡Volar! Habían pasado más de veinte años pero Lulú no estaba triste, tal vez se arrepentía de muchas cosas, odiaba a la gente que siempre decía no arrepentirse de nada en la vida, como si ellos no cometiesen errores, como si aquellos errores se olvidaran con el tiempo ¡Idiotas!

Lulú se duchó, estuvo largo tiempo lavándose el cabello, luego lo secó con cuidado y preparó algo de almorzar. Mientras tomaba el postre se tumbó en el sofá a mirar la televisión, no le gustaba la programación, realmente tampoco tenía paciencia para aguantar una película hasta el final, ni siquiera los programas del corazón la entretenían.
No disfrutaba con los chismes ajenos, se aburría, se aburría mucho. Después pensó que sería buena idea salir a dar un paseo, seguro que el ambiente era agradable, iría sola, como siempre. Eso la entristecía, pero luego pensó que era una mujer afortunada. Buscó las llaves y abrió la puerta, en aquel preciso instante sonó el teléfono, después descolgó, tal vez fuese trabajo.


Sebastián volvió a mirar a Clipo a los ojos.

-¿Qué ocurre? ¡Vale si, de acuerdo! No puedo soportarlo más, lo necesito, se amigo que aun nos tenemos el uno al otro pero estarás conmigo en que no es suficiente, Clipo se perfectamente que me entiendes, te he visto girar nervioso cada vez que esa dálmata se acercaba a ti. Si, si, la dueña también es muy guapa, deberíamos formar equipo y saludarlas ¿verdad?- Sebastián dejó de hablar de repente, su mirada había chocado contra el espejo y se había visto reflejado, allí estaba él, hablando con un perro que seguramente no entendía ni una sola palabra de lo que le estaba diciendo.
Luego la televisión gritó, Sebastián cogió el mando y la apagó bruscamente. Rozó el pelo del perro suavemente y se levantó, pensó en la cena que prepararía para su invitada.