miércoles, 1 de abril de 2009

¡Mala Vida! Parte I





Pero está bien tener proyectos, quiero decir que…es importante tener siempre barro entre las manos, yo a mi barro lo llamo ilusión, lo llamo inspiración porque… ¿Si no tienes un proyecto de vida, que tienes?
Y de aquella forma, sin avisar fue como apareció Hermes atravesando la puerta del café una noche cualquiera de primavera. Ojos hundidos, expresivos y melancólicos, había venido en su antigua motocicleta rodeado de escapes de gas, contaminación acústica y un sin fin de cláxones hiperactivos pisándole los talones.

-¡La gente es imbécil! Siempre con prisa, con lo bonito que es vivir la vida suspirando, haciendo explotar todas las sirenas y bocinas del mundo. ¿Tu que piensas Simón?

Simón, delgado, mirada triste, pelo liso y despeinado, estaba sentado a mi derecha, apenas rozaba los veinte años, compañero de clase durante los tiempos de facultad era una especie de bohemio frustrado, su sueño era ser artista, su gusto por el arte contemporáneo lo había llevado a construir todo tipo de figuritas de cartón asegurando que aquello provenía de dentro, de su mundo, un mundo interior tan rico y personal que lo había hecho saltarse todo el proceso, había pasado de estudiante a genio incomprendido obviando el aprendizaje intermedio.

-Yo pienso…pienso mucho, a veces me duele la cabeza, no debería pensar tanto- Contestó Simón mientras buscaba un cigarrillo en el bolsillo de su chaqueta.
Hermes lo miró aún desde la puerta, sin buscar una silla para unirse a la velada. El ambiente en el local estaba cargado y Simón cerró fuertemente los ojos, después me miró, y exclamó- Los únicos proyectos que me interesan a mí, son los proyectos de mujer, lo demás cada día me importa menos…

-¿Y qué hay de tu arte Simón? ¿Piensas dejarlo a un lado? ¿Piensas obviarlo para siempre?

-Puedo afrontar ser un artista fracasado, un poeta maldito, puedo aceptar no tener trabajo ni dinero, incluso no me importaría volverme loco un día de estos, pero lo que no pienso tolerar Hermes, es fracasar con las mujeres.

Hermes agarró fuertemente la silla de al lado, la situó con el respaldar en su torso y pidió una cerveza al camarero. Una canción de Franz Ferdinand sonaba en el ambiente. La puerta de la calle volvió a abrirse, Hermes seguía el ritmo con el pie mientras giraba la cabeza para averiguar quien aparecería tras la cristalera. Era Daniela, amiga de Simón, tal vez una de las tipas más extravagantes y hermosas que mi joven mente recordaba. Lo que más llamaba la intención es que su pelo era rosa, y seguramente habría pensando que el pelo rosa era lo más horrible si no fuese porque ella lo llevaba. Daniela, nunca la toqué pero su piel era suave, muy suave, estoy tan seguro como seguro estaba de que Simón la amaba en secreto desde hacia años, mucho antes de que yo llegara a este lugar, justo antes de que Hermes se convirtiera en el galán pretencioso y despistado que tanto le gustaba representar.

-¿Qué tal chicos? ¿Me invitáis a un Vodka con limón?- La tipa del pelo rosa era lista, ni siquiera había soltado su bolso y ya pedía la bebida más cara que podían servir en el café. Simón se levantó y la besó en la mejilla, Hermes lo miró, yo lo miré, estábamos seguros de que aquella noche Simón se arruinaba. La amaba, la idolatraba. Pero Daniela era una chica de carácter, una niña de papá inmadura y descerebrada, no pensaba en el amor, no pensaba en la vida, pensaba en vivir. Era guapa y lo sabía, lo sabía y aprovechaba su situación. Por eso siempre bebía hasta el amanecer, por eso siempre llegaba a casa borracha. Porque era joven, porque tenía un cuerpo bonito y porque le gustaba hacerlo. Simón despareció entre la multitud, buscaba un Vodka para Daniela mientras ella se sentaba a mi lado. Hermes la miró con repulsión, años atrás también la había deseado, pero aquello ya era historia.

-Bueno Daniela, ¿Qué tal la tarde, de que sorprendente lugar procedes?

-¿De dónde procedemos? He ahí una pregunta que atormenta al hombre desde tiempos inmemoriales- Daniela no podía evitar el contestar sarcásticamente a todo lo que se le preguntaba, mientras lo hacía liaba un porro con técnica asombrosa.- Pues verás Hermes, esta tarde no tenía ningún plan, así que salí a la calle sola, segura de que alguna situación extraordinaria me ocurriría, y efectivamente no estaba equivocada ¿Recuerdas las casas viejas del centro? Pues he conocido a unos tipos muy interesantes, filósofos de la vida, viven allí…viven allí sin preocuparse por nada, no pagan impuestos, no tienen deberes ni tareas, la única tarea y el único deber que ellos conocen es el deber de vivir.

