sábado, 4 de abril de 2009

¡Mala Vida! Final


-¡Llueve, llueve!- Gritó ésta poseída.

La miré sonriendo. Cecilia se levantó y desapareció por el pasillo. Hacía frío, Rosa buscó una manta en el ropero.

-¡Bajemos a la calle, a bailar bajo la lluvia Simón! ¿Nunca has querido bailar bajo la lluvia?- Daniela enloquecía por momentos, Simón nunca había deseado bailar bajo la lluvia, al menos yo no conocía ese deseo suyo tan imperante. El caso es que Simón haría lo que ella le pidiese, Daniela era Cleopatra y Simón un pobre esclavo egipcio sin voluntad.
De aquella manera Cleopetra se acercó a su esclavo, lo agarró por un brazo y ambos desaparecieron por la puerta principal, rumbo a la calle, rumbo a la nada, en busca de aquella melodía armoniosa que producía el agua al chocar contra el acerado polvoriento de la ciudad.

De repente me encontré solo y triste, pero aquel sentimiento desapareció pronto, suelo tener tendencia a olvidar lo malo. Lo que no olvidé es que Cecilia había desaparecido y me encontraba al lado de Hermes, que a su vez se encontraba al lado de Rosa. Los tres en el mismo sofá, tapados con la misma manta. El ambiente parecía respirar tranquilo por momentos y ahora la profesora descansaba casi dormida sobre el hombro de Hermes. Lucio ladró, miraba hacia el interior del pasillo, como si algún espectro infernal estuviese amenazándolo.
Seguía lloviendo, el centro de la tormenta estaba sobre nuestras cabezas. Desde la calle se oían ya los gritos de Daniela, cantaba una canción-¡Mala vida! ¡Tú me estás dando mala vida! ¡Mi corazón!- O al menos era lo que parecía escucharse desde el quinto piso de la calle Ilusiones.
La cabeza de Rosa se movió tímidamente, con los ojos cerrados, sus labios carnosos de treinta y dos años se acercaron peligrosamente al cuello de Hermes. Me dí cuenta de todo, debí desaparecer o al menos volverme invisible, pero Hermes me miró y me suplicó que no me fuera, que el miedo lo dominaba. Era un tipo que siempre tenía facilidad con las mujeres, contaba anécdotas sobre amantes salvajes las veinticuatro horas del día, pero en aquel instante el miedo lo hizo su esclavo. Al fin y al cabo aquella mujer, era mucha mujer para él. Me pareció divertido, entonces volví a sonreír, el rostro de Hermes se volvió gris. La mano de Rosa recorría peligrosamente la entrepierna de su antiguo alumno, como una serpiente deslizándose con seguridad, sabiendo que su presa ya estaba muerta. Entonces miré hacia la biblioteca y recordé el ejemplar de las 120 jornadas de Sodoma, aquella mujer debía saber mucho sobre la vida. Rosa era una libertina francesa del siglo XVII, una señora marquesa, una instructora en el arte del vicio. Hermes sin embargo había quedado reducido al simple papel de víctima virginal, un don nadie, él representaba a la adorable Justine, inocente, apaleada y corrompida por los placeres carnales.
Fue en aquel preciso instante cuando me levanté con la excusa de ir al baño A Rosa no pareció importarle, casi me lo agradeció. Hermes me fulminó con la mirada. ¿Y Cecilia? Parecía que ya nadie se acordaba de ella, en aquel momento sentí compasión. Atravesé el pasillo velozmente, no había bebido mucho pero tal vez el nerviosismo y la angustia de sentirme solo me habían convencido para llegar al baño lo antes posible. Desde allí y mientras me bajaba la cremallera pude observar por la ventana que seguía lloviendo. Entonces oí a Daniela desde la calle.- ¡Mala vida!- Continuaba cantando. Decidí asomarme, desde la diminuta ventana pude observarla, bailaba bajo la lluvia junto a una farola que desprendía una tenue luz amarilla, Simón sentado en el escalón de un sucio portal la miraba, la deseaba tanto que iba a estallar. Lo cierto es que las gotas de lluvia recorriendo la piel de aquella chica de pelo rosa era una imagen casi cautivadora. Incluso yo sentí en aquel momento una especie de ahogo, duró poco, porque yo siempre olvido lo malo y porque Daniela estaba tan borracha que empezó a delirar.

-¡Juguemos a otra cosa Simón!- Dijo ésta acercándose al joven y frustrado artista.

-¿A qué quieres jugar?

-¡Juguemos a golpearnos!

-¿Cómo dices?

-¡Sí, peguémonos!

-¿Qué nos peguemos? ¿Estás loca Daniela?

-¡Peguémonos Simón! ¿Nunca has deseado hacerlo? ¡Si, como en aquella película!

-No pienso golpearte…

-¡Nunca quieres hacer nada! Eres una persona aburrida, no me vales. ¡Debemos golpearnos, debemos azotarnos! ¡Vamos! ¿Nunca has querido hacerlo? Es una manera de liberar tensiones, de defendernos ante la vida, de suspirar, de relajarnos…

-He dicho que no voy a golpearte…

-Simón, si no me golpeas lo haré yo, así que deberías pensarlo- Exclamó Daniela tambaleándose hacia un lado. Desde mi ventana podía ver la escena sin perderme el más mínimo detalle. Lo cierto es que estaba seguro de que Simón no la golpearía ni siquiera para defenderse. Ella estaba borracha y loca, más loca que borracha. Se acercó a él con rapidez y con el puño cerrado lo golpeó en el ojo. Simón quedó tirado en la calle, mareado, con las gotas de lluvia cayendo sobre su debilitado y enamorado cuerpo.

