sábado, 29 de marzo de 2008

La llegada a la soledad

He huido, necesitaba hacerlo. Su perturbadora presencia, que tan gratamente me acompañaba en esos momentos que deberían ser de soledad, ha terminado derrotando a mi espíritu en una batalla jamás hablada, pero labrada día a día contra mí, contra el papel en blanco que frente a mí se erguía, imperturbable, y ella.
Siempre me había animado, eso jamás podré negarlo. Pero su más que sobrado entusiasmo y confianza hacia lo que se supone mi alma creadora no me alentaba para nada a escribir, más bien, me evocaba sueños prohibidos que recrear en ese momento. Sus grandes ojos, su sibilina figura, ese porte tranquilo, que asegura un gran fuego tras acercarte lo suficiente, su cálida voz y el negro pelo, que caía creando graciosas figuras en su blanca espalda, pensé que serían suficiente inspiración para este pobre hombre acostumbrado a la soledad. Pero el tiempo, inexorable, egoísta y demasiado sincero para mi gusto, mostró, una vez más, cual era la realidad.
Inexplicablemente, la Musa impedía crear al artista, y este, hastiado, tuvo que huir de su inspiración para poder inspirarse.
Es curioso, pero ahora que la tengo lejos, sin su exuberante luz cegándome y prohibiéndome la escritura, la veo como en penumbras, y al no poder examinar cada detalle de su perfección, se me antoja más perfecta. Mi imaginación recrea aquello que no recuerda, retocando quizás aquí y allá, volviéndola casi inhumana, irreal, inaccesible. La Musa, ya lejos de mi dominio, vuelve a sus bosques y a sus aguas, manantial real de su poder, y se convierte nuevamente en la fruta prohibida que había dejado de ser mientras yacía en mi lecho.
Y es que las Musas, como las Sirenas, deben ser mantenidas lejanas, pues mientras las segundas pueden acabar con tu vida, arrastrando el navío demasiado cerca de las rocas, las primeras, más maravillosas, más seductoras y, al fin, más peligrosas, pueden acabar con tu alma.
Ahora la añoro, pero ¿No es en la inmortalidad de la pluma donde mejor ha de estar aquella que ha nacido para no ser corrompida, para jamás ser víctima de la sucia mirada de lo vulgar? Debo pues dejarla yacer en sus verdes prados, evitando así, quizá, ser yo la perdición de su alma encantadora, deliciosa...
Qué oscuro, maravilloso y seductor puede llegar a presentárseme la mujer. Pero cuán peligroso, abrumante y engañoso puede llegar a ser la hurí en la realidad.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Veo que el mito de las musas sigue quitando el sueño a más de uno.
Un gran estilo, si!!!

Unknown dijo...

¿Mito de las Musas? ¿Dices lo de mito por una posible inexistencia o inutilidad, o más correctamente por la consabida lucha que el creador ha de tener con ellas?

Gracias por lo del estilo, pero la verdad es que no estoy contento con este pequeño texto, creo que le falta un poco de más de fuerza -o tristeza, como prefieras verlo-.

Anónimo dijo...

Respecto al tema con el cual concluyes (nótese que me gusta liar la guita) Si, puede que este tema que tratas necesite un estilo más vivo, más violento. Cuestión de perspectivas pues tu forma de escribir es sobria y elegante.
Y lo segundo, que es lo primero xD no dudo siquiera de la existencia y utilidad de estas musas, a las pruebas me remito. Lo que si las catalogo como algo mítico tal vez por esa magia que gira entorno a la creación/inspiración y lo que de extraño y abrumador tiene el mundo de la belleza Delia...digo femenina!!!

Anónimo dijo...

Me encanta =D

Jesuli dijo...

Un texto conmovedor. Eres un tío peculiar Mirthas, me gusta tu, a veces, empalagadora y paranóica forma de escribir.

Un saludo. Cuídate.