sábado, 29 de marzo de 2008

La llegada a la soledad

He huido, necesitaba hacerlo. Su perturbadora presencia, que tan gratamente me acompañaba en esos momentos que deberían ser de soledad, ha terminado derrotando a mi espíritu en una batalla jamás hablada, pero labrada día a día contra mí, contra el papel en blanco que frente a mí se erguía, imperturbable, y ella.
Siempre me había animado, eso jamás podré negarlo. Pero su más que sobrado entusiasmo y confianza hacia lo que se supone mi alma creadora no me alentaba para nada a escribir, más bien, me evocaba sueños prohibidos que recrear en ese momento. Sus grandes ojos, su sibilina figura, ese porte tranquilo, que asegura un gran fuego tras acercarte lo suficiente, su cálida voz y el negro pelo, que caía creando graciosas figuras en su blanca espalda, pensé que serían suficiente inspiración para este pobre hombre acostumbrado a la soledad. Pero el tiempo, inexorable, egoísta y demasiado sincero para mi gusto, mostró, una vez más, cual era la realidad.
Inexplicablemente, la Musa impedía crear al artista, y este, hastiado, tuvo que huir de su inspiración para poder inspirarse.
Es curioso, pero ahora que la tengo lejos, sin su exuberante luz cegándome y prohibiéndome la escritura, la veo como en penumbras, y al no poder examinar cada detalle de su perfección, se me antoja más perfecta. Mi imaginación recrea aquello que no recuerda, retocando quizás aquí y allá, volviéndola casi inhumana, irreal, inaccesible. La Musa, ya lejos de mi dominio, vuelve a sus bosques y a sus aguas, manantial real de su poder, y se convierte nuevamente en la fruta prohibida que había dejado de ser mientras yacía en mi lecho.
Y es que las Musas, como las Sirenas, deben ser mantenidas lejanas, pues mientras las segundas pueden acabar con tu vida, arrastrando el navío demasiado cerca de las rocas, las primeras, más maravillosas, más seductoras y, al fin, más peligrosas, pueden acabar con tu alma.
Ahora la añoro, pero ¿No es en la inmortalidad de la pluma donde mejor ha de estar aquella que ha nacido para no ser corrompida, para jamás ser víctima de la sucia mirada de lo vulgar? Debo pues dejarla yacer en sus verdes prados, evitando así, quizá, ser yo la perdición de su alma encantadora, deliciosa...
Qué oscuro, maravilloso y seductor puede llegar a presentárseme la mujer. Pero cuán peligroso, abrumante y engañoso puede llegar a ser la hurí en la realidad.

miércoles, 26 de marzo de 2008

La reglas del juego. El materialismo como forma de vida.


Existió una vez en una dimensión paralela a la nuestra un mundo en el que los jóvenes universitarios asistían a fiestas interminables, barriladas primaverales y desenfrenos propios de cualquier yonqui barriobajero. Pero estos jóvenes no se arrastraban por las esquinas ni olían a miseria ¡Oh no, tampoco pedían limosna para su dosis diaria! Estas personas de buena fe eran niños de papá, estudiaban en escuelas privadas, vestían con la última prenda Lacoste y procedían de barrios residenciales de alto standing como Beverly Hills (por estos lares Santa Clara, Los remedios y demás).
Pero con todo esto, por las mañanas asistían a clase e incluso muchos aprobaban con buenas calificaciones, algunos afortunados incluso llegarían a convertirse en yuppies de Wall Street obsesionados con asesinar mujeres (pero eso ya es otra historia).
Este tipo de sujetos son los que pueblan la literatura del muy polémico Bret Easton Ellis. Autor norteamericano y responsable de obras tan machacadas como American Psycho, Ellis vio de la noche a la mañana con tan sólo 23 años y con sus estudios universitarios aun por acabar como se convertía en uno de los escritores más afamados e influyentes de la literatura americana del siglo XX. Descrito por muchos como el nuevo Hemingway (cosa que a servidor choca bastante) el joven escritor roza continuamente temas como la decadencia moral de la juventud, el nihilismo como forma de vida, las drogas, el materialismo y la falta de espíritu.
Pero centrémonos en lo que realmente nos interesa en esta entrada, La película Las reglas del juego (no confundir con La regla del juego de Renoir) es uno de los últimos filmes basados en las novelas de Ellis, en concreto en aquella titulada Las reglas de la atracción.
Un guaperas con más instinto animal que humano, una chica que parece mojigata pero que en el fondo ansía el sexo como forma liberadora del vacío existencial que sufre y un gay que soborna a sus víctimas con drogas de diseño forman el trío protagonista de la cinta. Los personajes que pueblan el filme están rodeados de una autodestrucción abrumadora, estudian en una universidad de arte pero pasan los días organizando fiestas temáticas. No es extraño que el film de Roger Avary arranque con una party house titulada La fiesta del fin del mundo, como si ésta fuese la última de sus vidas, como si hubiesen alcanzado ya el límite de sus límites. ¡Porque ya no se puede caer más bajo!
Ellis hace sátira, de eso estamos seguros, pero como viene siendo habitual la sátira es más terrible de lo que aparenta, con ese tono burlesco tan característico expresa una indignación claramente moralizante hacia una juventud que se hunde por su propio peso. Lo tienen todo y no tienen nada. La metafísica ha desaparecido, un platonismo idealizado ha sido expulsado de esta realidad, no hay nada más allá, nada por lo que luchar ni nada en lo que creer. Los personajes de Las reglas del juego son conscientes de que sólo se vive una vez, que todos los placeres deben ser conseguidos aquí y ahora, que somos animales y necesitamos salir a cazar ya sea farlopa, ya sean mujeres.
¡Excédete en todo lo que puedas, consume drogas, emborráchate y se infiel sin mirar con quien! ¿Es esto realmente una dimensión paralela a la nuestra? ¿Ocurre esto en un mundo tan lejano como es el literario? ¡Coño, pero si estos son los ambientes en los que yo me muevo! ¿Se habrán escapado estos personajes de la ficción y la pluma de Ellis o nos hemos zambullido nosotros mismos en sus palabras?
Como ya observó el bueno de Orson Welles la ficción y la realidad a veces se difuminan sin apreciar diferencias y el cine vive de la realidad, como Ellis vive de su propia juventud, de su propia vida, porque él no es más que una pieza de este puzzle horrendo que compone nuestra época y de la que la gran mayoría formamos parte.
En definitiva, Las reglas del juego es un retrato bochornoso y dantesco de nosotros mismos "los jóvenes". Utilizando recursos tan cinematográficos como la inversión de movimiento o la pantalla partida, Avary mete la cámara por estas fiestas interminables mostrándonos los detalles más minuciosos (atento al chico atado a una silla borracho perdido, o la pareja de desconocidos que se da el lote), mostrándonos lo que ya es demasiado tarde para cambiar. Como decía uno de los personajes del filme:“Esto es inevitable, no se puede detener, como tampoco se puede pretender que los océanos inunden la tierra ni que la Luna se aleje de su órbita”

