martes, 11 de marzo de 2008

Soledad

¿Cómo la soledad puede pasar de ser un alivio y manantial de tranquilidad en este mundo que habitamos a ser una prisión de agonía y tensión constante en cuestión de días? Y es que parece que es ahora cuando estos muros que antes me daban cobijo, hospitalidad y que tantos momentos de lujuría o descanso observaron, comienzan a estrecharse, aprietan mi cerebro y me azotan fuertes dolores de cabeza. No existe centrímetro de solería en esta habitación que no haya sido ya recorrido por mí en mis constantes baibenes de nerviosismo y soledad. Medito sobre mis decisiones pasadas que parecían tan sólidas ayer pero que hoy parecen no soportar la presión y se tambalean tan frágiles... que en su derrumbe parece que llevaran por delante el presente y el futuro que me espera.
La música, la lectura... ya no me alivian tan sólo se me antoja gritar, nadie me oirá, estoy solo y estas paredes siguen su curso y el oxígeno comienza a escasear. Me asomo a la ventana, el sol abrasador hispalense se refleja en el acerado transformando la calle sevillana en un territorio inhabitable, parece que la soledad comienza a preparar mi lecho. Y es ahora como síntoma de egoísmo y carencia de empatía, cuando empiezo a recordar a aquella gente a la que hice daño alguna vez, aquella que si no hubiera abandonado algún día a cambio de placeres inmundos e intrascendentes quizá hoy estaría a mi lado, me tendería la mano y me sacaría de este "hogar" transformado ya en zulo donde muero poco a poco en mi soledad, mi físico comienza rápido a reflejar el estado de mi alma, el dolor me acusa. Parece que el calor comienza a derretir el techo, ya tan bajo que me obliga a inclinarme, gotea y me abrasa la piel. La muerte me saluda, pero no le temo, todo aquello que valoraba ya murió e incluso, quizá, lo maté yo. Mi corazón comienza a debilitarse, me dispongo a rendirme, pero justo en el último momento antes de expirar llaman de nuevo a mi puerta el sexo, la perversión y una nueva oportunidad con toda una vida llena de placeres. Giré mi cabeza, la observé y cerré los ojos para no volver a abrirlos nunca más.

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