martes, 10 de junio de 2008

Una historia real. Parte II

Jean-Paul desesperado y embriagado de la gran fortuna que proporcionaría llevar a aquel engendro al Viejo Continente se decidió y pidió la mano a José Somoza, padre de la niña, el cual pensando siempre en la felicidad de su hija, concluyó siendo realista que no se presentaría otra oportunidad como tal para que su niña formase una familia y con alguien tan exitoso y con tanta garantía como el Señor Babbage, y, humildemente, terminó aceptando exigiendo además, un importante tesoro.Cristina Somoza no alcanzaba el metro y medio, cubierta en su totalidad de pelaje largo y negro como el azabache, además tenía el rostro desfigurado por una inflamación descomunal de la encía y la mandíbula proporcionándole un aspecto bastante simiesco. Creo que no alcanzaba por aquel entonces los catorce años de edad y a pesar de ser totalmente consciente de todo aquello que le rodeaba a penas pronunciaba palabra.Se casaron en una pequeña parroquia en la que hubo también que pagar abundantemente para que aceptasen casar por la Iglesia Católica a la ya famosa Cristina, ante la emoción de sus cinco familiares consternados por ver cómo por fin su Cristina comenzaba una vida normal y como se merecía.
En el viaje marítimo de vuelta Jean-Paul pensó encerrarla en el camarote para guardar así el secreto y la sorpresa hasta llegar a Moscú donde soñaba con presentarla ante los zares, la ató con una soga a la pata de la cama y le daba de comer en un plato que le colocaba en el suelo. En más de una ocasión, el poco afortunado con mujeres y solitario señor Babbage la montó por detrás mientras la azotaba para someterla y reía y disfrutaba llamándola "perrita" o gritándole al oído "¡Yo soy tu amo, me has costado una fortuna!" mientras ella callaba e impregnaba las sábanas en lágrimas.
Al llegar a Moscú tras una tónica como la descrita que se alargó durante meses, se apresuró por presentarla a la Zarina y ante todo el pueblo ruso que pagase su correspondiente entrada para entrar a Palacio a ver "El Eslabón Perdido". La vistió con inmejorables galas y trajes de seda, su mirada era siempre cabizbaja y realmente recordaba al semblante de un simio que ha crecido entre los barrotes de un zoo.
Por consecuencias del azar o por afirmaciones del destino, Cristina en pocos días comenzó a engordar, llevaba consigo un gran secreto dentro, pero que ya comenzaba a ser inocultable. Babbage cegado en su nuevo status social rodeado de toda una compleja aristocracia rusa tardó meses en relacionar los constantes vómitos de Cristina con la incipiente barriga que le asomaba monstruosa entre el pelaje. El monstruo está embarazado.
Tan pronto como desarrolló su evidente conclusión, el Señor Babbage corrió poseso hacia la celda donde malvivía aquella niña inocente, ni le habló, le pegó y golpeó como nunca había hecho anteriormente, ella sangraba y lloraba en silencio tirada en el suelo, mientras él le pateaba la barriga con rudeza y contundencia, tan sólo una pregunta escapó de sus labios agrietados, susurrando, casi un suspiro: ¿por qué?
Más de un mes estuvo Jean-Paul pensando en la imagen que daría de sí mismo teniendo un hijo con aquel engendro, todo lo que había conseguido en cuanto a fortuna y prestigio por la borda, sólo por la culpa de aquella estúpida y falta de carácter criatura. Rezaba fervientemente tres veces al día para que al menos Dios, su Señor, le salvase de aquella tragedia. Y tras poco más de un mes, cuando Cristina parecía que iba a parir de inmediato e irremediablemente y cuyo suceso se había filtrado a toda la sociedad rusa e incluso europea, Babbage, hombre inteligente para los negocios, se le ocurrió la única idea ventajosa que se le podía ocurrir dada aquella bochornosa situación: Decidió vender entradas a precios desorbitados para ver parir al Simio de Moscú cómo ya lo llamaban entre el populacho.
Enseguida se vendieron todas las localidades y llegó el día del parto, sobre el escenario del teatro principal de la ciudad. En primera fila: Babbage flanqueado por la exquisitez social rusa de la época. Sobre las tablas: Cristina, un prestigioso veterinario horrorizado por todo aquello y una ayudante de éste.
El parto fue provocado, para que nadie hubiese pagado en vano su entrada, y dado al pequeño tamaño de la madre fue extremadamente peligroso y complicado. Tras algo más de 3 horas de tensión, se comenzaron a oír silbidos entre el público y al fin el Doctor Ivánovna pudo tomar entre sus manos un pequeño ser, cubierto en su totalidad de pelaje impregnado y endurecido en sangre y, por supuesto, inerte. Cristina perdió demasiada sangre y fue trasladada urgentemente a Palacio donde murió horas más tarde.
Babbage en el graderío, comenzó a llorar y multitud de personas intentaban consolarle por la muerte casi simultánea de su esposa y su recién nacido hijo, aunque lo que no sabían es que cada lágrima que desperdiciaba el francés era a causa de una importante pérdida de fortuna, popularidad e incluso futuro.
Ya volviendo a Palacio, Jean-Paul tuvo su última esplendorosa idea la cual le salvaría de la pobreza para siempre y resolvería todas sus tristezas, nada más llegar, pidió hacerse cargo de los cuerpos inertes de su mujer e hijo y los llevó ante el prestigioso embalsamador Alexis Vukicevic, éste, conociendo el caso de Cristina Somoza y las riquezas del Señor Babbage pidió un importante precio por sus servicios y prometió poder venir a recogerlos ya terminados pasados tan sólo quince días.
Y así fue, pasada la quincena volvió el señor Babbage al taller de Vukicevic, allí estaban, la sorpresa de Jean-Paul era indescriptible, parecían tener vida, el color, la postura… ¡El disecado había sido perfecto!
De tal manera fue como Jean-Paul Babbage mantuvo su fortuna y prestigio durante el resto de su vida, la cual la dedicó a mostrar a la familia Babbage inmóvil y sin vida pero vestidos con inmejorables galas y recreando escenas de lo más inverosímiles y cómicas.
Y es aquí donde dejo de escribir, pues el anciano Señor Babbage, trae hoy a la Plaza de San Francisco, acá en Sevilla, al eslabón perdido y su pequeña criatura. ¡No me lo puedo perder!

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