martes, 25 de marzo de 2008

Meditaciones en la voluptuosidad

El fuego surgía en nuestros labios unidos, quemante, y mi corazón moría bajo el peso de la voluptuosidad... Su largo pelo caía hacia un lado, y yo repasaba con la mirada cada una de las curvas de su frágil cuerpo. Le acaricié un brazo cuan largo era, y deteniéndome en su hombro me incorporé levemente para besárselo. Su fría mano acarició mi rostro, y yo pensé si eso podría ser así eternamente. Si ese momento en el cual nada importa, en el que sólo está ella y su cálida compañía, podría perdurar en la infinitud del universo. Quería soñar que si chocaban todas las estrellas del firmamento unas con otras, acabando con el sinsentido de la existencia humana, nosotros dos nos mantendríamos en ese abrazo que ahora le daba. Necesitaba pensar que eso tenía algún sentido, que ella me amaba y yo le correspondía... y que servía para algo.

¿Qué le puede importar al mundo que dos personas se
amen? Como ya se dijo, "el mundo entero en guerra y nosotros elegimos este momento para enamorarnos". ¿Qué le importa a París entera si hay dos personas que se aman tan profundamente que son capaces de dar lo único que se supone que importa, la vida, si eso al otro le hace sentir algo parecido a la felicidad? Es más, ¿qué puede importar este momento si dentro de algunos años, insignificantes para la Humanidad, pero decisivos para una sola vida, a ella ya no le importo? Podría quedar como un bonito recuerdo, pero carente de contexto en una vida desgraciada como la mía. Supongo que la buena suerte que juro tener por poder estar a su lado se convierte fácilmente en un agrio sabor a melancolía con la suave brisa de la calle, cuando ya no me encuentro a su lado y la vida en la ciudad me absorbe. Es entonces cuando recuerdo esos momentos, tan parecidos a este que ahora vivimos, con nuestros cálidos cuerpos rozándose, y la bruma del sueño se cierne sobre mí, como si ese instante, tan vívido y real ahora, no fuera más que el mal juego de mi mente soñadora.

Me aferro a ella acechado por estos pensamientos. Un te quiero se escapa de mis labios, casi involuntariamente, y ella se echa sobre mí abrazándome, con una sonrisa que me cautiva y me hace abrazarla aún más.

La pasión, la locura y el asco que podría sentir hacia esa vida, ahora tan irreal, se borran por completo, dejándome tan sólo pensar cuánto la adoro.

Ahora ella duerme, y yo, con un cigarro recién encendido sobre mis labios, me entretengo mirando las extrañas figuras que se forman con el humo recién exhalado. Pienso en que nada importa, nada tiene sentido, y que casi es absurdo intentar buscarlo. No sé cuánto permaneceré a su lado, tal vez por la mañana ella ya no esté y yo tan sólo encuentre un hueco en la almohada, donde poner mi olvido.

viernes, 21 de marzo de 2008

Hotel Beat. Parte III


Llevándome un cigarrillo a la boca no lo dudé dos veces, arranqué el papel de la máquina y comencé a escribir mis recuerdos, esto no era una autobiografía idílica era la cruel y descorazonada realidad.
Jane, de ojos claros y amables, pelo negro como la inmensidad de la noche y labios rojos que siempre ornamentaba con unos tacones especialmente ruidosos, la hacían parecer un ángel, ¡un ángel del demonio!, era la manipulación personificada. Recuerdo sus largas piernas y sus medias color oscuro que le subían hasta formarle las caderas más eróticas que mis ojos habían visto. Su corte de pelo era diferente, corto y liso le caía en punta por los lados, le daba un aspecto gracioso, por primera vez en mi vida el deseo carnal y el cariño parecían ir cogidos de la mano. A los dos nos apasionaba la poesía, la literatura nuestra mejor arma, pero no fue esta quien acabó con aquella extraordinaria utopía, además de poetas éramos ¡yonkis! Y eso en los tiempos que corren se paga muy caro. Mi afición a las armas hizo el resto.
Fue durante nuestro viaje por Méjico, habíamos estado recorriendo los estados sureños aprovechándonos de los aumentados ingresos que el negocio familiar me proporcionaba, como Humbert Humbert con su lolita viajábamos de hostal en hostal sombra penetrante de dos amantes furtivos. Nuestro coche era testigo mudo de todos los dramas esquizoides y abusos desenfrenados.