-¡Simón, Simón! ¿Estás bien?- Gritó Daniela agarrándolo por la cabeza.

Dejé de mirar porque desde el otro lado de la casa Hermes gritaba mi nombre suplicando ayuda, como si lo estuviesen matando, como si aquello fuese lo más horrible que le hubiese pasado en la vida. Me llamaba, y con aire desolador me decía que era hora de marcharnos, que se había hecho tarde. Yo me miré en el espejo del baño y esperé unos segundos, no se por que creí divertido hacer sufrir a Hermes un poco más.
Él seguía suplicando que volviese al salón. Al salir por la puerta del baño Cecilia salió de una de las habitaciones con el rostro empapado en lágrimas y se encaminó a paso veloz hasta la sala de estar por delante de mí. Al llegar, los dos pudimos comprobar como Rosa, con la espalda desnuda, se situaba justo encima de Hermes mientras este nos miraba con el rostro descompuesto. Cecilia los observó estupefacta, y entonces explotó, levantó los brazos hacia el cielo y gritó fuertemente.

-¡Se acabó, no lo soporto más!

En aquel momento Rosa se percató de la situación y todo el alcohol de su cuerpo se evaporó hasta desaparecer por el techo.

-¡Cecilia…!-Dijo mientras miraba como su hermana pequeña rompía en un llanto desolador.

-¡Se acabó, me voy de este mundo, me voy por la puerta grande! ¡No quiero vivir!- Exclamó violentamente Cecilia con la premisa de que seguramente haría una locura.
Hermes y yo la miramos con asombro, Rosa se incorporó del sofá mientras por la puerta aparecían Daniela y un Simón desconocido con el ojo derecho completamente morado. Cecilia huyó corriendo hacia el portal subiendo las escaleras dirección a la azotea. Simón la miró con asombro. No entendía absolutamente nada. Ahora todos sabían que Cecilia amaba a Hermes y Rosa había desencadenado la tormenta, la misma tormenta que iba desapareciendo sobre el cielo de la ciudad. La misma tormenta que desde la última planta del edificio situado en la calle Ilusiones hacia que Cecilia se incorporara sobre el borde del precipicio con la intención de dar fin a una vida triste y trágica como la suya.

-¡Cecilia, no lo hagas! ¡Baja de ahí inmediatamente!- Gritó Daniela con su flamante e impecable pelo rosa.

-¡Dejadme en paz, me voy a matar y no hay vuelta atrás!

-¿Y por qué motivo deberías hacer algo así?

Cecilia miró hacia al vacío y suspiró. Después nos observó a todos. –Estoy cansada, la tragedia del mundo consiste en que al fin y al cabo todos estamos solos, que por mucho que lo creamos es mentira todo eso de que podemos encontrar alguien que nos comprenda, que nos escuche y que definitivamente nos dure para siempre. Yo no creo en eso, yo creo en la supervivencia, ahora entiendo porque en el metro hay siempre tanto bullicio, tantas mentes pensantes yendo y viniendo, rozándose aparentemente sin quererlo, rozándose sin saber que realmente se tocan con el fin de encontrar el calor de otra persona aunque solo sea durante tres segundos. ¡Pues yo estoy cansada! ¡Yo no me conformo con el tacto del metro, yo siempre he pedido algo más y nunca lo he tenido! ¡Ha llegado el momento de acabar con todo…!

Y en aquel preciso instante, mientras el diminuto pie de Cecilia se posaba sobre el aire Simón se acercaba sigilosamente por la espalda salvándola del abismo y devolviéndola a la vida, resucitándola de las tinieblas. Rosa respiró con tranquilidad al ver a su hermana pequeña sana y salva, no volvió a mirar a Hermes. Daniela y yo lo observábamos todo con la perplejidad de un bebé tierno e inocente. La figura formada por Cecilia y Simón era conmovedora, como la piedad de Miguel Ángel, allí estaban los dos, mirándose a los ojos recobrando la conciencia, despertando de una noche desolada por la vorágine de las pasiones y los vendavales de los sentimientos. Y ambos quedaron abrazados mientras el sol de la mañana aparecía ya tras la antigua catedral de la ciudad.

A las siete y dos minutos, todos y cada uno de los presentes abandonó el fatídico lugar, Rosa y Cecilia se quedaron juntas durmiendo como dos hermanas pequeñas compartiendo habitación inocentemente. Daniela paró un taxi y volvió a casa donde sus padres seguramente ya no la esperaban. Hermes, Simón y yo…bueno, aquello era otra historia. Al llegar al lugar donde reposaba la motocicleta de Hermes, pudimos comprobar que apenas quedaba rastro de ella, una farola sucia y polvorienta junto a un candado oxidado indicaba que durante la tormenta, algún grupo de vándalos se había encargado hacerla desaparecer. Pero a Hermes apenas pareció importarle, se encontraba en un estado de catarsis demoledor, como nunca antes se le había visto. No habló en todo el trayecto de vuelta. Subimos al autobús y nos acomodamos en los asientos traseros. A mi derecha Simón sonreía estúpidamente mirando hacia el cielo con un ojo derecho de boxeador abatido. Hermes respiraba sosegadamente, su mirada se cerraba con el calor de la mañana. Yo, miré al frente, la ciudad empezaba a despertar, entonces incliné el rostro hacia delante y sonreí.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bueno. Realmente muy bueno.

Yo también he sonreido.

j.blesa dijo...

Supongo que es lo mejor que has escrito. Tiene algunos momentos realmente buenos. Deja un gran sabor de boca y no se espera ni se demanda nada más. Great!

j.blesa dijo...

El pasaje de Daniela pegando a Simón está conseguidísimo.

j.blesa dijo...

Ah! se me olvidaba, tienes un control de los personajes fabuloso tío.