miércoles, 12 de marzo de 2008

Camas de cristal


-¿Qué triste verdad?
-¿Qué te ocurre ahora?
-¿Te estás mirando, no te das cuenta de la situación?- Ella se da la vuelta sobre la almohada y me mira con expresión perdida. Yo recorro las líneas que han formado su cuerpo sobre las sábanas.
-¿Qué situación?
-Nada, no importa- Sonriendo me giro dándole la espalda. Es mejor no decirle nada o volveremos a discutir. Esta noche no podré dormir, lo se, es tan triste que este duro corazón no lo soporta, no se relaja, se quiebra como la escarcha golpeando contra el suelo. Y entonces empiezo a recordar, hubo una vez en que la pude abrazar y no quise, hubo una vez que la pude besar y escapé de sus labios como si estos fuesen mi perdición. ¿Y ahora? Ahora la tengo a mi lado, tumbada, dormida en esta cama, pero su mirada ya no es la misma, ya no somos los mismos, el tiempo nos ha cambiado. Está aquí, apenas unos centímetros nos separan y es como si un océano entre su alma y la mía nos distanciara en un cruel vendaval. Como si una caja de cristal la encerrase en su interior, y este pobre escritor no tuviese la llave para abrirla.
Allí, en aquella vieja habitación de hotel fue donde un gran título que decía The End se impresionó sobre nuestros cuerpos. A las 9 del mediodía el reloj marcaba el pasado, otra historia más para escribir ¿Ella? Otro ángel que dejé escapar.

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