-¿Sabes que ese sombrero te queda muy bien?- Dijo Jane mientras saboreaba con sus carnosos labios una redondeada piruleta. Yo la miré apartando momentáneamente la vista de la carretera, en la radio sonaba la obertura de Guillermo Tell, gafas de sol oscuras y cabello al aire definían a la perfección un cuerpo de mujer que hubiese enamorado a cualquiera. Al fin y al cabo era un tipo con suerte.
El mapa nos situaba en el estado de Durango, lugar destacado por las viejas películas del oeste que allí se rodaban. Nos alojamos en un diminuto hostal, recuerdo que era más sucio que el retrete de un colegio, pero nos bastaba, la heroína corría por nuestras venas a una velocidad de vértigo, fieles desertores de la paz cometimos en apenas dos noches todos los pecados capitales. Todo en la habitación daba vueltas estrepitosamente, estábamos en un mundo onírico lleno de colores y curvas que no nos permitía comportarnos con serenidad, ¿serenidad? Realmente nunca la tuve. En aquel momento Jane puso la radio, en la diminuta habitación Guillermo Tell volvía a sonar y mientras brincábamos en la cama como dos niños pequeños, Rossini iba adquiriendo cada vez mayor fuerza con su obertura.

-Juguemos a Guillermo Tell- Mientras le sugería esta descabellada idea a Jane el tiempo pareció detenerse en un instante.

-¿Qué…qué quieres decir?

-Si, yo me disfrazaré de Guillermo y tu harás el papel del hijo ¿Qué te parece?- Carcajeando histéricamente y con los ojos saliéndosele de las orbitas Jane gritó con entusiasmo y a través de un efusivo si, dio su consentimiento para empezar el juego.

-Pero no tenemos manzana Will.


Mientras Jane me miraba con ojos escrutadores me deslicé hacia la vieja mesa que descansaba en el centro de la habitación, un triste centro de frutas artificiales intentaba decorar desesperadamente el lugar. Agarrando la manzana de cartón piedra que se encontraba en el centro del frutero la situé sobre la cabeza de mi amada.

-Ponte delante de la chimenea- Con la mirada perdida y la heroína reinando nuestros actos Jane extendió los brazos en cruz mientras caminaba de espaldas hacia un extremo de la habitación, el fuego no estaba encendido y las cenizas brotaban al viento mientras las cortinas de la ventana se movían con el ritmo del aire. Su cabello bailaba sobre el rostro fino y suave que durante tanto tiempo mi mano había podido acariciar. Aquella noche todo acabaría. Caminando hacia mi maleta de viaje agarré el arma de uno de los bolsillos, Jane cantaba, estaba completamente fuera de lugar al igual que yo. Cargué aquel fusil antiguo de colección que había adquirido en una armería del sur de Texas. Todo estaba predispuesto. Los violines en mi mente comenzaron a sonar, no disparaba a mi musa, a mi amor, a mi inspiración, me disparaba a mi mismo, a mi vida.
Jane reía con un halo de misterio, no dijimos nada, ella se quedó quieta y yo con una botella de ron en una mano y la pistola en la otra apunté sobre su cabeza, mirando la manzana. Todo lo que vino después fue un triste bang bang que manchó el espejo de un rojo pasión con ligera forma de corazón ¡Pobre Jane! Ahora sólo nos acompañaba el silencio y tu rostro desencajado.
Y mientras escribo a máquina las palabras del ayer, recuerdo tu mirada y tu suave rostro. Exiliado en el olvido, me pierdo con mis soledades del papel.

jueves, 20 de marzo de 2008

Hotel Beat. Parte II



Sentado en la cama busqué en la maleta de viaje, llevaba algo de alcohol en la petaca, me serviría para comenzar el delirio, y mi pistola, mi ya clásica pistola, llevándomela a la sien apreté el gatillo, estaba descargada… mi otro yo había tomado precauciones la noche anterior, como si por una vez en la vida hubiese tenido algo de importancia aquella desoladora novela que un Dios incompetente escribía en la oscuridad del firmamento.
La máquina de escribir, mi arma y yo, completamente solos en una extraña habitación impregnada de palabras, ¡divinas palabras! Rodeado de ellas y sin poder utilizarlas para acabar la novela, era como estar muriendo de sed en mitad de un océano. Asomado a la ventana intenté buscar la Torre Eiffel, fue inútil, aquello no era como en las películas, por mi ventana no se disfrutaba ninguna vista maravillosa del Paris en blanco y negro, solo veía una encrucijada de escaleras arriba y abajo, sombras, bombos de basura y alguna que otra deshilachada camisa ahorcada en un tendedero.
Con los ojos ligeramente encorvados leí el título aun indefinido que llevaría mi escrito, El Almuerzo Desnudo, así es, ya tenia al editor esperando mi primer borrador, le había prometido que estaría terminado el doce de mayo, el problema es que en los últimos meses desde mi partida de Tánger había atravesado lo que se dice una racha especialmente negra. El dinero nunca me faltó, procedía de una vieja familia burguesa, mi abuelo fue el fundador de la Burroughs Adding Machines, empresa que aun sobrevive aportándome un capital que me permite viajar de aquí para allá sin necesidad de preocuparme, me da lo que se llama una vida placentera y lujosa, dedico mis horas a la escritura y la heroína las cuales se han convertido en la máxima de mi espíritu. Era la demencia en persona.
Al no poder continuar el libro cogí un papel, bolígrafo en mano practiqué la libre escritura, era este un proceso puramente místico y personal, una forma de expresión que no te traicionaba jamás, muchos críticos conservadores me culpaban de la falta de coherencia y de no seguir un patrón de narración establecido, pero eso a mi no me importó jamás, me evadía con mi dosis diaria de morfina y mis pensamientos al azar lanzados contra el papel. A las nueve de la noche salí de mi habitación, es cierto que cuatro paredes y la soledad como reclusa son buena compañía, pero el hombre necesita del hombre, incluso el más misántropo de los misántropos busca el calor humano en el peor de sus momentos. Le pregunté a la dueña del hotel por un sitio en el que se pudiese comer decentemente y a buen precio, Le Petit Café me indicó, un lugar al que asistían todos los bohemios parisinos y que con el paso del tiempo utilicé decididamente como cueva en la que hojear el periódico y fumar algún que otro puro habanero, era un lugar agradable sí, sólo le faltaba que permitiesen chutarse allí mismo, entonces seria mi cielo, mi campo elíseo, mi amor de juventud. ¡Oh pobre Jane! Que desafortunada era pudriéndose bajo la tierra de aquel camposanto perdido.De vuelta en mi habitación pude adelantar algo de tiempo, pasé a rellenar el papel en blanco con una ferocidad inesperada, las ideas surgían de mi mente de forma inesperada y mis manos dueñas del pánico de mi ser se movían por las teclas de aquella vieja maquina de escribir como los guepardos en busca de carne. Pero la inspiración duró poco, el sonido provocado por una tímida cucaracha me sacó de la profundidad de mi intelecto. Paseándose por encima de la mesa la observé con cariño, recordé entonces mis años como exterminador de insectos, ataviado con gorra y traje marrón recorría el viejo oeste americano en busca de plagas y nidos. Una furgoneta de la empresa me acompañaba en mis exterminios masivos, por las noches regresaba a casa donde Jane me esperaba con la cena caliente y la botella de whisky cerca de las jeringas de morfina. ¡Oh Señor, aquello si que era el jardín divino!

