jueves, 16 de abril de 2009

El funeral. Parte I


René acaba de llegar del norte. Después de un largo viaje se deja caer sobre el sillón aterciopelado de la habitación. Ni siquiera ha tenido tiempo de soltar las maletas en casa. Todo fluye, al menos eso piensa cuando observa el centro de flores situado sobre una de las diminutas mesas de madera. Un periódico abierto descansa a su lado, alguien lo ha estado leyendo .El tío Luis leía mucho.
Murió ayer, el tío Luís murió ayer, no volverá a leer el periódico, todo fluye, eso piensa René mientras se acaricia, con cierto tono de nostalgia, su largo cabello negro.
La habitación está repleta, a muchos los conoce, a otros no. El ambiente es solemne, no le gusta, René detesta los funerales, ¡nadie adora los funerales! Se dice a sí mismo excusándose del peso terrible que siente sobre la nuca. Por un momento cierra los ojos con fuerza e intenta desaparecer de allí, tal vez llegue a una ciudad desconocida, una ciudad repleta de vida, de tráfico y de mujeres. No quiere estar en este lugar, lo desorienta, le rompe el género de vida. No puede asistir a ningún funeral porque la armonía de su mundo se deteriora, se resquebraja como una estatua vieja de porcelana. Lo pensaba en el tren y lo piensa ahora. La muerte es obscena, la muerte es un despropósito, una vergüenza.
Su primo Jesús descansa a un lado, tiene los ojos en blanco y la boca abierta. La cabeza inclinada hacia atrás da muestras de que ha pasado gran parte de la noche en vela. Ni siquiera se ha percatado de su llegada. En un sofá, justo en la parte posterior de la cristalera donde reposa tío Luis, una mujer de pelo rubio y rizado agarra por las manos a Dora. A la mujer de melena rizada no la conoce, no la ha visto jamás. Dora es la esposa de tío Luis, tiene el rostro pálido y decrépito. Apenas llora, tal vez no le guste llorar en público. René no llora, le gustaría pero no puede. Sólo llora por las noches. Enroscado y con una sensación de ahogo insoportable.
Un tipo gordo y bajito enciende un cigarrillo, fuma con ansiedad. Seguramente sea un viejo amigo de tío Luís. Fuma deprisa porque como René, siente el peso de la vida en los funerales. El tipo se acerca a tía Dora y le da un tímido abrazo, seguidamente le dice que lo siente, que Don Luís era un tipo ejemplar, un carácter de los que no abundan.
René sonríe, se pregunta si cuando el muera todos harán lo mismo, si todos hablarán bien de él. No somos nada, un día estamos tranquilamente paseando por el campo, y al otro…René observa el techo mientras escucha las reflexiones del tipo gordo.
Tío Luís murió mientras paseaba, en un sendero perdido del bosque. Tenía cincuenta y cuatro años y estaba sano. Al menos eso parecía, un infarto al corazón hizo que se desvaneciera en medio de la nada. Ahora está en una caja de madera, seguramente sea madera, René aún no se ha levantado del sillón para comprobarlo. Tiene miedo de acercarse al cristal y descubrir en que consiste eso de la muerte.
Una vez un vio un gato muerto, pero de eso hace mucho tiempo. No es lo mismo ver a una persona, es diferente, realmente no lo sabe porque nunca ha visto ninguna.
La habitación sigue abarrotada. Por la puerta entran un grupo de jóvenes, seguramente sean de su misma edad, ninguno supera los treinta. Se trata de tres chicas rubias y un tipo delgado con el pelo de punta. René no los conoce, por eso los mira fijamente, seguramente sean más compañeros de trabajo. Dora se levanta y los saluda con la mano, su rostro ahora se ha vuelto rojo, tiene la piel seca. La mujer del pelo rizado no se separa de ella.
El primo de René despierta en el sillón, lo observa y se gira para saludarlo. A pesar de ser primos no tienen ninguna confianza, de hecho, René apenas sabe nada de su vida. No son la familia unida que sale por televisión. Jesús se inclina y en un momento suspendido, ambos quedan uno frente al otro en posición perdida. Jesús extiende la mano y René abre los brazos con intención de darle un cariñoso abrazo. Deben verse más a menudo, tienen la misma sangre y apenas se conmueve al tocarlo, Jesús es un completo desconocido, tal vez en su juventud habían jugado juntos pero ahora…ahora no queda nada. Todo fluye, nada sobrevive.
