miércoles, 7 de enero de 2009

Sinfonía de navidad. Parte III





Clipo subió al sofá de un salto, tenía preparada siempre una manta para que no llenase de pelos el cojín. Sin duda era un perro bien educado, con sus defectos, pero al fin y al cabo era un buen animal. Sebastián también lo era, quiero decir que, era buena persona. Había hecho cosas a lo largo de su vida que no habían estado bien, pero ¿y quién no?
¿Acaso eres tú un ser libre de culpa? Aquella pregunta no podía desaparecer de su cabeza, sobre todo cuando caminaba por la calle paseando y miraba al resto de la humanidad con su caminar cansado.
En la calle podías encontrar la diversidad del rostro, la diversidad del mundo. Sebastián siempre intentaba profundizar en la existencia de los demás ¿Serían todos aquellos con los que se cruzaba iguales que él? ¿Tendrían los mismos tormentos, los mismos miedos? ¿Sufrirían de soledad , comprenderían su sentimiento de culpa ante la vida? Luego pensó que no, que él era una persona única e irrepetible. Quizás los demás sintieran algo de miedo, pero seguro que no de la misma forma.
Sin torcer la cabeza desplazó el ojo hacia el periódico, leyó el título que decía "Señoritas de compañía", y el estómago le tembló, estaba nervioso si, pero ya era demasiado tarde. A las nueve en punto una mujer desconocida llamaría a su puerta para acompañarle durante la última noche del año.


-¡Que puta mierda!- Dijo un borracho al otro. Lázaro los miró y sintió lástima. Se les iba, se les iba…

-¡Se os va….!- Gritó Lázaro desde un extremo de la barra. El barman lo miró con el rostro tranquilo.- ¡Se os va…! ¡Se os va…!- Exclamó de nuevo el Santa Claus maldito.

-¿Y qué se nos va buen hombre?- Preguntó el camarero.

-Se os va la vida y no os dais ni cuenta- Después eructó fuertemente y se resbaló en el suelo.- ¡Camarero…!- Gritó desde las profundidades, estaba completamente borracho. Luego se acordó de mamá. Todo el mundo lo miraba, todos aquellos a los que se les iba la vida…en un soplo, en un abrir y cerrar de ojos, como un pedo vaginal que se escapa por el aire, aquello era exactamente lo que representaba la vida para alguien como Lázaro.- ¡Mamá!- Pensaba en ella mucho, por ella y porque a esas alturas no se lo podía permitir agarró el taburete e intentó levantarse del suelo. Al principio dolía, pero al final consiguió ponerse en pie. Dejó unas monedas sueltas encima de la barra y salió del local. Aun era temprano, no más de las siete y media. La calle estaba fría-¡Coño que frío!- Pensó involuntariamente, después aceleró el paso. Llegaría al hospital, no quedaba muy lejos de allí, mamá se alegraría de verle.
Un árbol de navidad decoraba la plaza central, demasiada gente de aquí hacia allá.
Después entró en la recepción, ya no había celador, el régimen de visitas estaba permitido las veinticuatro horas del día. Odiaba aquel lugar, olía a muerte.
Pasó por delante de la capilla y siguió hasta el ascensor. Luego subió hasta la quinta planta. No entendía el por que, pero cada vez que pisaba el hospital se encontraba con gente despreciable, lo más bajo de la escala social, gente sucia, pobre y con mal gusto.
Lázaro se reflejó en un cristal al salir, se miró un instante antes de buscar la habitación de mamá.
Por el pasillo se cruzó con varias enfermeras muy jóvenes. Vestidas de azul una llevaba el pelo corto y moreno, la otra una cola recogida con melena lisa y rubia. Un par de bombones si, una pena que no vistiesen como en las películas con falda blanca y el típico gorrito con la cruz roja pintada en el centro.
Ya había estado allí varias veces pero siempre olvidaba el pasillo de la habitación.

-Perdonen señoritas, ¿La habitación 312?

-Justo el tercer pasillo a la derecha- Contestó amablemente la enfermera rubia. En cuanto se dieron la vuelta Lázaro hizo todo lo posible por no girarse, por no torcer su áspero cuello y plantar los ojos en sus redondos culos. Pero Lázaro no controlaba, nunca en su vida había llevado el control, siempre una marioneta de las mujeres, siempre una marioneta de mamá ¡Que demonios, siempre una marioneta del mundo!


Mamá no estaba bien. Había envejecido demasiado rápido. Apenas le quedaba pelo en la cabeza y una estúpida bata blanca cubría su demacrado cuerpo. Ni siquiera podía respirar por si sola. Un diminuto árbol de navidad, de plástico barato la acompañaba encima de la mesa. Sus piernas llenas de moratones indicaban la cantidad de picotazos que habían sufrido en los últimos días. Las agujas habían sido sus únicas amigas en la vejez.

-¿Qué tal mamá?- Dijo Lázaro, pero mamá apenas contestó. Los ojos se esforzaban por abrir, pero ya incluso aquello le costaba una eternidad.- ¡Mamá…!-Volvió a exclamar con un susurro. Entonces una especie de gemido salió volando hacia el techo.
Aún estaba allí, con él, como cuando lo acompañaba por las mañanas en el desayuno antes de ir al colegio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder tío, aun más deprimente, estas manejando mucho la simultaneidad de personajes no? La parte del principio me gusta, acertaste, la heterogeneidad del yo frete al mundo pienso es una d las reflexiones estrella de paseo y ventana de autobus. Hablando tecnicamente, el elemento narravtivo del perro me parece fabuloso, mucho más en literatura que en cine. No sé si soy yo al leer o tú al escribir pero el pasaje de las enfermeras tiene mucha fuerza visual. Quiero saber omo acabará todo, aunque tanto tú como yo sabemos que acabará como empezó. Un saludo compañero.