martes, 10 de junio de 2008

Una historia real. Parte I


Jean-Paul Babbage era un hombre rudo de aspecto serio, de rostro agrietado, piel como de lodo castigado hacía ya tiempo por el Sol, hijo del mundo y patriota de ningún país, nacido, según contaba, en algún pueblecito marinero de la Aquitania francesa. El pelo negro, moteado por canas, la piel morena y una nariz grande y aguileña que atendía tanto al tópico galo que debería figurar en la bandera tricolor.
Se consideraba cazatalentos y viajaba por medio mundo buscando personas con un "don" especial, un extraordinario físico como podía ser una pareja de hermanos siameses, algún cuerpo con extremidades de más, o cualquier otra irregularidad enfermiza en el cuerpo de un ser humano. Los exhibía. De esta manera el Señor Babbage consiguió reunir una importante fortuna, siempre aspiró a ser aceptado por la alta burguesía de allá donde iba, ansiaba conocer monarcas y que su nombre traspasase fronteras por todo el mundo. Pero por aquel entonces otro nombre comenzó a circular de voz en voz, con más velocidad y rotundidad que el del propio Babbage, era el de Cristina Somoza, una niña de unos 13 años de edad, que habitaba en Méjico, ella, según decían, era el eslabón perdido entre el simio y el hombre, una sorpresa macabra de la naturaleza. Jean-Paul, pensó que no podría dejar escapar un negocio como tal y se apresuró en viajar hasta el país azteca para conocerla. Se apresuró para tomar el primer barco que zarpase hacia Méjico y para ello tuvo que trasladarse hasta Burdeos, curiosa sorpresa del destino que debiese volver a su provincia natal para precisamente partir hacia otro lugar aún más lejano. Aspecto elegante, escaso equipaje y nadie en el muelle que le dedicase una despedida. El gentío se apelotonaba en cubierta mientras él se dispuso a leer sentado El Banquete de Platón, obra que jamás leyó más allá de las dos primeras páginas, pero que orgullosamente exhibía en sus manos, con mirada interesada y asintiendo con la cabeza, al igual que con otros dos libros filosóficos que le regaló el socio con el que fracasó estrepitosamente en su último negocio.
El viaje se hizo largo y fatigoso pero sirvió para conocer a gente de la que le gustaba tantísimo al Señor Babbage, como un famoso joyero holandés y un prestigioso ingeniero que estaba participando en la construcción de un modernísimo transatlántico llamado Titanic.

La llegada fue deseada pero cual fue su sorpresa que nada más llegar y localizar a su ansiada joya pudo ver como el director de un circo norteamericano se le había adelantado y había ofrecido una importante suma a la humilde familia de la niña, el trato estaba prácticamente cerrado, Babbage intentó igualarlo e incluso superarlo, pero la familia mejicana estaba totalmente convencida y decidida a ser fiel a su palabra.

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