viernes, 20 de marzo de 2009

Carta a Gael

No es lo que pensáis, siento decepcionaros, pero no es lo que pensáis. Lo se Gael, no he tenido consideración, he sido un desalmado, un gamberro, una mala persona. Desde que guardé la chaqueta de pana negra lo he estado pensando. Mientras observaba el oxidado espejo del baño, cuando ordenaba las corbatas, los trastos viejos…me he escudriñado a mí mismo en tantas ocasiones que ya no me queda nada por descubrir.
Lo he guardado todo en cajas de cartón, en casa. He dejado una copia de las llaves bajo la alfombrilla, puedes quedarte con lo que quieras, el coche es tuyo, la colección de discos de vinilo también. Lo siento pero los rollos de película se los prometí a Angelique…por cierto, ¿Cómo está? Supongo que bien, sí, soy una mala persona ¡soy una mala persona! La culpa es mía, solo mía, pero vivir como un parásito es algo que mi mente ya no soporta. De todos modos siento decir que os equivocáis, no he dejado un bonito cadáver, no lo pienso hacer. Se que todos imaginabais un suicidio épico, una muerte estoica, ¡el nuevo Séneca! No, yo no quiero morir, yo simplemente huyo, huyo de todo, porque Nerón me persigue.
Pensarás que soy un cobarde Gael, se que lo piensas y te doy la razón, soy un cobarde mentiroso y cruel. Ahora te gustaría saber donde me encuentro, en que punto del mapa poso mis pies miserables mientras escribo ésta carta, pero ni siquiera yo mismo lo se, te podría decir que lejos, muy lejos, sólo veo montañas, bosques y laderas.
Aquí el aire es puro Gael, el aire es real, no vivo en una burbuja, en una nube de gas.
Se viejo amigo que ya me habías oído hablar de alguna que otra idea extraña. Pensamientos de volar y desaparecer tras el horizonte. Llevo tiempo ahorrando, esto no lo he planeado de la noche a la mañana. Gael, se que en el fondo me comprendes. ¿Y Angelique? Bueno, ella tal vez con el paso del tiempo…quien sabe, las mujeres nunca perdonan, las mujeres mueren con el rencor guardado en el corazón.
Aún recuerdo el día en que la conocí, sabías que me enamoraría de ella, había visto tantas películas sobre mujeres con acento francés fumando cigarrillos de liar que era cuestión de tiempo que mi delicado subconsciente no la descubriese en una calle solitaria de París. ¡Olalá! Siempre decía esa palabra, al principio, cuando ni siquiera nuestras manos se rozaban, cuando ni siquiera entendía una mísera palabra de lo que yo decía, ella siempre recitaba con graciosa voz un “¡Olalá!” embriagador.
Pero eso fue al principio de los tiempos, eso fue antes de que mi espesa mente se colapsara. Antes de que las noches frías y oscuras empezaran a ser frías y oscuras.
Se que piensas que soy estúpido, que tal vez esté atravesando una crisis pasajera, no, yo no tengo crisis, ¡esto es real! Por primera vez en mi vida he podido detener el tiempo, por primera vez he conseguido respirar y percatarme de que realmente estoy viviendo. Tu no has visto esto, tu nunca lo verás Gael, tu seguirás volviendo a casa cada noche con tu mujer y tus hijos y seguirás viendo el mismo programa de televisión. Y no te culpo, porque yo también añoro la televisión ¡Oh como la añoro maldita sea!
Gael, soy un cobarde miserable, pero si por algo he huido del mundo es porque realmente no lo soportaba más. ¡Yo soy un vitalista, yo no merezco quitarme la vida!
Simplemente es que el mundo me da miedo, me consumía, me devoraba.
