viernes, 10 de abril de 2009

El gusto de la nada. Final


A la mañana siguiente vuelvo a la biblioteca, paso por delante de Mónica y le vuelvo a mirar el escote.
-¡Ya está bien capullo!- Me dice con una sensación de falsa molestia en el rostro. Después se gira, agarra un libro y lo ordena en el carrito. Me sonríe. Sabe que mis vacaciones se aproximan y se interesa por lo que haré durante el verano. Lo cierto es que no tengo ni la menor idea, viajar estaría bien, además así escaparía de este calor desolador.
-No quiero viajar solo- Le explico mirándola a los ojos.- ¿Vienes conmigo?
-Jesús no me lo permitiría- Contesta ella tocándose ligeramente su anillo de compromiso. Veinte años casada con el mismo idiota y aún lo quiere. ¿Lo quiere? Bueno, realmente no estoy seguro, tal vez un día, en vez de invitarla a un viaje por el mediterráneo le pregunte sobre su felicidad matrimonial. Lo mismo se siente complacida por mi interés y se decide a acompañarme. Mónica no está mal, me gusta, pero está casada y no tiene el menor interés en un tipo como yo, que además de licenciado en gilipollía se está quedando calvo por la coronilla.
A las dos en punto salgo de la biblioteca y vuelvo hacia mi parada de autobús. Otro día de calor sofocante. El autobús va lleno, apenas se puede respirar. Al principio voy de pie, pero después consigo sentarme. Entonces aparece ella. Debería explicar quien es ella, pero realmente no conozco su nombre, sólo se que apenas tiene veinte años.
El año pasado, y para hacer más llevadero el pesado tiempo libre, decidí hacer un curso en la universidad, algo como un taller sobre literatura norteamericana del siglo XX.
El profesor era un imbécil, odio a la gente con vis cómica. Está bien si trabajas en el circo o en la televisión, al fin y al cabo la pornografía y la comedia hacen buena pareja, pero un profesor con el rostro de un payaso de feria me desconcierta, no me da respeto. Aquel tío hablaba sobre Tobias Wolff o sobre Raymond Carver con una estúpida sonrisa en la cara que me descolocaba del lugar, me hacía escapar de aquella clase a través de los conductos de mi mente. De aquella forma fue como la descubrí, quiero decir, a ella. A la chica que justamente y en este preciso instante se sienta en frente mía. El ángel, así se llama. Larga melena oscura, piel blanca y ojos profundos falsamenente inocentes. Me mira, le suena mi cara, lo sé. Sabe que soy el tipo cuarentón que acudía a su clase de literatura. Es delgada, tiene un cuerpo agotador. Lleva una carpeta en las manos, probablemente venga de clase. Habla con otra chica de su misma edad. Entonces cruza las piernas. Parece mentira que desde mi punto de vista sean unas simples niñas de colegio. Yo hace nada era un jovencito y ahora…ahora seguramente resulte obsceno que un tipo como yo la miré como la estoy mirando. Pero ella no se resiste, ella me sigue el juego, ¡le gusta jugar!
Pícara niña de papá, en uno de los movimientos de piernas decide situar su pequeño pie abotinado entre mi entrepierna, formando una montaña celestial con su rodilla. Estoy atrapado, si quiero cruzar las piernas no puedo. Ella continua con su juego, ahora hace vibrar su pierna de arriba hacia abajo, y yo pienso que esto no es posible. Que nadie se está dando cuenta de la carga erótica y personal que está surgiendo en este acalorado autobús.
Y el ángel ni siquiera me mira. Su amiga la distrae, ¿es que acaso para ella aquel movimiento es algo inocente? ¿No se da cuenta de lo mucho que significa? ¿Tan ilusa es? ¿Tan gilipollas? ¡Me niego a creerlo! ¡Está jugando! ¡Me está matando!
Pero mi placentero sufrimiento no dura eternamente, su amiga solicita parada y ambas bajan sonrientes sin ni siquiera mirarme. Desaparece.
Vuelvo a casa más entusiasmado de lo habitual. No es que yo sea un hombre que se emocione con poca cosa, necesito mucho para alimentar a la felicidad. Pero su pie rozándome es una idea que no puedo apartarme de la cabeza. Tal vez vuelva a hacerlo si la encuentro.
