martes, 29 de julio de 2008

Greta, corazón de latón



Sentado en su viejo sillón de mimbre miraba inquieto aquella caja de madera que descansaba frente al televisor.
Había estado esperando ese momento desde hacía tanto tiempo que ahora no estaba seguro de dar el último paso.
¿Y si retrocedía? ¿Y si llamaba al servicio de correos y les decía que aquel pedido no era para él? ¡Que se habían equivocado!
Don Jacinto, que así era como lo llamaban sus alumnos vivía en una pequeña casita adosada a las afueras de la ciudad. Profesor de literatura, estaba divorciado y tenía dos hijos de veinte y dieciocho años Su pelo blanquecino le recorría desde la coronilla hasta la parte baja del cuello, un bigote alargado y bien peinado le daba un aspecto extravagante que lo hacía parecerse a los grandes pensadores del siglo XIX.
Distraido, miraba con el rostro perdido las estanterías llenas de libros y por que no decirlo, de polvo que rodeaban toda la estancia. Hombre siempre muy ordenado, tenía archivados todos aquellos recuerdos del pasado con étiquetas fabricadas por él mismo. A la derecha se podía buscar cualquier novela hispanoamericana, en la parte izquierda y junto a la ventana, las obras universales de la literatura alemana descansaban con un aire de majestuosidad que ya nadie apreciaba.
Aquellas palabras estaban muertas, todos sus libros estaban vacíos, el silencio de la escritura no provocaba más que dolor de oidos. Se recordaba a sí mismo en medio de una de sus clases recitando los versos del viejo Baudelaire sin ser atendido por nada ni nadie...cómo habría deseado tener alas y salir volando de aquella escuela mediocre.
Volvió a mirar la caja, calculando su altura pensó que tal vez fuese demasiado alta. Debía medir al menos dos metros de altura. En el exterior la palabra "frágil" la protegía de cualquier golpe externo. ¡Dios mio, la tenía allí delante! ¡Al fin! Ahora sentía miedo, por un lado ardía en deseos de abrir ese gran envoltorio que tapaba su vista, pero por el otro el terror se apoderaba de él. ¿Sería tan real como decían? ¿Qué le diría a sus amigos sobre el lugar de donde había salido? Pensándolo bien nada importaba ¡él no tenía amigos!
Decidido puso los pies tensos y estirados, abandonó el sillón y con paso seguro se dirigió hacia la caja, dos grandes lenguetas cerraban con seguridad aquel envoltorio. Apenas llegaba a la parte superior, su estatura nunca había sido muy alta, es por ello que temía que le superase en altura...eso habría sido un error, habría jurado que en el impreso de solicitud había pedido una estatura no superior al metro sesenta y dos. En fin, aquello lo comprobaría de inmediato.
Al abrir las lenguetas un escalofrío aterrador le recorrió el estómago ¿Dejaría de sentir de una vez por todas aquel horrible sentimiento de soledad? No, realmente no creia que nada de eso pudiera suceder,el mundo era oscuro y solitario, la vida un devenir constante que acababa con un último suspiro sin esperanza¿Qué salida había pues?
¡Resignación! Justo entonces pensó que debía quemar todos los libros de Schopenauer.
Dejando todas sus teorias pesimistas sobre la vida tiró el plástico de burbujas que cubría una caja que ya desde dentro se notaba fuerte y duradera. Un crital envolvía la parte interior.Transparente, se observaba una silueta en su interior, distorsionada por las pompas de aire aun no podía observar claramente los detalles de aquel, su último rayo de esperanza.
Don Jacinto respiró profundamente y decidió retirar definitvamente toda la sábana de plástico...¡Allí estaba! delante de sus humedecidos ojos ¡Era tan hermosa como jamás habría podido imaginar! Efectivamente su altura no superaba el metro sesenta y dos, lo indicaba un panel lateral con una flecha roja donde venían impresas las medidas.
Sus ojos permanecían cerrados, como si aun no hubiese nacido, como si aun no fuese consciente de lo que era el mundo.
¿Qué hacer en aquel preciso instante? ¿Cómo activarla? Las instrucciones que miró detalladamente no venían en castellano, con su torpe manejo del inglés Don Jacinto retiró todos los cartones de alrededor y buscó en la parte trasera del androide el botón de inicio. Este se encontraba justo en la zona del orificio auditivo.
Un mando a distancia servía de memoria para dar vida a aquel cuerpo aun yerto. "Name" eso decía con letras de imprenta la dichosa pantalla verde del mando. En aquel hueco debía escribir el nombre al que respondería aquella mujer artificial, aquel magnífico cuerpo que aunque falso, sería el deseo carnal de cualquier hombre terrestre.
-Greta, asi te llamaré- Dijo Don Jacinto mientras apretaba discretamente el botón. En ese instante la miró a los ojos, aun cerrados estaban a punto de hacer todos sus deseos realidad. Un cabello negro y suave le llegaba hasta la parte baja del cuello. Rostro fino y piernas largas, tenía una piel no demasiado morena, siempre le habían atraido las mujeres de piel blanca.
Al hablar con el ingeniero le pidió que tuviese cierto parecido a Marlene Dietrich, estuvo dudando si hubiera preferido el rostro casi angelical de Michelle Pfeiffer pero tras ver en el último ciclo de cine "Sed de mal" no lo dudó dos veces, pasaría el resto de sus dias junto a una mujer idéntica en belleza a su idolatrada actriz de los años cincuenta.
Greta vestía un traje negro de gala y un collar de perlas blanco.Don Jacinto creia que aquella indumentaria era inadecuada y ridícula, pero la empresa encargada de fabricar los androides los empaquetaba a todos vistiéndolos de la misma forma. Afortunadamente, la tarde anterior, Don Jacinto se había preocupado de comprar varias prendas femeninas a su gusto para vestir la que iba a ser su nueva compañera de ilusiones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

grandes textos, grandes historias, pequeña percha para tantas penas... me dejaré la chaqueta en el brazo, pa ir haciendo hueco.

me gustan.