-¿También tienen el pelo rosa?

-¡Muy gracioso Hermes! No, no lo tienen rosa, el de ellos es naranja…

-¡Lo sabía! No entiendo por que esta chica siente esa atracción atroz hacia los tintes de pelo imposibles...- Exclamó Hermes mientras yo sonreía al otro lado. Al mismo tiempo Simón aparecía con las manos envueltas en un mar de líquidos etílicos.

-¿Vodka con limón?- Preguntó con la pasmosa seguridad de que Daniela gritaría…

-¡Aquí!

- Decía Daniela que esta tarde ha conocido a dos tipos geniales, dos tipos que viven en una casa que no pagan, bajo un techo que apenas cubre cuando llueve y que además llevan el pelo naranja…

-¿En serio?

Simón se sorprendía con cualquier gilipollez salida de la boca de su dulce y hermosa Daniela, al menos si no lo hacía realmente imitaba a la perfección esa sensación de maravilla. En ese instante, y con unas ligeras gotas de lluvia golpeando el cristal de entrada al café apareció Cecilia. Nunca fue una chica guapa, pero era más o menos simpática. Siempre pensé que se dejaba caer por el lado del menos. Cecilia tenía alrededor de veintidós años, ojos negros y de piel blanca, era risueña e inocente, tan inocente que rozaba lo enfermizo. Lo cierto es que su personalidad asustaba, su manera de comportarse siempre había sido de lo más peculiar, sus desequilibrios emocionales abundaban en días soleados y días lluviosos. Da igual que la primavera no alterase la sangre, los glóbulos rojos de Cecilia vivían en un completo estado primaveral. Enamorada de Hermes, no lo ocultó jamás.

-¡Cecilia!- Gritó Daniela dando la espalda a Simón. Se levantó de la mesa mientras le daba un fuerte abrazo. Yo realmente no comprendía aquella relación, lo cierto es que nunca entendí la amistad entre mujeres. Me parecía una mentira ¡una farsa, un engaño! Las mujeres no pueden ser amigas, son individualistas por naturaleza, siempre lo pensaba y siempre lo decía en voz alta. Me gustaban las chicas que no entraban en cólera cuando exponía mi tesis sobre la amistad.

-La amistad es cosa de hombres- Exclamé mirando hacia el suelo.

-¿Qué, cómo? ¿Estás diciendo que las mujeres no podemos ser amigas?- Gritó Daniela con el rostro exaltado.

-Obviamente, lo digo…

-¡Tu eres tonto chaval!- Dijo Cecilia con las venas luchando por atravesar su piel. Lógicamente, era esa clase de chicas que detesto por su falta de originalidad. Porque no tenía sentido del humor y porque le faltaba cinismo. Poseía una facilidad para la guerra pasmosa. Era como un pajarillo subiendo a la tramposa rama de lo humano.
No pudo evitar que su deslizante y blanca piel se tornase rojo fuego, Cecilia me detestaba y eso me encantaba.

La noche comenzaba su andanza y nuestros corazones hambrientos de vida la esperaban con un nerviosismo sofocado. Daniela ya dejaba entrever el poder del alcohol sobre sus ojos. El vodka la poseía, la llevaba al terreno del frenesí, de lo onírico, aquella chica vivía las noches en una tremebunda y colorida pesadilla psicodélica.
A decir verdad todos bebían demasiado, Hermes empezaba a dibujar espirales sobre una servilleta mientras al otro lado Cecilia lo miraba con pupilas de erotismo perturbador.
Simón se hundía, se hundía al comprobar que Daniela vivía más para el desenfreno que para su corrompido y por que no decirlo, fracasado arte. Lo cierto es que yo me divertía, era todo un gozo atravesar las mentes, como un juez todopoderoso, como un narrador que intenta descubrir que ocurrirá con sus tristes y debilitados personajes.A las doce y treinta y tres minutos, con gotas de lluvia que posiblemente nos avisaban de una vorágine descomunal, se abrió de nuevo la puerta del café. Esta vez quién apareció tras ella no era ni Daniela, ni Cecilia ni Hermes, ninguno volvería a entrar por aquella puerta, ninguno cruzaría el umbral como estaban a punto de hacer aquella noche. Y es que por la puerta principal un grupo de desconocidos se encaramó hacia la barra formando un alboroto casi doloroso. Un grupo de cuatro o cinco personas más borrachas que nosotros, se disponían a situarse alrededor de la barra principal. Daniela se giró y los observó, parecía reconocer a alguien. Cecilia continuaba mirando a Hermes, éste le contaba con astucia su última hazaña mujeriega. A decir verdad, Hermes hablaba tan fuerte que no pudo evitar distraer a una de las chicas que había entrado con el grupo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Mejoras, mejoras increiblemente rápido.

j.blesa dijo...

Me ha gustado bastante. Esto ya es legible por el público Andrés. Me suenan mucho ciertos detalles y no soy lector neutral pues nos imágino a nosotros sentados en una especie de corner del cerntro.