Vuelvo a la biblioteca y hablo con Mónica. Un día poco memorable. En la parada del autobús un viejo loco dice cosas inconexas, lleva el pelo despeinado y arrugas por todo el rostro. Tal vez yo no sea muy diferente a él, tal vez yo también esté loco. Luego pienso en el ángel, un loco nunca se enamoraría de ella. ¡Yo no estoy loco, no lo estoy! Decido volver a casa caminando, olvidar mi viejo y carismático autobús…el sudor me recorre la frente, saco un pañuelo blanco y me seco. El tranvía pasa justo a mi lado Se para y entonces aparece ella de nuevo, con su pelo liso y negro. Esta vez va sola.- ¡El ángel, el ángel!- Me digo a mi mismo mientras el corazón se esfuerza por sobrevivir. Camina deprisa, recorre la avenida principal a toda mecha. Por un momento pienso en seguirla, me parece una estupidez pero lo hago. ¿A dónde se dirigirá con tanto entusiasmo una chica como ella? Entonces pienso que si mi historia se viese en una película yo sería el personaje malvado y obseso que persigue a la inocente y joven chica. ¡Gracias al cielo no vivo en una película! ¡Gracias a Dios vivo entre los muros de la realidad! Donde la bondad y la maldad se confunden, donde la frontera de lo noble y lo cruel apenas se diferencia. Yo no soy un tipo malo, simplemente soy como un pececillo fuera del agua luchando por sobrevivir, igual que ella, igual que tu, igual que todos.
Supongo que unos sobreviven comiendo y otros comprando coches de última gama. Yo prefiero sobrevivir siguiendo al ángel, tal vez así me indique donde está el cielo.
De repente me encuentro en un lugar apartado y decadente, rodeado de callejones sucios y tendederos repletos de ropa vieja. Esto no se parece en absoluto al cielo. Una chica como ella no debería rondar estos barrios. La sigo hasta un local con un cartel luminoso que me deslumbra los ojos. Necesito sacar mis gafas para leer el rótulo. Mi sorpresa aumenta cuando descubro que aquel ángel celestial ha entrado en un sex shop, y no en un sex shop cualquiera, sino en uno de los peores que probablemente pueda encontrar en la ciudad. De repente una imagen demencial azota mi paz. El mundo pornográfico me persigue, no da tregua. Es la imagen de un viejo con el pelo blanco, vestido con camisa a rayas, mientras grita en un idioma que parece ser alemán, azota en el culo con un látigo de cuero a una mujer de mediana edad fea y robusta. La imagen se presenta en mi cabeza con cierto grano de película sucia, o no, mejor dicho, la imagen tiene la estética de un VHS con los colores tristes y las rayas pasando de arriba hacia abajo constantemente. Lo cierto es que la mujer robusta y fea desparece de la escena y me da paso a mí. Ahora soy yo quien recibe los latigazos. El viejo me mira con placer, me bajo los pantalones y comienzo a recibir un latigazo tras otro. Y al descubrir como el ángel entra en el sex shop, mi mundo, perfectamente estructurado se derrumba, ahora se que por mucho que desees situar un libro en orden alfabético, Anna Karenina siempre puede aparecer en el estante dedicado a las obras que empiezan por S, y entonces el orden literario se desmorona, y entonces el orden cósmico ordenado se convierte en orden cósmico caótico. Porque el ángel no debería entrar en un sex shop. La vida debe seguir un orden, no puede desmoronarse todo de esta forma, Quiero decir, no tiene sentido, las obras magnas deben de estar en los museos no en las calles. Igual que los presos deben estar en las cárceles y los locos en el manicomio. Pero si yo no estoy en el psiquiátrico, quiere decir que conmigo el orden tampoco ha sido muy estricto. El orden debe tener unas vacaciones prolongadas. La pornografía ha tomado el poder, ya nada está en su sitio.
Me encamino hacia el sex shop, apenas entro y una sucesión de imágenes me penetra en la pupila. Una colección de películas X puebla las estanterías del establecimiento. Curiosamente también siguen un orden. Es curioso como el mundo porno también tiene sus reglas. Me resulta curioso, tanto placer y desenfreno gobernado por unas normas aparentemente invisibles.
En una televisión situada en la parte superior de la pared veo a una chica joven que se desnuda lentamente. Es rubia y guapa. Parece ser que antes iba vestida de azafata.
