viernes, 3 de abril de 2009

¡Mala Vida! Parte II


Rubia y de piel áspera, miraba a Hermes descaradamente, Cecilia no se había percato, yo si. Poseía un tono despreocupado, distante al principio, intimidatorio después, aquella chica de melena larga, era Rosa, la hermana mayor de Cecilia.
Rosa, que vivía sola en un piso de la calle Ilusiones, era profesora de geografía e historia. Al principio en un colegio mayor. En sus años de interina había sido tutora tanto de Hermes como de Simón.

-¡Buenas noches chicos!- Dijo Rosa sorprendiendo a Cecilia por la espalda.
-¡Rosa!- Dijo esta sobrecogida. La miró apagando los ojos rápidamente, los mismos ojos de erotismo que unos minutos antes habían estado desnudando la piel de Hermes.

-¿Qué hace mi querida y ex profesora favorita deambulando por un sitio como este?-Preguntó Hermes clavándole la mirada.

-No sólo los jóvenes ibais a tener derecho a vivir…

-¡Lo tenemos, lo tenemos! De los veinte a los treinta es la edad para hacerlo todo, de llegar al éxito o morir en el intento. Si no has aprovechado, lo siento, una mujer como tú debería estar ya en casa reconsiderando que el tiempo se acaba.

-Hermes, siempre me gustó tu humor, creo que por eso aprobaste mi asignatura, no fue gracias a tus calificaciones precisamente…

-Siempre copiaba Rosa, y lo sabías- Exclamó Simón desde el otro lado de la mesa.

-Hola Simón, ni siquiera te he saludado, te pido perdón. Tú…, Daniela, ¿Qué tal?-
Daniela la miró entonces con la conciencia perdida, definitivamente tenía un pie en la tierra y el otro en un sueño etílico. Rosa me miró, tal vez conocía mi cara pero en ese momento no me recordaba. Aún recuerdo como nos presentaron, la saludé y luego nos invitó a unirnos a su grupo. Sus amigos se iban pronto, pero ella no dudaba en seguir con la fiesta. Tenía el piso cerca del café, no lo pensó ni un instante, nos invitó a subir.

Era un piso enorme, quiero decir, apenas parecía la casa de un funcionario. Tenía un pasillo alargado, como aquellos de las mansiones encantadas, lo cierto es que aquel lugar no daba precisamente miedo. Fijándome en la decoración pude comprobar que si Cecilia me parecía boba, su hermana debía serlo aún más. Se puede averiguar mucho sobre las personas según la casa en la que vivan. En el balcón tenía un maniquí con una extraña peluca rubia. Estaba vestido como un payaso. Aquello si me llegó a asustar. Un ladrido me distrajo, era Lucio, el perro de Rosa, un chucho color marrón con aspecto simpático, ladraba hacia una especie de veleta multicolor que giraba en la terraza junto al maniquí.
El salón era pequeño. Tenía una discreta biblioteca donde pude observar alguna obra interesante, me llamó la atención un ejemplar de “Las 120 jornadas de Sodoma” Aquella chica leía a Sade y en francés, ¡y yo sin saberlo!
Encima de una pequeña mesa de madera había un ordenador portátil, Hermes fue el primero en sentarse y comenzó a indagar en los archivos ocultos del aparato. Lo que realmente no sabía éste, es que donde estaba indagando y sin quererlo, era en la oscura mente de su antigua profesora de Geografía e Historia. En las carpetas censuradas pobladas de pensamientos prohibidos.
Mientras todos se acomodaban alrededor del mueble bar decidí recorrer el pasillo y dejarme llevar hacia las profundidades de aquella cueva misteriosa. Al pasar por una de las oscuras habitaciones un suspiro pareció llamarme desde la penumbra. Era Simón y estaba tumbado sobre una cama. Me hizo pasar sin hacer ruido, aquella cama no habría tenido nada de misterioso si no fuese porque era una cama de agua. Nunca habíamos visto nada igual, nos revolcamos alegremente como dos niños pequeños en un parque de atracciones. Simón ya no recordaba su arte ni sus fracasos, sin embargo Daniela seguía en su mente, me lo confirmaban sus ojos.
Me incorporé rápidamente y comencé a escudriñar el lugar. Todo elemento allí presente poseía una estética descaradamente retro. Parecía que aquello era la habitación de Rosa. En un lado de la pared pude descubrir un cartel de “La pequeña tienda de los horrores” al otro, un mueble repleto de discos de vinilo. Indagando descubrí desde la discografía completa de Pink Floyd hasta los vinilos menos recordados de Stevie Wonder. Aquella chica parecía tener buen gusto, pero mi mente ya no lo asumía, era la hermana de Cecilia y el maniquí del balcón seguía diciéndome que estaba ante una persona de una superficialidad egoístamente cruel.
De repente y sin avisar, Cecilia apareció en la habitación, Simón continuaba tumbado bocarriba con los brazos abiertos y mirando hacia el techo estrellado. Yo continuaba manoseando indiscriminadamente los discos de Rosa.