miércoles, 19 de marzo de 2008

Hotel Beat. Parte I




La calle estaba desorientada por la niebla, y las farolas agarrotadas por ese basto metal eran obligadas a mantener iluminada una parte olvidada de la ciudad. En ese frío invernal que rodeaba París como el abrazo de dos enamorados me encontraba yo, con un viejo maletín y unas monedas tristes ganadas la noche anterior buscaba con una desmesurada desesperanza el número 9 de la calle Gît-le-Cœur. Según decían era el lugar perfecto para dejar volar mis condiciones de escritor maldito, alucinado y heterodoxo. Mi caminar se hacia lento y cansado, había pasado la noche de bar en bar y la amistad etílica hacia mella en mi desequilibrado ser, me odiaba por todo aquello que había provocado, por todo aquello que no había tenido el valor afrontar ¡demonios! Simplemente era mi vida ¡marica desgraciado! Olvídate de todas tus historias fantásticas, ahora estás solo, debes aparcar el miedo al papel en blanco, ya sabes que es una experiencia tan dolorosa como el corte de la piel con una navaja pero si no escribes morirás, desangrado expulsarás palabras por los hematomas de tu piel. Entre desquicios y locuras llegué al lugar, era un sitio horrible, destartalado y sucio, el edificio parecía estar en las últimas, pequeño y oscuro invitaba a todo salvo al descanso, era perfecto.
Llamando a la puerta me quité el sombrero, mientras lo bajaba a la altura del pecho una mujer de avanzada edad me recibía con una inquietante sonrisa, me obligó a pasar, un pequeño habitáculo servia de recepción, la luz apenas entraba por las ventanas.
A mi izquierda dos antiguos sillones roídos por el paso egoísta del tiempo decoraban el lugar, un paragüero gris y vacío servia de contrapeso a la puerta del lavabo que parecía no querer sujetarse sola.

-¿Americano?- Preguntó la arrugada anciana que regentaba el hotel. Con cara de buena persona asentí desviando la mirada hacia un extraño cuadro que había tras el mostrador.

-Querría una habitación, he pasado la noche de viaje y me gustaría descansar lo antes posible, me conformaría con cualquier cosa que pudiera ofrecerme.

-Dígame su nombre y le daré la llave de la número 28 en seguida.

-William, William Burroughs- La vieja agarró una amarillenta libreta y apuntó mi nombre, a un lado el precio de la estancia. Desde luego era barato, mis colegas ya me habían hablado del hotel, le pagué y subí por las escaleras hasta llegar al estrecho pasillo que escondía la habitación. Una cama y un escritorio ¡genial! Era el lugar idóneo para abrir las puertas de mi mente, sacaría la máquina de escribir y empezaría de inmediato, debía terminar el libro antes de la llegada del verano. Fue mientras me desabrochaba los cordones de mis estúpidos zapatos cuando pude fijarme en las paredes del inmueble, centenares de letras las recorrían de arriba abajo, inconexas en un principio formaban palabras y frases creando una especie de gran poemario estampado en los muros de una vieja prisión. También había pinturas, el dibujo de una joven desnuda en una clara posición erótica presidía una de las esquinas que llegaban a la ventana, tenía un aire melancólico y perdido, pobre Jane, que desafortunada era pudriéndose bajo la tierra de aquel camposanto perdido. El dibujo me hizo recordar mis días de infortunio por las ciudades de las noches rojas, intentaba olvidar, pero el recuerdo triste y doloroso es como una marca que llevas siempre tatuado en la piel, era el número de serie del judío que esperaba su trágico destino en la cámara de gas. Aparté entonces la vista de la pared, supe ya en aquel instante que aquella esquina se había convertido en un lugar maldito, era un viaje a lo peor de mi esencia, a la autodestrucción que desde mi más no tan tierna infancia me había acompañado fielmenente día tras día.

jueves, 13 de marzo de 2008

Brazil. Tomorrow Was Another Day




Normalmente a la hora de hacer crítica cinematográfica, en los hijos bastardos de Dios nos servimos de películas o bien estrenadas actualmente en nuestras carteleras (las cuales un público mayoritario haya podido visualizar con facilidad) o en obras de una envergadura filosófica, política o simplemente cinematográfica que a pesar de su relativa antigüedad deben ser de especial interés para todos aquellos con inclinaciones o inquietudes que vayan más allá de lo que se cueza en ese magnífico programa llamado Fama.
Con esta entrada lo que pretendo es rescatar o hacer llegar a un mínimo de personas (con que sean cuatro monos me conformaría) un título indispensable del cine de los ochenta, del cine de ciencia ficción y del cine en general. Me estoy refiriendo por supuesto a la esquizoide, provocadora, histérica y reivindicativa Brazil.
Pero vayamos por partes, pues el film de Terry Gilliam contiene los suficientes elementos cinematográficos y de crítica social como para ser diseccionada cual cadáver que se pudre en el laboratorio Davinciano.