-¿Puedo ayudarle en algo caballero?- Dice una grotesca voz que aún no puedo identificar. Me giro y observo como una mujer gorda y de pelo rojo me habla desde el mostrador. Tiene el cuerpo lleno de tatuajes y una boca en la que apenas quedan dientes. Mi mente piensa por mí, entonces gira mis ojos hacia una cabina negra situada justo debajo del televisor donde la chica rubia se desnuda.
-¿Puede darme un ticket para la cabina?
-Claro amigo, ¿De cuanto tiempo lo quiere?- Me dice la gorda mientras intento averiguar donde se ha metido el ángel. Aquel lugar no es tan grande. No ha podido ir muy lejos. Le digo a la dependienta que sólo estaré media hora. Entonces abro la puerta y entro en la cabina. Es como un cuarto oscuro iluminado por una pequeña bombilla con la que puedo leer las instrucciones de uso. Meto el ticket en una ranura y ¡bingo! Un escenario rosa se ilumina ante mí. Es giratorio. Me siento como uno de esos policías que vigila a su peligroso asesino desde el otro lado. Un royo de papel higiénico cuelga de la pared, y entonces mi mundo es sacudido por un terremoto, por un terremoto de esos que se tragan ciudades. En este momento soy un ciudadano de la Atlántida que se hunde en algún punto del océano. El ángel aparece en el escaparate completamente desnudo. Su inocente cuerpo ya no es tan inocente. Lo cierto es que tampoco va al descubierto del todo, unas alas de algodón blanco cubren su espalda. La chica comienza a moverse insinuantemente. Su pierna se encoge situándola de la misma forma en que lo había hecho días antes en el autobús. Entonces miro su pie, esta vez no lleva botines ni carpetas, su pie está desnudo. Ya no es la chica universitaria que conocí en clase de literatura. Ahora ha quedado reducida a una simple imagen erótica que me remueve las entrañas. Se acerca al cristal y posa su lengua lamiendo de abajo hacia arriba. Me excito pero como me estoy hundiendo en el océano no puedo hacer nada. El papel higiénico quedará tal y como estaba antes de que entrase en la cabina. El ángel continúa chupando el cristal. Me hace daño, ¡me duele! No quiero continuar con el espectáculo. Seguramente sea el primer cliente que abandona el show antes de acabar. No me importa, la miro una última vez, me excita. Cierro los ojos y abandono el sex shop.
Al salir a la calle acelero el paso hasta correr velozmente por la ciudad. Corro como nunca en mi vida lo he hecho. Ahora si que parezco un loco, un gilipollas corriendo por la ciudad. La gente me mira. Vuelvo a casa, me ducho y me meto en la cama.
Al día siguiente vuelvo a la biblioteca. Mónica me sonríe pero no puedo quitarme una imagen de la cabeza. El ángel continua haciendo movimientos insinuantes y me sigue doliendo. El mundo pornográfico vuelve a desestabilizar mi equilibrio vital, mi orden, estoy muerto.
Cuando vuelvo al autobús ella está allí. Con su amiga. Hoy es una universitaria sin nombre. La miro y me mira, me reconoce de clase, en el sex shop desde el escenario no pudo ver mi rostro. Era un completo desconocido, incluso más de lo que soy ahora. Quiero abrazarla y hacerla escapar de aquel mundo sucio y obsceno. Lo cierto es que ella no quiere, ella no quiere escapar de allí. Le gusta su trabajo, le gusta ser un ángel cada noche en un oscuro y maloliente sex shop de barrio.
Entonces miro por el cristal y observo a la gente cruzando las avenidas y corriendo de un lado hacia otro. Me pregunto si ellos también tendrán una doble vida, si serán unos obsesos como yo. Tal vez también disfrutan con los pequeños placeres de la vida como mirar a través del ventanal de un autobús. Tal vez también sientan ese pequeño gusto de la nada, de la nada de existir, de la nada de morir.
El ángel habla con su amiga, me mira y sonríe. Después desaparece por la puerta.
Me he hundido en lo profundo del océano. Soy una especie de hombre pez que nada a contracorriente. Llego a mi parada y bajo del autobús. Hoy hace un día estupendo.

1 comentario:

j.blesa dijo...

Excelente tío! , realmente bueno, duro pero bueno. Quizás el de Hermes, Rosa, etc, era de un estilo más tuyo al que me estaba acostumbrando, pero joder, es bueno. Y cuando te pregunté, claro que es nihilismo tío, no en el sentido estricto, esto es literatura como debe ser y no filosofía. Relate sudoroso y de un brillo manido, ejemplo perfecto de relato decadente.