-¿Qué hacéis aquí imbéciles?- Gritó Cecilia mirándome directamente a los ojos.

-Simón no se encuentra bien, lo estoy ayudando…- Dije sonriendo. Pero ella no me creyó, no era tan tonta como parecía. Agarré a Simón y lo llevé hacia el salón, recorriendo de nuevo el desierto pasillo. Allí estaban todos. En el sofá Hermes bebía un líquido blanco, Bayleis seguramente, Rosa a su lado reía, ¡reía mucho! También miraba con ansias a Hermes, con el mismo ansia que Cecilia lo había estado mirando horas antes en el café. Daniela fumaba, y también bebía, y luego fumaba y después seguía bebiendo, y sus ojos parecía que iban a estallar. Allí todos resultaban estar locos, bueno, todos menos Simón que seguía deprimido. Su rostro era el de un caballero medieval abatido por la muerte de su esposa. Abatido por la muerte de Daniela, una mujer a la que nunca besaría porque ella viajaba por otra órbita, por otra dimensión. Resultaba que cuando el iba, ella venía, y cuando el era sol ella era luna. Era imposible, hay amores imposibles y Simón lo sabía.
Cecilia miraba a su hermana con aire desconfiado, algo no le gustaba. Seguramente pensaba que Rosa se sentía atraída por Hermes, aquello parecía tan extraño, tan bizarro… Al fin y al cabo Rosa tenía treinta y dos años y Hermes diecinueve, nadie habría dado un céntimo por aquella atracción fatal. Lo cierto es que Cecilia decidió dejar de espiar a su hermana y fue al lado de Daniela, le robó la copa de las manos y comenzó a beber. Simón se acercó a mí, con el rostro decrépito y triste me dijo:

-Me siento una mala persona…- Simón tenía aquellos arrebatos de tristeza. Era una persona inestable y tendía a ver la vida como un oscuro mundo de pesadillas, un enorme vertedero en el que sobrevivir. Era un pesimista, era débil, aquello se notaba porque cada vez que te daba la mano apenas la apretaba, no hacía ni el miserable intento de hacer fuerza. Mientras te agarraba miraba hacía abajo con el rostro de un cachorro abandonado .Con sus formas te decía claramente que su existencia la sobrellevaba como buenamente podía. Que era un desgraciado, un tipo sin suerte y una mala persona que se merecía todo aquello y más.
Después lo miré con ojos compasivos, sólo podía darle ánimos, al fin y al cabo era un buen amigo, depresivo y desquiciado había compartido con él grandes momentos vitales, no iba a permitir que sus crisis espirituales nos alejasen del buen camino. Miré a Daniela, reía a carcajadas, sabía que Simón la adoraba, pero no le importaba, tampoco la culpé, ella se ocupaba de Cecilia-corazón roto y yo de Simón-corazón triturado, no había mucha diferencia, salvo que Cecilia era algo boba y mi amigo no.
A las cinco de la mañana, la vorágine se situó sobre nuestras cabezas. Una lluvia agresiva salpicó los cristales de la habitación. Estábamos en medio de aquella fuerza de la naturaleza, expuestos a su furia, el viento soplaba y nos arrastraba, el viento soplaba con fuerza y empujó a Rosa hacia Hermes, y a Cecilia hacía la desconfianza familiar, hacia la traición, hacia la desdicha. Daniela definitivamente estaba poseída por el alcohol.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Mujeres...

j.blesa dijo...

Maravilloso tío. Simon está coseguidísimo. Aprecio marcas personales, "ojos de erotismo" "calle Ilusión", el caso es que leyendote uno se hace una idea de tu cosmovisión. Esto marcha.