domingo, 28 de septiembre de 2008

Secuencia Cortometraje

Parece que esta vez es la definitiva, y podemos decir que tenemos un cortometraje practicamente acabado entremanos porque a las pruebas nos remitimos, ya poseemos más de una secuencia completamente acabada en postproducción.

La historia es de lo más simple, y es un homenaje a los grandes cineastas del cine negro de los últimos 20 años. Esta secuencia presenta a uno de los personajes femeninos "asesina a sueldo" que mata a sus víctimas a través de unas técnicas de lo más especiales.

Esperamos presentar nuestro humilde corto acabado en cuestión de semanas.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Greta, corazón de latón. Parte III



Un largo pasillo de flores muertas, imagen grabada en la retina de Don Jacinto que hasta a día de hoy continua atrayéndole y horrorizándole al mismo tiempo. Camposanto únicamente iluminado por la frialdad de la luna ¿Pero que hago yo aquí? Se preguntaba por cada aliento que expulsaba mientras en sus manos portaba la vieja grabadora de sonido. El negro, aquel fue el color predominante en un cementerio en el que ni siquiera los cipreses olían a vida.¡A si, ya lo recuerdo, estoy aquí por ella, por Gloria! ¡Por sus muslos, por su piel suave y por la madre que la parió! El bueno de Jacinto esperaba al menos que cuando saliera de aquel infierno recibiera un apasionado beso como sólo había podido ver hasta entonces en las salas de cine del pueblo.
Tras cinco minutos de carrera y corazón luchando por salir de las entrañas, el joven Jacinto es sorprendido por un extraordinario ángel de piedra. Sobrecogedora lápida le da la bienvenida, a pesar del miedo que siente puede leer la inscripción tallada en el frío mármol. "María Elena Luna" nacida el veintitres de marzo de mil novecientos setenta y dos y fallecida a la edad de catorce años el quince de abril de mil novecientos ochenta y seis. "Corre imbécil, corre" Es lo único que Jacinto puede escuchar en su interior, dejando la grabadora sobre la tumba de la niña sale despavorido sin pensar en nada ni en nadie antes de volver a cruzar los jardines y saltar el muro blanco como sólo un atleta del África occidental, habría sido capaz de hacer. A la salida le esperan todos con rostros de idolatría, todos salvo Gabriel, que lo mira inevitablemente con el dolor miserable de un perdedor que sufre de humillación. Pero al joven Jacinto lo único que le importa es el abrazo que recibe de Gloria, su piel rozando desnuda contra la suya y sus superlativos pechos recordándole que aquello de visitar el inframundo ha merecido la pena. Ni que decir tiene, que todo quedó allí, aquella noche, en aquel lugar, sería la última vez que abrazaría a Gloria. Poco después ésta no sería más que un nombre en la larga lista de amantes juveniles del pérfido Gabriel.
Don Jacinto dió un golpe hueco y seguro contra uno de los muebles oxidados del baño- ¡Maldita sea! ¿Por qué? ¿Por qué a él le había tocado asumir siempre el papel de perdedor? Estaba seguro de que en la vida también se podía ganar, que ya sea por el camino del bien o por el camino del mal, el hombre es capaz de triunfar si se lo propone ¿Entonces?¿Qué le había llevado al fracaso más rotundo en todos los aspectos de su existencia? La cosa estaba clara, su tendencia autodestructiva que tanto había disfrutado en sus años de juventud y que seguramente le acompañaría hasta el fin de sus días.-¿Bueno, pero y qué?
Ahora tengo a Greta y puedo ser el hombre más feliz del mundo sin ni siquiera proponermelo. Se acabó, ya ninguna mujer será capaz de meterme en el más oscuros de los cementerios.
A las dos y medía de la tarde Greta y Don Jacinto se encontraban en la librería de la calle principal. Sección de filosofía ella, sección de cine él. ¡Quién se lo iba a decir! Su amor de madurez visitando los estantes del fondo, sí, aquellos que se agolpaban en la sección de matafísica. Durante años Don Jacinto había paseado por delante de aquellos libros siendo él único tal vez que se proponía abrirlos y leerlos. Claro que también en alguna que otra ocasión se había topado con seres de su misma condición, hombres mayores con aspecto desaliñado, barba y pelo blanco.
En los últimos años, (sobre todo desde que la RoboticCorporation había establecido varías sedes en el país) era muy normal encontrarse por la calle con parejas extraordinarias. Abundaban los hombres pequeños, calvos y raquíticos acompañados de grandes bellezas rubias de pechos neumáticos. La gente tenía mal gusto sin duda, ¡que ropa, que peinados, que mujeres! No cabía duda de que aquellas féminas apasionadas pertenecían a la estirpe de la piel sintética, como Greta, y que todos aquellos hombrecillos, los mismos que visitaban los estantes sobre metafísica años antes, habían dejado sus aficiones literarias por aquellas otras mucho más libertinas. Y es que, si hace treinta años se hubiese hablado de relaciones sexuales entre hombres y máquinas los habrían tomado por locos.
Don Jacinto agarró a Greta de la mano, habían salido de la librería por una de las calles comerciales más concurridas de la ciudad, hacía una tarde agradable y el olor a dulces se dejaba escapar por una de las tiendas de golosinas. Fue al girar la esquina cuando fueron a topar con una de estas parejas disparatas.
-¡Señor Troncoso!- Gritó Don Jacinto maravillado.
-¿ Don Jacinto? ¡Oh, que grata sorpresa!- Exclamó el hombrecillo de baja estatura con el cual fueron a parar.
-¿Cómo tu por aquí? Creí que habías abandonado la ciudad hacía unos meses.
-Así fue, pero ¿sabes? Mi esposa murió no hace mucho y me encontraba demasiado solo en aquella metropolis tan desconocida y grande para mi. Necesitaba volver a mis raices, al barrio donde al fin y al cabo me crié. El Señor Troncoso era el conserje del último colegio donde Don Jacinto daba clases. Hombre mayor y entrañable siempre había poseido un encanto natural y campechano con el resto de personas, claro que ese encanto jamás le habría servido para llevar a su lado la belleza que en aquel preciso instante agarraba su brazo.
-¿Y ella es? ¿Es que no me la vas a presentar?- Exclamó Don Jacinto con un tono irónico pintado en el rostro. Aquella mujer era de ese tipo de féminas que poblaban las revistas eróticas de los años noventa. Seguramente podría haber protagonizado cualquier capítulo de la mítica serie "Los vigilantes de la playa". El bañador rojo le sentaría de maravilla.
-Perdona viejo compañero, ella es Irene- Don Jacinto la saludó con solemnidad. De sobra sabía que se trataba de un androide, pero ni se le ocurría mencionarlo en público. En aquella sociedad fría e hipócrita nadie hablaba de las relaciones entre humanos y robots, era tema tabú, prohibido y generalmente vergonzoso para una raza humana que por cada paso que daba iba olvidando la verdadera esencia del amor.
Encantado Irene, me agrada mucho conocerla, ella es Greta.- Las dos androides se saludaron besándose en las mejillas con una ingenuidad asombrasa. Aquello provocó un sentimiendo de lástima que recorrió las venas del profesor. Lo que más desgarraba el corazón de Don Jacinto es que aquellas máquinas nunca serían capaces de preguntarse por ellas mismas, por su origen y por el lugar que estaban ocupando en el mundo.