1º ¿Qué es Brazil? Con este término no queremos referirnos al país de la samba, el crimen organizado, los tangas playeros y los cristos de brazos abiertos. Brazil tampoco es el nombre de la ciudad que da cobijo a los personajes de la película. Este nombre es utilizado por Gilliam para ironizar el mundo que nos describe el film, (se desarrolla en una ciudad ficticia en un futuro no muy lejano) mundo éste dominado por los cables, las tecnologías arcaicas y la burocracia más inquisidora. Su personaje principal Sam Lowry es un funcionario alienado que trabaja para un estado que defiende el bienestar, la seguridad y el paraíso en la tierra ocultando tras de sí un auténtico gobierno totalitario capaz de entrar en tu casa por la ventana para detenerte y ejecutarte por un crimen que tal vez no hayas cometido (es lo que tiene el papeleo, siempre puede dar pie a una equivocación).
Brazil por lo tanto es la contradicción del mundo en el que vive Lowry, es su sueño onírico, ese mundo del cual escapa volando de una montaña de archivadores y documentos.

-Esquizofrenia: En Brazil todo está corrompido, pero la fachada es encantadoramente falsa, jugando a construir una ciudad con estética de los años 30.Bebiendo de la imagineria visual de Metrópolis, la literatura de George Orwell, Aldous Huxley y la filosofía de Descartes, Terry Gilliam se monta una distopía como nunca antes habíamos visto, mezclando lo real con lo imaginario, y lo grotesco con lo bello nos presenta un mundo en el que es imposible no caer en la locura. Toda la filmografía de Gilliam está dotada de ese espíritu loco que tanto a jugado en su contra a la hora de realizar películas, sus personajes tienen un toque Quijotesco que los absorbe de la realidad, son outsiders disconformes con la época que les ha tocado vivir, contestatarios y soñadores, esquizofrénicos si, pero llenos de una esquizofrenia que no es tal y solo vista por ese gobierno represor que lo condena a una moderna silla eléctrica que acaba de un golpe con esa realidad tan denostada.

-Provocación: En una escena de la película los personajes almuerzan tranquilamente en un restaurante francés, mientras charlan de cosas relativamente estupidas una bomba explota a sus espaldas, la gente salta por los aires, es el terrorismo, los revolucionarios que luchan contra el régimen establecido. Pero para ellos esta bomba no significa nada, el chef viene y les pone una cortina delante para que no se incomoden con la sangre, las vísceras y demás restos orgánicos, es la aceptación del terrorismo, de la violencia más cruda, la desensibilizacion de la cultura. Gilliam juega con estos elementos mostrándolos con provocación, con irreverencia, con un humor tan negro que es difícil tomarse a la ligera.

-Histeria: Los contenidos formales del film demuestran la gran personalidad artística de Gilliam, repleta de movimientos de cámara imposibles, vertiginosos travellings y ritmo frenético hacen de Brazil una cinta tal vez difícil de digerir para un público habituado a los convencionalismos del cine clásico moderno. Lo histérico no solo está presente en la técnica que utiliza la película, los personajes también están definidos a través de personalidades excéntricas, exageradas y barrocas propias del cartoon más representativo, como son los dibujos de la Warner. La deformación de la realidad por lo tanto juega un papel fundamental, haciendo al espectador dudar de la propia mente de Sam Lowry, el cual llega un momento, sobre todo en su tramo final en el que ya es difícil distinguir entre lo real y lo imaginario.

-Reivindicación: Terry Gilliam se alza como profeta haciendo una llamada de atención sobre el futuro que se nos avecina, quizá muy lejos estéticamente del mundo de Brazil pero no tanto de sus planteamientos teoricos.
Gilliam está muy cabreado con el mundo y eso se deja ver en todos y cada uno de los fotogramas que desprende la cinta. Desde la escena en la que los niños juegan con armas de juguete encadenando a otros niños imitando desgraciadamente los procedimientos de sus mayores hasta la señora que buscando la eterna juventud en las operaciones estéticas acaba convertida en una mezcla de fluidos, plásticos y pelos que la llevan a convertirse en un cadáver putefracto.
En el mundo burocrático de de Brazil todo debe acabar con una firmita, incluso la mujer que observa como se llevan a su marido para ser ASESINADO por el estado se le pide que firme un documento, del cual le darán un recibo.

En definitiva la película de Gilliam hace gala de un pesimismo adornado de un humor ciertamente extraño. Nos da un halo de desesperanza hacia el futuro que se nos acerca, hacia un futuro que ya ni siquiera podemos cambiar pues como versa la frase que inicia este artículo Tomorrow was another day, el futuro fue otro día, el futuro es aquello a lo que nos agarramos con la esperanza de que las cosas puedan ser cambiadas para construir un mundo feliz, pero como define Terry Gilliam en su magistral Brazil ¿Que ocurriría si el futuro ya lo hubiésemos alcanzado? Como diría una buena compañera de clase ¿Qué pasaría si ya hubiésemos alcanzado la imposibilidad de la posibilidad?

Cinefórum La cámara lúcida.