René se interesa por el estado de ánimo de éste. Jesús está acostumbrado a la muerte, cuando tan sólo tenía seis años, perdió a su madre. Su madre era la hermana de tío Luís. René supone que ahora están en el cielo como dicen, y que la salvación eterna está asegurada, no hay nada de que preocuparse.
-¿Quieres un café?- Pregunta Jesús con el rostro visiblemente agotado. René no es un gran admirador del café pero bebería orina de burra con tal de salir de la habitación.
Ambos pasan entre el bullicio de personas que han asistido al funeral y salen por la puerta siguiendo el pasillo que les conduce hasta la cafetería. Por el trayecto René puede observar las diferentes estancias acomodadas para el resto de fiambres que no han sobrevivido al día de hoy. En las puertas puede leerse el nombre de cada uno de ellos. Una diminuta etiqueta blanca los identifica, puedes averiguar al menos si se trata de un hombre o de una mujer. Si caminas despacio puedes descubrir a los familiares agolpados alrededor del cristal. Unos lloran, otros no. René piensa que unos nacen para llorar y otros…otros sencillamente no pueden llorar. No es que no quieran, el está seguro de que están deseando hacerlo, pero hay algo físico, tal vez un defecto de fábrica que lo prohíbe.
La cafetería está abarrotada, no es lo que se dice una sala de fiesta pero la gente come sosegadamente. Los rostros son largos, casi tocan el suelo. Una familia china se agolpa alrededor de una mesa mientras untan mantequilla en una tostada recién hecha. Todo fluye, es el pensamiento que René no puede hacer desaparecer de su cabeza. Al fin y al cabo ellos siguen vivos, la tragedia puede ser abismal pero Penélope seguiría tejiendo si Ulises hubiese sido devorado por el canto de las sirenas.
-¿Café con leche?- Pregunta Jesús animado. René lo piensa mejor y se arriesga a pedir un Vodka con soda. Teme que su primo lo mire mal, al fin y al cabo están en un funeral, beber debería estar obligado. Jesús guiña un ojo y al rato vuelve con dos copas, René se alegra de la complicidad establecida.
-¿Has encajado ya el golpe?- Los ojos de Jesús miran hacia el suelo mientras se tira de la camisa para quitar las arrugas. René teme la conversación, teme que su mundo interior se desmorone, no quiere jugar al juego de los sentimientos sobre la mesa, al fin y al cabo, y aunque no llore, todo esto le sobrepasa. Primero porque se trata de tío Luis y segundo porque se trata de la muerte. Prefiere mirar la copa de Vodka y beber. No quiere recordar, ¡es injusto! Si su tío ya ha perdido todo rastro de memoria el también debería poder hacerlo. En cambio ahora todo es nuevo. Antes sólo conocía la muerte a través del gato que vio cuando era niño. También está la televisión, pero la muerte en televisión está seguro René de que no es verdad. Esas cosas no pasan, se dice a sí mismo una y otra vez. De hecho, tío Luís no está dentro de esa caja de madera, si es que es realmente madera. Tío Luís está paseando por el bosque y todo esto es una broma. Es un teatro sentimental, nunca antes había disfrutado tanto con una obra. Los actores son geniales, su primo Jesús, bueno, antes pensaba que trabajaba en un taller de mecánica, no conocía sus dotes como actor de reparto en una tragedia así. ¿Y el tipo gordo? Ese rufián no está adulando la memoria de su tío porque su tío no está muerto. El tipo gordo habla mal, le clava puñaladas por la espalda porque tío Luis es un hombre más, una persona cualquiera en un mundo cualquiera. No ha sido santificado por la muerte ¡es mentira!

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