sábado, 26 de abril de 2008

Misisipi Parte I


La piel oscura se roza suavemente con unas sábanas tan finas como sus pechos alados en busca del calor de mi lengua. Labios celestiales, pelo ondulado, parece un querubín negro de Dios. Enciende un cigarro, sus labios lo prueban pasando su saliva a mi boca. Le doy una calada y escupo el humo contra el sucio cristal de la ventana.



Charlie Gershwin había salido de aquel antro a la una y media de la madrugada, una carretera de albero polvoriento lo guiaba hasta el porche lleno de libélulas de Dilsey.
Su guitarra lo acompañaba en el trayecto, fumaba, fumaba demasiado últimamente, no podía quitarse aquel blues de la cabeza. Había jurado que vendería su al… ¡Charlie!
Últimamente su nombre se le repetía una y otra vez dentro de su cabeza. Al fondo una silueta de mujer sobresaltaba con una fuerte luz amarilla en la puerta del porche.


El puente rojo ocultaba bajo sus maderas un río que todos conocían pero que sólo Charlie recordaba con el nombre que le dieron los indios, Mici se-pe, Gran Río.
Verdoso con la luz del día y negro como el azabache cuando era observado por la luna.
Una suave brisa desplazaba los troncos y maleza que habían caído sobre la corriente.
Hacía calor, Charlie encendió un cigarrillo, los rayos de luz desprendidos por el sol invitaban a que unos gruesos goterones de sudor bajaran por su negra frente.
El blues, lo componía con cada paso que daba, aquella noche tocaría en uno de los bares del pueblo al que se dirigía. Tenía un contrato firmado para la noche del 7 de junio de 1936. Hacía lo que le gustaba y además le pagaban ¿Había una vida mejor? Seguramente si, pero él no la quería. Sólo había un pensamiento nauseabundo que le corrompía hasta las entrañas, moriría sin tener la certeza de haber tocado el mejor blues de este mundo.


La cama estaba sin hacer, Dilsey se desnudó mostrando un cuerpo que obligaba a cualquiera a pecar sin sentir ningún remordimiento. Sus nalgas duras y firmes formaban una figura admirable. ¡Que pechos, que culo! Si había algo que Charlie amaba por encima de la música era las mujeres. Desde muy joven le habían provocado respeto, podría pasar horas mirando un rostro femenino, podía pasar una eternidad acariciando sus curvas. ¡Que enigma tan grande el de la belleza femenina! Musas creadoras de sinfonías, maestras en el arte de hipnotizar. Dilsey abrió sus piernas, era una noche calurosa. Hicieron el amor hasta que los rayos del sol calentaron sus espaldas.
-¿No lo sientes nunca?- Preguntó Charlie sacando las cerillas del bolsillo de su viejo pantalón alargando el brazo sin levantarse de la cama. A su lado Dilsey lo miraba.
-¿A que te refieres?
- Al peso de la vida- Dilsey acariciaba el delgado brazo de su amante, no sabia que contestar ante tan extraña pregunta.- Hablo de angustia, angustia vital ¿me comprendes?- Lo cierto es que la dulce y joven Dilsey no tenia ni idea de que estaban hablando.
-No logro entenderte Charlie. ¿Te preocupa algo? Normalmente sólo sueles hablar de tu música.
-Mi música y tu, las únicas cosas en mi vida capaces de que esta angustia sea más llevadera.
-¿Pero de que angustia hablas? ¡Caray!- Gritó Dilsey completamente enajenada.
-Resulta que hay veces que cuando te levantas por la mañana, un peso abrumador te envuelve el estómago, los hombros te agotan como si transportases sobre ellos una gran carga y en la nuca una punzada constante te recuerda que sigue ahí. A lo largo del día la presión disminuye y poco se hace notar, pero sin embargo con la caída de la luz parece como si lentamente la angustia comenzase de nuevo a hacer acto de presencia, como si le gustase la oscuridad, lo sucio, lo triste.
-Estás paranoico ¿lo sabes?
-Seguramente, pero es en la paranoia donde mejor me siento.

1 comentario:

Unknown dijo...

Podría decirse que esa conversación está sacada de mi biografía xD

Muy buena actualización, se ha merecido la espera.

Un saludo!