-¿No te apetece cenar?- Dijo Sebastián con una sonrisa estúpida en la cara.
-Claro, estoy hambrienta- Contestó Lulú entusiasmada. En el fondo le había caído bien aquel tipo, parecía agradable, tal vez demasiado tímido. A este paso no llegarían nunca a la cama…
-He cocinado langosta, ¿Te gusta? También he preparado algunos canapés.
-¡Estupendo!-Voy a ir probando- Lulú se acercó a la mesa. Clipo la miraba con desconfianza. Sebastián la deseaba, la deseaba, ¡La deseaba ya! No podía esperar más, quería tocarla, quería acostarse con ella. Ni pagando le salían bien las cosas. En realidad confiaba en que ella se acercara primero. Por eso no intentó besarla. Esperaría a cenar. Lo curioso es que el tiempo voló egoístamente. Una velada estupenda, hablaron de música, de arte, de la vida…aquella mujer era una puta si, pero menuda puta.
-Oye... ¿quieres que vayamos al dormitorio?- Preguntó Lulú. Sebastián no contestó.
Se agarraron las manos. Clipo miraba la imagen desde el suelo. Juntos desaparecieron por el pasillo. En efecto, aquello era como la primera vez.
Luego se tiraron en la cama. Todo era perfecto, ¡Que bonito! Que maravillosa historia de amor, falsa pero encantadora. Justo lo que necesitaba, justo lo que desde hacia tanto tiempo ansiaba. Lo que Sebastián ignoraba es que Lulú se sentía insoportablemente cómoda con él. Nunca lo sabría. Aquella situación era diferente al resto. Sebastián no era como los demás hombres, no era como las demás personas, era un ser especial. Lulú lo pensaba mientras se ponía sobre él. No se lo dijo, nunca lo sabría, nunca lo sabría.
Hicieron el amor salvajemente como dos enamorados ardientes. Sebastián se emocionó.
Entonces llamaron a la puerta. La última noche del año, y alguien, además de ellos no estaba en casa preparándose para recibir el año nuevo.
-¿Quién podrá ser a estas horas?-Preguntó Sebastián perplejo. Lo cierto es que además de extrañado estaba jodido, y más jodido de lo que creía. Le habían interrumpido en uno de los mejores momentos de sus últimos siete años. La televisión del vecino se escuchaba. Las campanadas romperían en breve dando la bienvenida al nuevo milenio.
Sebastián buscó las zapatillas y se dispuso abrir.
-¡No abras Sebastián!- Gritó Lulú agarrándolo del brazo.
-¿Por qué no? Insisten demasiado, puede ser una emergencia…
-¡No lo es, estoy segura!
-Puede que el edificio esté en llamas, vamos Lulú, ¡sueltame el brazo!
Clipo ladró, y entonces Jerry Lee Lewis volvió a cantar, debían arreglar aquel tocadiscos. Sebastián caminó hacía la entrada y abrió la puerta. Lo que encontró tras ella desapareció rápido de su campo de visión, un gran puño, tosco, grueso y animal rompió su nariz. Sebastián se desvaneció en el suelo. La sangre brotaba como un poema celestial. Un mastodonte de al menos veinte metros de altura lo pisó cruelmente colándose hacia el interior. Clipo seguía ladrando.
-Vale capullo, ¿Dónde está Lulú?- Preguntó el gorila limpiándose de sangre su horrible traje rosa. Sebastián lo miró sin contestar. El mastodonte caminó hacía la habitación, allí estaba Lulú, desnuda, tapándose ligeramente los senos con una horrible manta azul.- ¡Vamos vistete puta, nos vamos!
-¡Yo no voy a ninguna parte!- Exclamó Lulú desafiante. Entonces el gorila encolerizó agarrando por el brazo a su chica. ¡Tú y yo nos vamos de aquí, y hasta que no me pagues lo que me debes no te vas a ninguna parte!
-Jajajaja, ¿Dónde te has comprado ese traje rosa tan espantóso?- Esta frase hirió sensiblemente aquel cuerpo colosal. El gorila no sonrió y miró hacia el suelo. Lulú sintió lástima, al fin y al cabo era su protector- ¡Vámonos anda!- Dijo ésta resignada. Buscó su ropa y salió por la puerta, junto al gorila. Sebastián continuaba tirado en el suelo. Lulú lo miró, sintió lástima. Se agachó y lo besó en la frente.
-Lo he pasado bien esta noche, gracias- Luego se incorporó y agarró al mastodonte del brazo, juntos salieron riendo. La última campanada se oía en la televisión del vecino, después vinieron los fuegos artificiales.
Clipo no era un perro valiente, se acercó a su dueño y rascándose la cabeza con la pata izquierda se tumbó a su lado. Los dos miraban al techo esperando encontrar respuesta. El disco había terminado, la radio se encendió automáticamente. Sonaba “Cant make a Sound” La voz hiriente de Elliot Smith otorgaba un final trágico al momento. Después Sebastián pensó en lo patética que podía llegar a ser la vida, entonces la guitarra eléctrica hizo un solo. Sebastián miró hacia arriba y sonrió.
