viernes, 23 de mayo de 2008

Misisipi Parte III. Final


Dilsey esperaba como cada noche en la puerta del porche. Charlie avanzaba sabiendo que aquella serenata de pasión sería embriagadora. Como alcohol correría el sudor de un cuerpo a otro. Su lengua inundaría de amor un pezón que se alegraba de verle.
Las piernas de Dilsey eran los paraísos perdidos y Charlie nunca había estado tan a gusto en medio de la nada. Ella tenía el pelo rizado y unos labios ¡Oh que labios!
Charlie era muy delgado, las plumas resultaban más pesadas que sus huesos. Aun así una fuerza divina le hacia levantar en peso a una mujer tan exótica como peligrosa.
Hacían el amor una y otra vez, sin darle importancia al tiempo, sin pensar en lo efímero de la vida, porque el orgasmo era una bomba de felicidad, una felicidad que nunca duraba, que siempre huía río abajo.

Frank dijo que el público estaba ansioso. Había corrido el rumor del talento que aquella guitarra desprendía y ahora todos querían escucharle. El humo decoraba el local, las cervezas volaban de una mano a otra. Todo el mundo quería ver a Charlie. Entre bastidores situaba su pajarita como nunca antes lo había hecho. Su guitarra lo miraba, su ritual de preparación no consistía más que en llevarse un cigarro a la boca y expulsar el humo mientras miraba los rostros del bullicio.
Frank salió al escenario jadeando un cúmulo de palabras vacías, de nada serviría presentar a Charlie como una estrella, su música era lo que realmente importaba, y el público sólo quería ser hipnotizado por aquel negro de sabe Dios donde.
Había venido el alcalde y la dama de honor de las fiestas del pueblo. Charlie tranquilo se terminaba de abrochar los últimos botones de la camisa. Esa noche se sentía especialmente inspirado, sabia que iba a dar ante todos un gran espectáculo, algo que nadie esperaría
El escenario quedó a oscuras, sólo un foco de luz iluminaba en forma de circunferencia la banca sobre la que se apoyaría. El silencio apareció, de un momento a otro la música comenzaría a volar por el lugar. Charlie como una sombra fantasmal se dejó ver ante la muchedumbre, comenzó a tocar.

La piel suave, así titularía el título de su nueva canción, lo acababa de decidir mientras acariciaba las nalgas de Dilsey. Juntos sudaban y gritaban contoneando sus cuerpos al ritmo de las libélulas del porche. En aquellos momentos de éxtasis Charlie entendía el milagro de la vida. Cuando estaba dentro de Dilsey el mundo recuperaba color.
La cama crujía, los muelles se estiraban despacio, apenas otorgaban un sonido apreciable en la cercanía. Dilsey y su pelo rizado brotaban rozándose despacio con las sábanas. Charlie respiraba fuertemente, aspiraba todo el aire de la noche. Los muelles aceleraban el compás.

La voz se esparció por el local llamando a la puerta de todos los oídos. Frank con un rostro estúpido dejaba entrever su entusiasmo con aquellos ojos de admiración que hablaban por sí solos. El público enloquecía, Charlie estaba tocando el mejor blues de la historia pasada, presente y futura.

Dilsey gemía, gemía, su corazón podría haber salido por la boca en aquel preciso instante, las uñas desollaban la fina espalda de Charlie, la cama crujía, crujía cada vez con más fuerza, si un ángel no bajaba del cielo y sujetaba aquella débil alcoba descenderían al más allá para seguir haciendo el amor entre las llamas del infierno.
Dos corazones a velocidad de vértigo… una voz que derribaba fronteras y un público que olvidaba sus miserables vidas con una música que nunca más se volvería a repetir.
Dilsey se desvanecía dejando caer su cabeza hacia atrás, su cuerpo desnudo era sujetado por el brazo de Charlie en medio del verano caluroso de Misisipi. La sangre fluía como fluía el río en época de diluvios…Charlie cantaba, su voz llegaba a lo más alto, un solo de guitarra lo siguió, entonces apareció la angustia, pero esta vez no era vital, la angustia era más desoladora que nunca. Charlie miró al frente, apenas sentía las cuerdas de su guitarra…Dilsey había alcanzado el mayor placer que se podía conocer…Charlie se desvanecía en el escenario antes de pronunciar la última sílaba de su canción. El foco de luz lo iluminó, sus ojos se tornaron en blanco, el bar fue invadido por la desolación.
Allí estaba Charlie, muerto con su guitarra en los brazos. El río continuó su marcha, esta vez uno de los troncos que flotaban en la superficie iba a parar a lo más profundo de las aguas.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Genial, simplemente genial.

Me ha encantado tu forma de fundir, de entremezclar, esas dos situaciones que se antojan tan parecidas ante el hombre que las vive.

Rasen dijo...

Perfecto, perfecto, perfecto.

Perfecta yuxtaposición de dos temas que se entrelazan en una impresionante cohesión, es como si las propias dos partes hicieran el amor/tocaran juntas un blues, no solo describiendo ambas sensaciones (que, tienes razón, son muy parecidas a decir verdad, y lo digo por experiencias en ambas) si no experimentándola la propia forma del texto.

Me recuerda a los leitmotivos de Wagner.

Maravilloso, un ejemplo con el que inspirarse.

Un saludo.

Rasen dijo...

Dios! y ese final a lo Wagner, esa redención del amor carnal y el espiritual...
Redencion que solo llega con la muerte...
genial...