Mañana, día 14 de marzo tendrá lugar en la facultad de filosofía de Sevilla (C/ Camilo José Cela) el cineforum filosófico La cámara lúcida. En él se proyectará la película documental Queridísimos Verdugos del emblemático y olvidado cineasta Basilio Martín Patino.
El evento comenzará a las 17:00 horas y se celebrará en el salón de actos de dicha facultad. La presentación correrá a cargo de Guillermo Fernández de Loaysa y servidor.
Una vez realizada la presentación analizaremos desde los hijos bastardos de Dios la importancia social y cinematográfica de esta obra.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Camas de cristal


-¿Qué triste verdad?
-¿Qué te ocurre ahora?
-¿Te estás mirando, no te das cuenta de la situación?- Ella se da la vuelta sobre la almohada y me mira con expresión perdida. Yo recorro las líneas que han formado su cuerpo sobre las sábanas.
-¿Qué situación?
-Nada, no importa- Sonriendo me giro dándole la espalda. Es mejor no decirle nada o volveremos a discutir. Esta noche no podré dormir, lo se, es tan triste que este duro corazón no lo soporta, no se relaja, se quiebra como la escarcha golpeando contra el suelo. Y entonces empiezo a recordar, hubo una vez en que la pude abrazar y no quise, hubo una vez que la pude besar y escapé de sus labios como si estos fuesen mi perdición. ¿Y ahora? Ahora la tengo a mi lado, tumbada, dormida en esta cama, pero su mirada ya no es la misma, ya no somos los mismos, el tiempo nos ha cambiado. Está aquí, apenas unos centímetros nos separan y es como si un océano entre su alma y la mía nos distanciara en un cruel vendaval. Como si una caja de cristal la encerrase en su interior, y este pobre escritor no tuviese la llave para abrirla.
Allí, en aquella vieja habitación de hotel fue donde un gran título que decía The End se impresionó sobre nuestros cuerpos. A las 9 del mediodía el reloj marcaba el pasado, otra historia más para escribir ¿Ella? Otro ángel que dejé escapar.

martes, 11 de marzo de 2008

Soledad

¿Cómo la soledad puede pasar de ser un alivio y manantial de tranquilidad en este mundo que habitamos a ser una prisión de agonía y tensión constante en cuestión de días? Y es que parece que es ahora cuando estos muros que antes me daban cobijo, hospitalidad y que tantos momentos de lujuría o descanso observaron, comienzan a estrecharse, aprietan mi cerebro y me azotan fuertes dolores de cabeza. No existe centrímetro de solería en esta habitación que no haya sido ya recorrido por mí en mis constantes baibenes de nerviosismo y soledad. Medito sobre mis decisiones pasadas que parecían tan sólidas ayer pero que hoy parecen no soportar la presión y se tambalean tan frágiles... que en su derrumbe parece que llevaran por delante el presente y el futuro que me espera.
La música, la lectura... ya no me alivian tan sólo se me antoja gritar, nadie me oirá, estoy solo y estas paredes siguen su curso y el oxígeno comienza a escasear. Me asomo a la ventana, el sol abrasador hispalense se refleja en el acerado transformando la calle sevillana en un territorio inhabitable, parece que la soledad comienza a preparar mi lecho. Y es ahora como síntoma de egoísmo y carencia de empatía, cuando empiezo a recordar a aquella gente a la que hice daño alguna vez, aquella que si no hubiera abandonado algún día a cambio de placeres inmundos e intrascendentes quizá hoy estaría a mi lado, me tendería la mano y me sacaría de este "hogar" transformado ya en zulo donde muero poco a poco en mi soledad, mi físico comienza rápido a reflejar el estado de mi alma, el dolor me acusa. Parece que el calor comienza a derretir el techo, ya tan bajo que me obliga a inclinarme, gotea y me abrasa la piel. La muerte me saluda, pero no le temo, todo aquello que valoraba ya murió e incluso, quizá, lo maté yo. Mi corazón comienza a debilitarse, me dispongo a rendirme, pero justo en el último momento antes de expirar llaman de nuevo a mi puerta el sexo, la perversión y una nueva oportunidad con toda una vida llena de placeres. Giré mi cabeza, la observé y cerré los ojos para no volver a abrirlos nunca más.

En el museo del Prado


Hoy escribo mirándote en esta estampa prohibida a menores de edad, esta imagen, esta obra de arte que arriesgaría mi vida escondiéndola bajo mi cama para salvarla de algún juez inquisidor por su gran belleza, pero que llegada la noche la observaría con tanta fuerza y deseo. Ahí tumbada, solitaria, con pose acomodada pero jocosa e insinuante. La mujer, la belleza, el erotismo, en el centro, y justo en el centro, de una sala de museo, rodeada de rostros de óleo y pastel entre los que se encuentra el mío escondido, furtivo, mirándote con ternura pero con deseo, un deseo que escuece porque procede de la belleza más pura, del arte más esquisito. Tú miras a un horizonte esquivo, con media sonrisa al rostro, sabiendo, aunque aparentemente despistada, que tanto yo como como todos aquellos que aparecían representados en aquellas fabulosas obras que te rodean no pueden dejar de seguir tus curvas con sus pupilas, que comienzan a derretirse y el suelo enlosado comienza a pigmentarse de colores.
Te miro en la intimidad que proporciona la oscuridad de mi habitación a altas horas de la noche, cierro los ojos, duermo, y la vigilia me introduce en aquella postal, como hace un buen lector leyendo una buena obra, estamos solos en el mundo, tu de nuevo tumbada ahí mirando con desprecio y de reojo las obras de arte que te rodean porque sabes que las superas a todas...y ellas lo saben. Yo te miro, como cada noche, pero ahora puedo oir tu respiración, puedo oir mis pasos nerviosos sobre la solería de un imponente museo frío y solitario. Me acerco, decidido pero temeroso, tu sonrisa se ensancha y tus ojos desaparecen convirtiéndose en líneas pestañeadas simpáticamente dibujadas en una piel blanca como no es natural por estas tierras.
De repente, sin esperarlo, nace en mi abdomen una fiera indomable hija de mi alma concupiscible, que se apodera de mi y se lanza sobre tu cuerpo, tú, dejas escapar una leve carcajada.
Agarro tus muñecas con mano diestra y firmeza, mi mano zurda atrapa con pasión el calor que desprenden tus nalgas, ríes y ríes dando una impresión enfermiza y demente, yo sudo y muerdo tus labios.
Estamos desnudos, yo brillo, tu enrojeces, todas aquellas pinturas me miraban con recelo, de repente, comienza a sonar en el profundo eco del vacío Las walkirias de Wagner, el sonido cada vez es más fuerte y comienza a retumbar en nuestros corazones separados tan sólo por algunos centímetros de piel.
Un placer indescriptible barre mi interior a la manera que lo haría un tsunami sobre una llanura, desde lo más bajo de mi cuerpo hasta mi cerebro, estalla en mi interior, depierto, todo, absolutamente todo fue un sueño, una pesadilla, no tengo que fantasear con caulquier fotografía en la que aparezcas, pues cuando abrí los ojos, pude observarte inocentemnte dormida sobre mi pecho, en situaciones así, cómo distinguir realidad de sueño...

