martes, 11 de marzo de 2008

En el museo del Prado


Hoy escribo mirándote en esta estampa prohibida a menores de edad, esta imagen, esta obra de arte que arriesgaría mi vida escondiéndola bajo mi cama para salvarla de algún juez inquisidor por su gran belleza, pero que llegada la noche la observaría con tanta fuerza y deseo. Ahí tumbada, solitaria, con pose acomodada pero jocosa e insinuante. La mujer, la belleza, el erotismo, en el centro, y justo en el centro, de una sala de museo, rodeada de rostros de óleo y pastel entre los que se encuentra el mío escondido, furtivo, mirándote con ternura pero con deseo, un deseo que escuece porque procede de la belleza más pura, del arte más esquisito. Tú miras a un horizonte esquivo, con media sonrisa al rostro, sabiendo, aunque aparentemente despistada, que tanto yo como como todos aquellos que aparecían representados en aquellas fabulosas obras que te rodean no pueden dejar de seguir tus curvas con sus pupilas, que comienzan a derretirse y el suelo enlosado comienza a pigmentarse de colores.
Te miro en la intimidad que proporciona la oscuridad de mi habitación a altas horas de la noche, cierro los ojos, duermo, y la vigilia me introduce en aquella postal, como hace un buen lector leyendo una buena obra, estamos solos en el mundo, tu de nuevo tumbada ahí mirando con desprecio y de reojo las obras de arte que te rodean porque sabes que las superas a todas...y ellas lo saben. Yo te miro, como cada noche, pero ahora puedo oir tu respiración, puedo oir mis pasos nerviosos sobre la solería de un imponente museo frío y solitario. Me acerco, decidido pero temeroso, tu sonrisa se ensancha y tus ojos desaparecen convirtiéndose en líneas pestañeadas simpáticamente dibujadas en una piel blanca como no es natural por estas tierras.
De repente, sin esperarlo, nace en mi abdomen una fiera indomable hija de mi alma concupiscible, que se apodera de mi y se lanza sobre tu cuerpo, tú, dejas escapar una leve carcajada.
Agarro tus muñecas con mano diestra y firmeza, mi mano zurda atrapa con pasión el calor que desprenden tus nalgas, ríes y ríes dando una impresión enfermiza y demente, yo sudo y muerdo tus labios.
Estamos desnudos, yo brillo, tu enrojeces, todas aquellas pinturas me miraban con recelo, de repente, comienza a sonar en el profundo eco del vacío Las walkirias de Wagner, el sonido cada vez es más fuerte y comienza a retumbar en nuestros corazones separados tan sólo por algunos centímetros de piel.
Un placer indescriptible barre mi interior a la manera que lo haría un tsunami sobre una llanura, desde lo más bajo de mi cuerpo hasta mi cerebro, estalla en mi interior, depierto, todo, absolutamente todo fue un sueño, una pesadilla, no tengo que fantasear con caulquier fotografía en la que aparezcas, pues cuando abrí los ojos, pude observarte inocentemnte dormida sobre mi pecho, en situaciones así, cómo distinguir realidad de sueño...

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