martes, 30 de diciembre de 2008

Sinfonía de navidad





Si algo sabía él es que no se puede luchar contra el deseo. Por eso aquella noche se dejó llevar, sin importarle en absoluto las reglas, sin importarle lo que él mismo pudiese pensar de su reputación.
Buscó la correa en el perchero y silbó como de costumbre. Clipo apareció a sus pies con aquella larga lengua, el pelo lo tenía limpio y suave, ¡Era un perro enorme por el amor de Dios! Sebastián sabía que un animal de aquellas dimensiones no era habitual en un estudio tan pequeño, lo cierto es que Sebastián no tenía una vida habitual.
Clipo comenzó a girar sobre sí mismo, -Tranquilo chico, tranquilo…- poco después ya caminaban por el parque, todo era blanco y frío. Sebastián no recordaba un invierno tan crudo desde hacia años. Los chicos lanzaban bolas de nieve a la altura del estanque, Clipo ladraba. Luego pasaron por el quiosco de prensa. Sebastián compró el periódico y algo de tabaco. El año se acaba en un abrir y cerrar de ojos, aquel era el titular que abría la prensa el treinta y uno de diciembre. Sebastián pensó que era estúpido, pero irónicamente tenia razón, no sólo el año, su vida pasaba a una velocidad de vértigo y aún no era consciente del todo.
-¡Clipo, vámonos!- Gritó enfadado, pero… ¿Enfadado con quién, con qué? Que iba a saber él, Sebastián se sintió irritado, de repente odió más que nunca las celebraciones de fin de año, los estúpidos programas de fiesta y las uvas enlatadas sin hueso. ¡Pues se acabó! Después subieron a casa, Sebastián estaba molesto si, pero no tenía miedo, tenía todo el derecho del mundo a estarlo. Se sentó y abrió el periódico sobre la mesa, pasaba las páginas nervioso, tras un largo rato llegó a los artículos finales, sección de contactos. No estaba seguro, al principio miró en la parte superior, mujeres solas como él buscaban amistad. Aquello no le daba buena impresión, además Sebastián nunca sería amigo de una mujer, era un precio demasiado caro y jamás se lo podría permitir.
Luego pensó que tal vez lo que él necesitaba era otro tipo de amistad, alguna que fuera falsamente encantadora. Además, seguro que aquellas mujeres solitarias en el fondo no eran más que hombres de espaldas anchas buscando sensaciones nuevas. Sebastián era delgado y feo, no podría enfrentarse a una situación tan incómoda como aquella.
Después miró en la esquina inferior de la hoja, “Señoritas”, aquella palabra estaba sobreimpresionada en letras mayúsculas y en color rojo chillón. Sebastián miró a Clipo, Clipo miró a Sebastián, como si ambos se conocieran en profundidad, escrutándose con la mirada Clipo parecía dar carta blanca a la situación que estaba por llegar, como si estuviese permitiendo a su dueño largarse de casa y pasarlo bien por una vez.
Pero Sebastián no estaba loco, no dejaría a aquel perro, no lo abandonaría y mucho menos en fin de año, era su única familia, su amigo y protector. Después buscó un rotulador rojo y volvió a la página del periódico, con un círculo dejó marcado un número de teléfono, lo cerró y se dispuso a preparar el almuerzo.




¡Maldita barba blanca! Le picaba toda la cara y hasta las cuatro no acababa su turno.
Además la entrepierna lo estaba matando, le apretaba y todo el rato tenía que estar tirándose del calzón, lo cierto es que la imagen de Papá Noel rascándose los cojones molestó al encargado.

-¿Lázaro puedes acercarte un momento?- Dijo este escondido en el mostrador de perfumería. Lázaro ya sabía de qué iba aquello, ahora le endosaría el sermón típico para después lanzarle la última advertencia.- Lázaro, escúchame unos segundos, porque te lo voy a decir una y última vez .Deja de hacer gestos obscenos que perturben el espíritu navideño… en el centro comercial no queremos un Papá Noel borracho y miserable, aquí lo que nos interesa es el amor que podamos transmitir a los crios ¿Me entiendes Lázaro?¿ Qué ocurre si los niños se asustan porque el Papa Noel que nosotros les ofrecemos es más grotesco que amable? Pues yo te lo diré Lázaro, ocurre que los crios no quieren venir y por lo tanto los padres tampoco ¿Y qué pasa si los padres no vienen? Pues que los padres no compran, es así de sencillo compañero ¡Así que deja de una puta vez de rascarte las pelotas y dale a la campanita para que los niños quieran venir como locos a comprar al centro comercial!- Lázaro miró al encargado humillado, habría deseado reventarle la cabeza de un pisotón, pero por un momento intentó hacer desaparecer aquella macabra idea de su mente. La barba le seguía picando.
-¡Ah y otra cosa Lázaro!, que sea la última vez que te veo tonteando con Marisa mientras estás trabajando.- Aquello era cierto sí, no podía negar que mientras repartía caramelos había estado tirándole los tejos a Marisa, la chica del mostrador de perfumes Dior, pero por el amor de Dios, aquella chica…deberían haberla visto, culito respingón, melena rubia, ojos azules, tan típica que aburría, pero tan morbosa que había sacado del celibato al mismísimo Santa Claus -¡Y ponte derecha la barba joder!- Dijo el encargado abandonando la sección de perfumería. Lázaro se acababa de convertir en un Papá Noel aplastado.
En cuanto acabó su turno salió del centro comercial no sin antes dedicarle unas insinuantes palabras a Marisa, por si anteriormente no se ha recalcado Lázaro rozaba los cincuenta, Marisa apenas era una niña a punto de cumplir los dieciocho. Intentó invitarla a tomar algo, pero ésta tenía prisa aquella noche, tal vez otro día. ¡Claro, era la noche de fin de año! Una chica como ella tendría cosas que hacer, no iba a perder el tiempo con un tipo que en la cima de su vida aun seguía trabajando vestido de Papa Noel.
Lázaro salió al exterior, las calles estaban iluminadas, la decoración navideña quemaba sus párpados. Buscó en el bolsillo y encendió un cigarro. Después paró un taxi y subió.

-A la calle de los descubrimientos- Dijo Lázaro rascándose la nuca.

-Está prohibido fumar caballero- Contestó el taxista con el rostro decrépito.

Lázaro lo apagó en el cenicero de la puerta derecha y miró por la ventana. Una extraña niebla la había tomado con la ciudad. El taxímetro volaba.

-Perdone que vaya tan despacio, con esta puta niebla no veo nada.- Exclamó el taxista.

Lázaro asintió sin decir palabra. Después pagó la carrera y entró en el bar de todas las noches. Allí, se encontraban los mismos tipos de siempre. Ni siquiera en fin de año habían cambiado su rutina. ¡Maldita sea!

-Un Hot Russian camarero- Gritó Lázaro aparentemente sofocado. Después se sentó en la barra y allí permaneció hasta bien entrada la noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buf esto es una bomba para mi tío, es deprimente, el último. La mirada perro-hombre pega al lector, mágica, me gusta. Tengo que seguir leyendo, quiero! seguir leyendo las siguientes partes. Pero el último es muy deprimente tío. Me encanta leerte igualmente, mejor que leer otras cosas.