Estas cosas extrañas suceden a todas horas

Llama la atención como el relativismo no está tan patente en nuestra existencia como tantos filósofos, políticos y pensadores han venido augurando desde tiempos pasados.
Es curioso como semejanzas casuales, fuerzas del destino y azar imprevisto tienen en determinadas ocasiones explicaciones razonables.
Y el lector se preguntará con cierta inquietud a que camino quiero llegar con estas afirmaciones ¡no se alarme! Mi tesis es sencilla y clara, mi intención no es otra que hacer una pequeña introducción al texto que viene a continuación, el cual ha sido redactado por mi querido y perdido (en los bosques cual sátiro perverso) colega Diógenes.
Su texto resalta por las extraordinarias similitudes que mantiene con el que precede a mis palabras titulado Pinceladas. Y es aquí donde llego al punto álgido de la cuestión, es increíble como partiendo de una misma fotografía que inspiró a ambos autores surgieron palabras y estilos tan parecidos. Como la estampa de una apuesta dama tumbada en los sillones del Museo del Prado provocó semejantes coincidencias en dos mentes separadas espacial y sentimentalmente.
En definitiva, los dos textos que aparecen tanto arriba como abajo de este escrito fueron redactados por autores diferentes sin saber de la existencia el uno del otro. Y es que parafraseando los primeros diálogos de aquella película titulada Magnolia debo decir “Y en la humilde opinión de este narrador, eso no es algo que simplemente pasó. Esto no puede ser Una de esas cosas. Esto, por favor, no puede ser eso. Y por lo que a mí respecta, no puede ser. Esto no fue sólo una cuestión de azar. No. Estas cosas extrañas suceden a todas horas”

lunes, 10 de marzo de 2008

Pinceladas


Allí tumbada parecía no importarle nada, un gran pasillo y su cuerpo horizontalmente extendido lo decían todo. ¡Que poder, que poder! Habían pasado ya ocho meses y aún sacaba el lado más oscuro de mi ser como el primer dia. Y ni siquiera podía imaginar que era como una manzana esperando a ser mordida, como si apretando su piel fuese poseedor de una parcela de cielo.
-Acércate, no hay nadie que nos esté observado- Con estas palabras y un leve movimiento de ceja transformaba mi cuerpo en un autómata controlado por poleas, cuerdas y engranajes, conseguía hacer de mí una máquina que manejaba a su antojo.
Mis pasos se acercaron lentamente hacia aquel sillón que tantas veces había servido
para observar, imaginar y perderse ante aquellas inhumanas obras de arte, ante aquellos cuadros enormes que parecían haber sido pintados por la mano de algún dios esteta. Combinaciones de colores y formas servirían de escenario para nuestro juego carnal, para nuestra prohibida lujuria. Los pasillos desiertos nos inducían a la perversión más deseada, y la mirada de las vírgenes inmaculadas nos maldecía jurándonos un infierno abrasador. Convertimos el Louvre en nuestro santuario, en nuestra particular bacanal, y con la luz de Vermeer profanamos el reino del arte. Tumbados en el sofá ella se desnudo graciosamente mientras yo la observaba con ojos llenos de calor.
Pinceladas de rojos y amarillos definían nuestros movimientos convirtiéndonos en un cuadro más, la libertad guiando al pueblo presidía la escena, nuestros cuerpos en segundo plano brotaban como gotas de sudor por la piel de un jornalero. Dos cuerpos en un mismo cuadro, eso es lo que somos, dos figuras perfiladas por el pincel del artista, por el alma de la inspiración.