Un día, mientras esperaba el metro me vi reflejado en una enorme cristalera, estaba solo, rodeado de cientos de personas, de miles, de millones de seres como yo, y seguía solo ¡Menuda farsa esta de las ciudades! ¡Como engañas Metrópolis!, con tus altos edificios de cristal, con tus cafés y tus restaurantes, con tus parques, con tus salas de ocio, con tus salas de conciertos, con tus discotecas colmadas de gente sola, sola sola.
Y es que verás Gael, a mi no me gusta tener un sentimiento hipócrita de soledad, yo prefiero la soledad real. Es esto justo lo que necesito, despertarme cada día tumbado en la hierba, ir al arroyo a nadar, caminar hasta cumbres borrascosas. Sí, es posible que un día vuelva, soy el tipo más inconstante que conozco, tal vez cuando lo haga sea demasiado tarde, tal vez vuelva como un naufrago olvidado, con una larga y espesa barba hasta la cintura. Espero que para entonces aún me recuerdes, Angelique ¡Oh Angelique! Si la hubiese conocido en mis años de juventud nada de esto habría ocurrido, pero ya es demasiado tarde Gael, ya mi “yo” está diversificado.
En el fondo he huido para ordenarme, para atrapar todas esas formas de “yo” que han ido desapareciendo de mí a lo largo de los años. Pienso encontrarlas una a una y ordenarlas, ponerlas una justo encima de las otras para que mi “yo” no sean varios, para que mi “yo” sea un “yo” único. Porque si yo no soy yo, ¿quien soy realmente?
Y es que yo me escapo porque en el fondo no tengo el valor suficiente de sobrevivir en esta jungla de asfalto. Porque sabes Gael, como yo, que lo importante en la vida no es la riqueza, ni la bondad, ni siquiera la inteligencia. Lo importante en esta existencia nuestra es el valor, el poder enfrentarse a los problemas, y a las situaciones adversas con todas las agallas que encontremos. Porque si un día en un incendio tuviésemos que quitarnos la chaqueta y rescatar a tal o cual chica dime, ¿Quién sería el primero que se atrevería? El caso es que yo me escapo para encontrar el valor, para encontrar la dignidad que a día de hoy he perdido por completo.
Y tu pensarás Gael que para mi problema lo mejor es un psicólogo o un psiquiatra o un psicoanalista ¡Dios santo que mas da! Que no hacía falta volverme un trotamundos, un indigente vestido con harapos sucios. Tú siempre lo miras todo por el lado científico de la vida Gael, pero no amigo, lo mío no es científico, lo mío es meta científico, o metafísico, o tal vez meta a secas, puedes quedarte con el nombre que más te plazca. Gael, lo que quiero decir es que lo mío va más allá de todo lo que puedas pensar.
Por otra parte quiero que sepas que te escribo como amigo, como compañero, porque eres el único que puede ponerse en mi lugar, aunque ni siquiera las razones que te haya dado sean razones suficientes para justificar mi fuga. Que te sirva al menos esta carta como mera señal de que sigo vivo, de que el mundo sigue sirviéndome de escenario, tanto a mí como a mis innumerables yo.
Por otro lado, es posible que no te vuelva a escribir, naturalmente porque el servicio de correos por estos parajes no abunda, porque por estas rutas salvajes sólo encuentro aves mensajeras, las cuales aún no he conseguido dominar del todo. Pero lo haré, algún día volveré a ser el niño que me vio nacer, el niño que volvió a la naturaleza, a hablar con los animales, a dar saltos hasta volar, a caerse sin hacerse daño, en definitiva a renacer, lejos muy lejos de todo aquello que a lo largo de mis cuarenta y cinco años me ha ido poseyendo, corrompiendo y desollando la piel. Lejos de toda moral, sólo con mi ética, con mi ética del deseo sin necesidad de pensar en nada ni en nadie, solo en mi. ¡Y es que me encanta ser un egoísta! En el fondo es lo que más me gusta.













