viernes, 21 de marzo de 2008

Hotel Beat. Parte III


Llevándome un cigarrillo a la boca no lo dudé dos veces, arranqué el papel de la máquina y comencé a escribir mis recuerdos, esto no era una autobiografía idílica era la cruel y descorazonada realidad.
Jane, de ojos claros y amables, pelo negro como la inmensidad de la noche y labios rojos que siempre ornamentaba con unos tacones especialmente ruidosos, la hacían parecer un ángel, ¡un ángel del demonio!, era la manipulación personificada. Recuerdo sus largas piernas y sus medias color oscuro que le subían hasta formarle las caderas más eróticas que mis ojos habían visto. Su corte de pelo era diferente, corto y liso le caía en punta por los lados, le daba un aspecto gracioso, por primera vez en mi vida el deseo carnal y el cariño parecían ir cogidos de la mano. A los dos nos apasionaba la poesía, la literatura nuestra mejor arma, pero no fue esta quien acabó con aquella extraordinaria utopía, además de poetas éramos ¡yonkis! Y eso en los tiempos que corren se paga muy caro. Mi afición a las armas hizo el resto.
Fue durante nuestro viaje por Méjico, habíamos estado recorriendo los estados sureños aprovechándonos de los aumentados ingresos que el negocio familiar me proporcionaba, como Humbert Humbert con su lolita viajábamos de hostal en hostal sombra penetrante de dos amantes furtivos. Nuestro coche era testigo mudo de todos los dramas esquizoides y abusos desenfrenados.

-¿Sabes que ese sombrero te queda muy bien?- Dijo Jane mientras saboreaba con sus carnosos labios una redondeada piruleta. Yo la miré apartando momentáneamente la vista de la carretera, en la radio sonaba la obertura de Guillermo Tell, gafas de sol oscuras y cabello al aire definían a la perfección un cuerpo de mujer que hubiese enamorado a cualquiera. Al fin y al cabo era un tipo con suerte.
El mapa nos situaba en el estado de Durango, lugar destacado por las viejas películas del oeste que allí se rodaban. Nos alojamos en un diminuto hostal, recuerdo que era más sucio que el retrete de un colegio, pero nos bastaba, la heroína corría por nuestras venas a una velocidad de vértigo, fieles desertores de la paz cometimos en apenas dos noches todos los pecados capitales. Todo en la habitación daba vueltas estrepitosamente, estábamos en un mundo onírico lleno de colores y curvas que no nos permitía comportarnos con serenidad, ¿serenidad? Realmente nunca la tuve. En aquel momento Jane puso la radio, en la diminuta habitación Guillermo Tell volvía a sonar y mientras brincábamos en la cama como dos niños pequeños, Rossini iba adquiriendo cada vez mayor fuerza con su obertura.

-Juguemos a Guillermo Tell- Mientras le sugería esta descabellada idea a Jane el tiempo pareció detenerse en un instante.

-¿Qué…qué quieres decir?

-Si, yo me disfrazaré de Guillermo y tu harás el papel del hijo ¿Qué te parece?- Carcajeando histéricamente y con los ojos saliéndosele de las orbitas Jane gritó con entusiasmo y a través de un efusivo si, dio su consentimiento para empezar el juego.

-Pero no tenemos manzana Will.


Mientras Jane me miraba con ojos escrutadores me deslicé hacia la vieja mesa que descansaba en el centro de la habitación, un triste centro de frutas artificiales intentaba decorar desesperadamente el lugar. Agarrando la manzana de cartón piedra que se encontraba en el centro del frutero la situé sobre la cabeza de mi amada.

-Ponte delante de la chimenea- Con la mirada perdida y la heroína reinando nuestros actos Jane extendió los brazos en cruz mientras caminaba de espaldas hacia un extremo de la habitación, el fuego no estaba encendido y las cenizas brotaban al viento mientras las cortinas de la ventana se movían con el ritmo del aire. Su cabello bailaba sobre el rostro fino y suave que durante tanto tiempo mi mano había podido acariciar. Aquella noche todo acabaría. Caminando hacia mi maleta de viaje agarré el arma de uno de los bolsillos, Jane cantaba, estaba completamente fuera de lugar al igual que yo. Cargué aquel fusil antiguo de colección que había adquirido en una armería del sur de Texas. Todo estaba predispuesto. Los violines en mi mente comenzaron a sonar, no disparaba a mi musa, a mi amor, a mi inspiración, me disparaba a mi mismo, a mi vida.
Jane reía con un halo de misterio, no dijimos nada, ella se quedó quieta y yo con una botella de ron en una mano y la pistola en la otra apunté sobre su cabeza, mirando la manzana. Todo lo que vino después fue un triste bang bang que manchó el espejo de un rojo pasión con ligera forma de corazón ¡Pobre Jane! Ahora sólo nos acompañaba el silencio y tu rostro desencajado.
Y mientras escribo a máquina las palabras del ayer, recuerdo tu mirada y tu suave rostro. Exiliado en el olvido, me pierdo con mis soledades del papel.

1 comentario:

Unknown dijo...

Sí que es dura la historia, pese a ya conocer el final.

Un estilo rápido, a veces, mientras lo leía, lo he criticado severamente por ligeros fallos en la expresión (tal vez más frutos de la traducción que de la impericia del autor), pero sea como sea, impacta.

Tristes, y a la vez bellas, historias de desenfreno y pasión... A veces estas historias son el consuelo de personas que, pese a desearlo, y por pura comodidad y deseo de no perder lo poco que verdaderamente se tiene, no podemos vivirlas por nosotros mismos.