-Claro, estoy hambrienta- Contestó Lulú entusiasmada. En el fondo le había caído bien aquel tipo, parecía agradable, tal vez demasiado tímido. A este paso no llegarían nunca a la cama…
-He cocinado langosta, ¿Te gusta? También he preparado algunos canapés.
-¡Estupendo!-Voy a ir probando- Lulú se acercó a la mesa. Clipo la miraba con desconfianza. Sebastián la deseaba, la deseaba, ¡La deseaba ya! No podía esperar más, quería tocarla, quería acostarse con ella. Ni pagando le salían bien las cosas. En realidad confiaba en que ella se acercara primero. Por eso no intentó besarla. Esperaría a cenar. Lo curioso es que el tiempo voló egoístamente. Una velada estupenda, hablaron de música, de arte, de la vida…aquella mujer era una puta si, pero menuda puta.
-Oye... ¿quieres que vayamos al dormitorio?- Preguntó Lulú. Sebastián no contestó.
Se agarraron las manos. Clipo miraba la imagen desde el suelo. Juntos desaparecieron por el pasillo. En efecto, aquello era como la primera vez.
Luego se tiraron en la cama. Todo era perfecto, ¡Que bonito! Que maravillosa historia de amor, falsa pero encantadora. Justo lo que necesitaba, justo lo que desde hacia tanto tiempo ansiaba. Lo que Sebastián ignoraba es que Lulú se sentía insoportablemente cómoda con él. Nunca lo sabría. Aquella situación era diferente al resto. Sebastián no era como los demás hombres, no era como las demás personas, era un ser especial. Lulú lo pensaba mientras se ponía sobre él. No se lo dijo, nunca lo sabría, nunca lo sabría.
Hicieron el amor salvajemente como dos enamorados ardientes. Sebastián se emocionó.
Entonces llamaron a la puerta. La última noche del año, y alguien, además de ellos no estaba en casa preparándose para recibir el año nuevo.
-¿Quién podrá ser a estas horas?-Preguntó Sebastián perplejo. Lo cierto es que además de extrañado estaba jodido, y más jodido de lo que creía. Le habían interrumpido en uno de los mejores momentos de sus últimos siete años. La televisión del vecino se escuchaba. Las campanadas romperían en breve dando la bienvenida al nuevo milenio.
Sebastián buscó las zapatillas y se dispuso abrir.
-¡No abras Sebastián!- Gritó Lulú agarrándolo del brazo.
-¿Por qué no? Insisten demasiado, puede ser una emergencia…
-¡No lo es, estoy segura!
-Puede que el edificio esté en llamas, vamos Lulú, ¡sueltame el brazo!
Clipo ladró, y entonces Jerry Lee Lewis volvió a cantar, debían arreglar aquel tocadiscos. Sebastián caminó hacía la entrada y abrió la puerta. Lo que encontró tras ella desapareció rápido de su campo de visión, un gran puño, tosco, grueso y animal rompió su nariz. Sebastián se desvaneció en el suelo. La sangre brotaba como un poema celestial. Un mastodonte de al menos veinte metros de altura lo pisó cruelmente colándose hacia el interior. Clipo seguía ladrando.
-Vale capullo, ¿Dónde está Lulú?- Preguntó el gorila limpiándose de sangre su horrible traje rosa. Sebastián lo miró sin contestar. El mastodonte caminó hacía la habitación, allí estaba Lulú, desnuda, tapándose ligeramente los senos con una horrible manta azul.- ¡Vamos vistete puta, nos vamos!
-¡Yo no voy a ninguna parte!- Exclamó Lulú desafiante. Entonces el gorila encolerizó agarrando por el brazo a su chica. ¡Tú y yo nos vamos de aquí, y hasta que no me pagues lo que me debes no te vas a ninguna parte!
-Jajajaja, ¿Dónde te has comprado ese traje rosa tan espantóso?- Esta frase hirió sensiblemente aquel cuerpo colosal. El gorila no sonrió y miró hacia el suelo. Lulú sintió lástima, al fin y al cabo era su protector- ¡Vámonos anda!- Dijo ésta resignada. Buscó su ropa y salió por la puerta, junto al gorila. Sebastián continuaba tirado en el suelo. Lulú lo miró, sintió lástima. Se agachó y lo besó en la frente.
-Lo he pasado bien esta noche, gracias- Luego se incorporó y agarró al mastodonte del brazo, juntos salieron riendo. La última campanada se oía en la televisión del vecino, después vinieron los fuegos artificiales.
Clipo no era un perro valiente, se acercó a su dueño y rascándose la cabeza con la pata izquierda se tumbó a su lado. Los dos miraban al techo esperando encontrar respuesta. El disco había terminado, la radio se encendió automáticamente. Sonaba “Cant make a Sound” La voz hiriente de Elliot Smith otorgaba un final trágico al momento. Después Sebastián pensó en lo patética que podía llegar a ser la vida, entonces la guitarra eléctrica hizo un solo. Sebastián miró hacia arriba y sonrió.
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