viernes, 7 de marzo de 2008

Apuntes de Viaje. La Belleza


El cielo aún está luminoso y las montañas pasean sus verdes caminos ante la inmediatez de mi mirada. Sol que brilla acalorando mi pálido rostro mientras este viejo tren camina paciente por el sur despoblado de la realidad ¡Cuanta belleza suspiradora se contonea ante mis ojos rogando angustiosamente ser descrita por unas pocas palabras! ¡Cuanta belleza perpleja agoniza tras mi ventana en este tren con destino a ninguna parte!
Que crueldad la de la belleza que me engaña con su oscuridad y me hace preso iluso al entrar en ese tenebroso túnel.
Que verdad aquella que insinuaba con especial desvergüenza que incluso en los cielos tormentosos del azar se podía encontrar la libertad, que en incluso en las llamas sofocadas de aquel infierno dantesco se escondía la vitalidad de un poema.
Y fue entonces cuando la descubrí, en medio de la penetrante oscuridad, cuando el luminoso paisaje dio paso a la nada para traerme el todo. Allí estabas, reflejándote en el cristal de mi ventana sobre un fondo negro en la inmensidad.
La belleza se había fugado del alargado y elegante ciprés para transformarse en una joven y deslizante ninfa de los bosques. ¡Ninfa que descansa graciosamente frente a mi mirada, siendo portadora de la más que huidiza inspiración!
Y aunque no lo sepas he atrapado parte de tu fragancia para la eternidad. Como en una vieja fotografía tu recuerdo ya no perecerá.
Entonces interrumpes mi escritura con un suave bostezo que expulsa ese aire divino haciéndome volar. ¡Volar fuera de este devenir!
Y recorro tus senos como montañas de fina arena que desprenden erotismo como aquel cuadro de Dalí. El viaje es largo, por tus cabellos me deslizo cual cataratas modernistas que llenan de envidia a un Rubén Darío que se lamenta en el resquicio de una nube por no haber conocido en vida belleza igual. Y tus ojos ¡Oh tus ojos! Miran el paisaje ingenuos de no saber que el paisaje eres tú, que el cielo, la tierra, las nubes… ¡la vida! Están en ti, y cuando tu carne desaparezca…cuando esto ocurra, entonces la noche nos visitará y la Tierra destrozada por la pasión se encorvará en un lamento de desesperanza por haber perdido una pequeña gota de belleza.
Y mientras me pierdo con estas vacilaciones tu sonrisa se levanta decorando los pequeños lunares de un rostro que me mira. Vuelvo a mirar a través de mi ventana; tus ojos no son dignos de este pobre mortal ¡Poderosa Afrodita!

Belleza aparecida en algún lugar entre
Granada y Sevilla.

domingo, 2 de marzo de 2008

El encogimiento de hombros generacional

Y es que estamos, efectivamente, en un asombroso estado de auténtica pasividad. Por mucho que algunos se encierren en edificios públicos en señal de protesta y hagan sus manifestaciones, lo que les mueve no es una conciencia real del problema que se puede estar tratando, sino esa absurda sensación de tener que mostrarse rebelde ante cualquier imposición.
Estamos en una época en la cual la lucha por los valores se ve como algo pasado, casposo e incluso infantil. Nuestros jóvenes no confían en ellos mismos, y nadie lo hace por ellos -y casi que es lo que mejor que hacen-. Es cierto que mucho se debe a la educación recibida, que coarta los horizontes del pensamiento y no deja querer ver más allá de la fiesta del próximo fin de semana, del porro fumado aquella tarde o del chico/a que te llevaste al lecho anoche.
No nos quedan héroes, sólo seres pusilánimes que no desean complicarse la cabeza pensando demasiado -incluso los que se supone que, por sus estudios, eso le interesa- y muchos menos complicarse la vida. Pero bien pensado ¿Para qué? ¿Para qué molestarse en luchar por algo que seguramente no creen? Sus vidas son cómodas. De una forma de otra conseguirán sobrevivir en este caos. Ellos lo saben y es su perdición.
Luego la vida pasa, los años pasan, su vida pasa... ¿Y qué fue de aquellos que bailaron en aquella fiesta? ¿Qué de aquella chica que te hacía suspirar? ¿Qué de aquel banco que no significa nada para esos otros que se sientan en él? Vacío.
Y esa es su vida, la vida de la gran mayoría. ¿Para qué? ¿Porqué se molestan siquiera en existir?
Tengo una casa, un perro, puede incluso que una persona que me ama a mi lado. Si las cosas te han ido bien, el trabajo será ameno y la recompensa económica también. ¿Y qué? ¿De verdad quieren eso aquellos que un día, con sólo preocuparse más de su existencia, pudieron ser héroes?
Vida sólo hay una -asquea ya por lo repetido-, y después no hay nada. Nada. Como mucho, un Dios que no te necesita, que no te ama y que, probablemente, incluso le puede molestar tu existencia. ¿Y tú qué? Tú Nada.
Tal vez es el desvarío de alguien que lucha demasiadas veces a contracorriente, que se molesta demasiado por la pasividad del vulgo, que espera de la Humanidad más de lo que esta puede darse a sí misma. Puede que sea un canto de desesperanza de alguien que había confiado en el ser humano. Puede que tan sólo sea locura. Pero lo cierto es que cada vez que miro a mi alrededor, cada vez me entran más ganas de usar ese arma que una vez guardé dispuesto a no usarla... Al menos contra mí.

sábado, 1 de marzo de 2008

Porque los besos ya no son lo que eran



Porque los besos ya no son lo que eran, porque han muerto por el camino de los falsos amores.
Y aun recuerdo el día en que un beso había que ir a buscarlo al borde del abismo. ¡Yo maldigo los tiempos venideros pues ellos traerán la muerte del romanticismo!
Porque los besos ya no son lo que eran, porque están infravalorados y se regalan por doquier. Y es que los besos de hoy están manchados de mediocridad, están sucios de celos, de celos de aquellos que desde el ayer recuerdan lo que costaba regalar un beso, porque entonces había que esperar al momento adecuado, no a la llegada de la noche. Porque los besos ya no son lo que eran, porque se los llevó la magia del aburrimiento.
Pero ya no me avergüenza mirarme al espejo y decir que a mi si me cuesta regalar un beso, que tengo pocos en el cargador y debo reservarlos para el duelo final.
Porque ya no son lo que eran…porque están enfermos y se pudren…porque tal vez la tuberculosis acabó con ellos, porque quizá el romanticismo murió con el alma de Bécquer.