lunes, 2 de marzo de 2009

Flujo de conciencia. Simón

Supongo que estas palabras van lanzadas a la nada, pues el blog que aquí relleno, parece estar cada día más muerto, a pesar de todo, su conservación es vital para mi persona. No podría vivir sin él, sin ordenar aquí todos y cada uno de mis "relatos", relatos ya, que ni siquiera son dignos de ser llamados de tal forma, quizá no-relatos sea la denominación adecuada. Y es que ya no escribo para terminar, escribo para vivir, supongo que así se hace el escritor, (quede claro que escritor es quién escribe, no quién publica y/o vende libros) de esta manera, y reanudando la marcha, dejo aquí el primero de una serie de monólogos interiores, formados por la mente de varios personajes de barrio, como el tuyo, como el mio, como el de cualquiera...



Simón



Si lo pienso bien, si de verdad me esfuerzo y cierro los ojos… puedo llegar a reconocer que no me gusta este lugar. Desde mi ventana sólo se aprecia la oscuridad. Seguramente viva en el último edificio, de la última calle, de la última ciudad ¿Y más allá que encuentro? ¡El vacío! ¡El puto vacío llamando a mi puerta!
Realmente no se si al resto de mis vecinos les asusta, tampoco es que me importe demasiado, seguramente mis vecinos sean gilipollas y ni siquiera lo sepan.
El caso es que a mí, la oscuridad me conmueve, me revuelve las tripas y no me deja respirar. Recuerdo la última vez que me acerqué hasta ella, hasta los límites del mundo, donde todo acaba, donde el velo oscuro de lo desconocido comienza.
Había una vieja parada de autobús, ¿es la última? Próxima parada ¡la nada! ¡Y un cuerno para vosotros! A mi no me obliga nadie a bajar, iré caminando yo solito hasta allí, haciendo como que no me importa, como si fuese un vecino iluso más.
Lo cierto es que al rozar mi mano con la verja, fría y rugosa, el mundo no me parece tan agradable. Ni siquiera la arena amarilla que resplandece con el sol puede verse en aquella oscuridad.
¿Y a veces me pregunto como el hombre continua el camino? yo mismo lo diré ¡el hombre prevalece! ¡El hombre, resiste y no se hunde! ¡Jamás! ¿Y los suicidas? ¡Bah! Los suicidas, esa voz mezquina que les guía…eso no es humano ¡no lo es! Pero yo les comprendo, es demasiado cruel vivir rodeado de tanta oscuridad, de tanto abismo demencial. Por la mañana al menos ves la arena, pero si te acercas a la frontera al atardecer, el corazón se vuelca, se niega a seguir palpitando. De noche, si prestas atención puedes diferenciar las luces del aeropuerto, de vez en cuando los aviones pasan bajo, pasan tan bajo que su luz ilumina la oscuridad, y entonces descubres, que allí, en lo profundo, las mujeres venden su carne, venden su alma.
¡Oh, supervivencia! Incluso las ves bailar, a pesar de los pesares, de las desgracias, de lo sucio, de lo grotesco, las mujeres bailan en la oscuridad. A veces pienso en la guerra, en los soldados jugando a las cartas entre batalla y batalla, bajo un mar de bombas ¡jugando a las cartas! Como si nada, ellas juegan a las cartas cada noche, aunque tengan que subir a un coche y agachar la cabeza. Entre las piernas, entre los muslos, ¡entre el ruin placer! Ellas conocen la oscuridad mejor que nadie, y yo me admiro por su fuerza.
Tal vez porque ellas mismas sean la noche, porque el color de su piel es negro como la muerte. Un día debo acercarme y hablar ¡sólo hablar! Pulsaré el botón y el desesperante autobús me dejará allí, en la nada. Y una de ellas me sorprenderá y me sonreirá, y entonces yo me asustaré. Lo se, me asusto mucho, tengo miedo. ¡Tengo miedo! Es normal, vivir en este lugar da pavor. Ni siquiera quedan azulejos en la pared. Se ve el esqueleto del edificio. Y yo antes correteaba por estas mismas calles, saltaba en los columpios oxidados, prevalecía, ¡Ahora también lo hago!, pero me permito al menos el gusto de admiradme, de no dar crédito a lo pensado, a lo visto. A que el paso del tiempo es cruel y los que no mueren se arrugan. ¡Que crueldad vivir aquí! ¡Que obsceno!