sábado, 8 de noviembre de 2008

El Desconocido Final.


Se despidió del desconocido y ambos agradecieron el haber podido intercambiar una conversación tan grata.
-¡Adios compañero!- Dijo el extraño con una sonrisa en el rostro- Espero que nos volvamos a ver.
Simón sabía, y lo sabía muy bien que aquello jamás ocurriría, que sería la primera y última vez que vería a aquel extraño personaje, después se despidió y se asustó por haber sido tan amable en sus formas.


La ciudad a sus pies, eso pensó mientras caminaba por las zonas comerciales aun desiertas. Estaba cansado, con las manos en los bolsillos caminaba de forma cabizbaja, pensando tan sólo en Clara.
El autobus llegó pronto, saludó al conductor y se tumbó de forma descarada en uno de los asientos posteriores. Era el único ocupante que volvía a casa; el resto empezaba un largo camino hacia la monotonía, un largo camino hacia el infierno laboral. Se encontró con todos sus personajes de ficción. Mario, guarda de seguridad en un aparcamiento nocturno, milagrosamente había conseguido ese día el turno de mañana, cuarenta y cinco años, tres hijos y una madre enferma.
Laura, nacida en Colombia y empleada del hogar en una mansión señorial. Se encargaba de limpiar el culo a los hijos de uno de los Marqueses más importantes de la zona, representaba con sólo mirarla al neoesclavo de nuestros tiempos.
Jose Luís era un buen hombre, pero estaba en el paro y con la cincuentena llamando a su puerta. No esperaba ya mucho de la vida. En definitiva, aquella galería de perdedores pasaron ante los ojos de Simón como nunca antes lo habían hecho. Entonces se estremeció, le aterrorizó aquella visión tan cruel de la realidad, era como si estrujasen su cara contra un bordillo mugriento. Miró a través de la cristalera, el sol se dejeba ya ver con timidez; el día volvería a presentarse nuboso, lo sabía.
A las siete y cuarenta minutos de la mañana las llaves hacían contacto con la cerradura. Simón había regresado a casa. Clara seguía dormida, tenía el aspecto de una princesa hechizada. El frasco de pastillas rodaba en el suelo desparramando todas las píldoras de colores sobre la moqueta.
Simón la observó un instante, después la besó en la frente y se marchó a dormir.

3 comentarios:

Unknown dijo...

De los mejor que has escrito. Te has hecho de rogar, pero al final has decidido soltarlo todo como un volcán en erupción. Sin aviso ni tregua.

Anónimo dijo...

Joder, es bueno!! Estoy un poco más introyectivo de lo normal pero esta corta y minima última parte me ha dado mucho que pensar, me ha hecho detenerme y descender a capas profundas de mí. Condensado está, el sentimiento en aquello que escribiste en un autobus hacia Tomares. No te extrañe que vuelva otra vez a leerlo y ha dejar otro comentario. De corazón.

Unknown dijo...

Envidia te tengo Martín. ¿Acaso no es la tarea del artista el que el espectador se replantee a sí mismo?