martes, 13 de enero de 2009

Sinfonía de navidad. Parte IV


Una sensación de cansancio envolvió a Lázaro. Después vino el desánimo y la fatiga.
Miró a mamá desolado ¡Pero que hija de puta era la señora Muerte! La más zorra de todas.

-Ay, Ay…-Aquello era lo único que se podía escuchar en la habitación. Era una mueca de dolor lo que se dibujaba en el rostro de mamá. Al principió Lázaro miró hacia su derecha, una chica joven, demasiado joven era la compañera de habitación. ¡Coño! ¿Pero que hacía allí aquella chica? ¿Qué hacía perdiendo el tiempo en una cama helada de hospital? Debería estar bailando, bebiendo y acostándose con sus amores de juventud. Mamá era vieja, el hospital estaba allí para ella.

-Ay, Ay…-Seguían los gritos destrozando la estabilidad del mundo. Lázaro no podía mirar a su madre, por eso observaba por la ventana. El tráfico, el cielo casi negro ya, tan negro como su vida.
Gritaba y gritaba, como un moribundo soldado en Vietnam. Por un momento pensó en taparse los oídos, pero le pareció una mala idea. Entonces el odio le dominó, miró a mamá y a la chica joven en la cama de al lado. Luego vino la sensación de calor y la desesperación ¡El mundo le debía algo!


-Supongo que esta noche será como la primera vez- Dijo Sebastián mirando a Clipo. Eran las ocho y media de la tarde. Quedaba poco, muy poco. La mesa estaba puesta, no faltaba absolutamente de nada. Incluso en el cuenco del perro había caviar esa noche.

-¿Qué pasa Clipo, no tienes hambre? Entiendo, prefieres esperar y cenar con nosotros ¿verdad? De acuerdo, veremos la tele mientras tanto, ¿te parece?

-¡Guau!- Contestó el perro.

-¿Por qué no?, seguro que ponen algo interesante.

-¡Guau, guau!

-¡Ah, que prefieres música! Te he captado Clipo, ¿y que disco quieres escuchar? Tengo uno de Leonard Cohen por ahí que no oímos desde hace mucho, mucho tiempo.- El perro se incorporó del sofá y miró a Sebastián con dureza. Claramente estaba cansado de la melancolía lacónica de Cohen.

-¡Está bien, está bien!- Contestó su dueño. Encenderemos la radio a ver que nos encontramos. Poco después sonaba una vieja canción de Nat King Cole…”Just you, Just me”

-¡Coño, que suerte!- Gritó Sebastián. Tanto él como Clipo adoraban la música de aquel mítico negro.- Oh compañero, si tuviésemos la misma suerte con las mujeres que con la música. Si tan sólo con apretar el botón sonara siempre la canción exacta que tanto nos entusiasma.

-¡Guau, guau, guau!- Y entonces llamaron a la puerta.

Lázaro corría por la calle como nunca su vieja barriga gorda y asquerosa se lo había permitido. La marabunta humana iba en su contra arrastrando regalos sobre los hombros. Desde la tienda de Loewe además de aire caliente salía una melodía que el viejo Santa Claus identificó como “Twist All Night” ¡Perfecto! Venía de un hospital dominado por la enfermedad y ahora se escuchaba una canción de Louis Prima. A veces la vida puede ser cruel y paradójica. Lázaro le plantó cara, si el mundo quería cínismo y ridiculez el sería el más cínico y cruel de todos.
Entró en casa, estaba sucia y desordenada ¿Le habían robado? ¡En absoluto! Todo estaba como lo había dejado, nada en su sitio, un completo caos. Buscó y buscó, debía estar por allí… ¡Pero un momento! ¿Qué estaba buscando? ¡Ah si, el traje viejo de Papa Noel! Lo tenía bajo la cama, tan sucio que en vez de rojo se había vuelto un naranja cálido desolador. Luego abrió el cajón y sacó lo que una vez se había prometido no volver a sacar. ¿La botella de ron? ¡No, no, aquella promesa no valía, sólo era metafórica! Esta vez iba en serio, agarró su 9mm Parabellum y se enfundó el traje naranja de Santa Claus, la barba blanca no la encontró. Le valdría la suya, negra y espesa como el vomito de un bebé. Luego salió a la calle, con la mano en el bolsillo caminó tranquilo. Andó y andó hasta llegar a los grandes almacenes donde trabajaba.
Allí iban a conocer al auténtico Lázaro, ese que había muerto pero que ahora, salido desde su tumba polvorienta volvía para vengarse. Entonces miró al frente y sonrió.


Clipo corrió hacia la puerta, sabía que era temprano. La invitada llegaba antes de tiempo. Con las orejas hacia atrás esperaba ansioso que Sebastián abriera. Lo cierto es que Sebastián se había quedado paralizado en el sillón. Sin mover un párpado.
Volvieron a llamar. Clipo ladró.

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